martes, 8 de septiembre de 2009

Empresas abrieron caminos en La Montaña, pero para llevarse la madera

La explotación forestal causa problemas en las comunidades

Fuente: La Jornada de Guerrero


JESÚS RODRÍGUEZ, (Corresponsal) II DE III (Corresponsal)

Cochoapa el Grande, 6 de septiembre. Versiones de los indígenas de Cochoapa cuentan que las primeras incursiones de grandes madereras ocurrieron a finales de los 60. Como en ese tiempo era aún más complicado transitar en lo profundo de La Montaña, sobre empinadas laderas, acaso brechas de tierra, sinuosas al extremo, las empresas ofrecieron a los indígenas ampliarlas –“arreglar caminos”, les dijeron– a cambio de que permitieran la explotación del bosque.

“¡Ese era el gancho! Les venden la idea de que les abren caminos, pero en realidad esos caminos que abren son los que utilizan para sacar la madera”, afirma Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan.

“Es una práctica común en La Montaña: las empresas madereras convencen con facilidad a las autoridades ejidales y comunales, corrompen a los comisarios para explotar los bosques sin ninguna vigilancia de las autoridades”, añade.

La ciudad de Tlapa es el corazón de La Montaña. Es el centro político y social de la región, lo más urbano en este entorno indígena, donde también se encuentran las sedes de distintas instituciones del gobierno. Para todo lo relacionado con el medio ambiente hay que acudir a una pequeña oficina donde está un representante de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y otro de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Pero nada más.

Quizá eso explica que en Cochoapa el Grande no sean comunes las visitas de funcionarios de instancias sobre la protección y conservación del ambiente. “Absolutamente nadie ha venido a hacer un diagnóstico, ni del gobierno federal ni estatal, nadie ha venido a decir que le interese cómo están los bosques. La verdad es que nadie ha venido”, lamenta el alcalde Daniel Esteban González.

Con él coincide el presidente del municipio vecino, Metlatónoc, Roberto Guevara Maldonado, del PRD. “Hay que reconocer que no hay contacto con las dependencias, por eso a través de la reunión de comuneros nosotros hemos llegado al acuerdo de no firmar convenios, porque es poca la madera que tenemos y entrarle a eso definitivamente es acabar con lo poco que tenemos. Otro, es que puede generar problemas porque el dinero que van a pagar las empresas, tengo entendido que no pagan, que pagan muy poco y nomás generan problemas, como en Cochoapa”.

Datos oficiales indican que 65.75 por ciento de áreas protegidas del país, declaradas así por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, coincide con territorios de población indígena, zonas cuyos indicadores en cuanto a salud, educación y vivienda son ínfimos en comparación con lo que ocurre en territorios urbanos.

Desde que fue declarado municipio independiente, en 2005, Cochoapa el Grande encabeza la lista nacional de la pobreza, desplazando de ese sitio a Metlatónoc, del que se escindió con más de 70 comunidades marginadas.

Los convenios de explotación forestal no han hecho menos pobres a los indígenas na savi, (los hijos de la lluvia), pero sí les han legado un problema de división en los pueblos por las cuantiosas ganancias que obtienen las empresas, con las que corrompen a líderes, además de un severo daño al entorno, que ya comienza a manifestarse.

Cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dio a conocer al mundo, en 2005, que en La Montaña de Guerrero había un municipio tan pobre como los pueblos de África, de pronto los na savi de Metlatónoc comenzaron a ser anfitriones de periodistas, funcionarios y por vez primera en su historia, un presidente de la República llegó hasta la cabecera en viaje por helicóptero. Un día histórico para los lugareños, que conocieron a Vicente Fox Quesada.

Hoy Metlatónoc ya no es el más pobre porque ese mismo año Cochoapa y decenas de pueblos formaron un municipio aparte.

Prácticamente con sus propios recursos, que obtienen mediante las remesas y el poco dinero que es posible ganar como jornaleros agrícolas en Sinaloa, los indígenas de Cochoapa han venido transformando la imagen del municipio. Se dice que el cambio coincidió con el momento en que las primeras brigadas de na savi de este rincón del país comenzaron a cruzar la frontera, a principios del año 2000.

Es cierto que la migración de indígenas hacia Estados Unidos ha sido el motor principal de las transformaciones en Cochoapa, cuenta Silvia Rodríguez Aguilar, una misionera de la Congregación de las hijas de San Vicente de Paul, que habita en el municipio desde hace una década.

Se observan más autos andar sobre calles sin nombre. Fue como un fenómeno, dice Aguilar, que llegó al mismo tiempo que las remesas. Después los parientes de migrantes afortunados, que lograron un empleo en Nueva York, Virginia o Los Ángeles, en Estados Unidos, empezaron a cambiar las chozas de adobe y tejamanil por casitas de concreto. Después unas mujeres instalaron pequeñas misceláneas, donde además de muchas cervezas, refrescos y comida chatarra, se ofrece el servicio de teléfono, sumamente defectuoso.

Cochoapa no era así hace ocho años, dice la misionera y mira un paisaje rural, en incipiente transformación, que no puede ocultar el rostro de la pobreza: unos niños con pancitas infladas corren descalzos en la avenida principal. Espantan a perros flacuchos con una vara. Los piecitos desnudos sobre un camino de tierra. Cuando menos hay luz eléctrica y teléfono, aunque en tiempos de lluvia resultan inútiles.

Imponentes sobre las casitas se alzan el palacio municipal y la iglesia. El primero se construyó con unos 14 millones de pesos, casi la mitad del presupuesto anual que recibió Cochoapa en 2005, en la gestión de Santiago Rafael Bravo, del PRD. En la iglesia están invertidos millones de pesos que los migrantes aportan por voluntad propia.

Por mínimos que aparentemente sean los cambios que produce la migración, ya manifestan consecuencias. Además de los cambios relacionados con pérdida de identidad de las nuevas generaciones y el rostro distinto que se observa en la cabecera, hay un asunto que no puede perderse de vista: la cultura del consumo provoca un grave problema de contaminación porque se acumula la basura.

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