Fuente: La Jornada de Zacatecas
• Palabra de Antígona
Redacción
Sara Lovera
El control de las mujeres por el poder, analiza Joan W. Scott, al parecer no tiene sentido o ganancia directa e inmediata; más que para mantener el poder, busca demostrar que es inalterable a través del tiempo.
¿Qué razón tienen los ataques intermitentes a un pequeño grupo de mujeres en Chiapas? Si se pudiera analizar, Scott diría que es la demostración del poder y el deseo permanente de mantener a las mujeres bajo dominio.
El 26 de septiembre por enésima vez fue enviado un mensaje de horror a las mujeres de la organización no gubernamental K’inal Antsetik o Tierra de Mujeres.
Sus instalaciones en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde operan desde 1995, fueron incendiadas. Las indias que ahí pernoctan están asustadas y atemorizadas, colocadas en el banquillo de la más tremenda opresión.
Ahí, en esas instalaciones se recibe a mujeres indígenas, a quienes se les proporciona alimentación y cobijo para que durante su estancia puedan aprender a leer y escribir, a pensar, a mejorar su vida. Esa es su trasgresión y su pecado.
La nortemaricana Scott, cuyos escritos de hace 20 años recobraron vigencia en los últimos días a propósito de la edición en español de su libro Género e Historia, explicaría esa acción como parte de la construcción y consolidación del poder, ese del actuar nazi o de los gobiernos dictatoriales.
¿Quién puede estar en contra de que estudien las mujeres indígenas de Chiapas? Una voz en off diría que nadie y que es un escándalo el abuso, la intimidación, el terror que infunden los hombres que traspasaron las puertas de la instalación y enseñaron sus vestimentas negras y sus pasamontañas a las jovencitas que estaban ahí.
Las acciones, según los hechos que antecedieron al artero atentado, indican que se trata de enviar mensajes de muerte y represión a la fundadora de esa casa de la Tierra de Mujeres, Yolanda Castro.
Yolanda es una mujer de estatura pequeña y ojos dulces a quien conocí en 1994, cuando ya vivía en Chiapas, y había acompañado la creación de una cooperativa de bordadoras indígenas llamada Paz Kjoloviletik.
Las artesanas aprendieron a fabricar telas, bordados, blusas, huipiles y servilletas para vender y exportar; aprendieron a ponerle precio a sus prendas y también a leer, escribir y hacer cuentas.
En eso estaban cuando las sorprendió la guerra zapatista. Un año después nació K’inal, una organización en Chiapas que se extendió por el país. Muchas mujeres indígenas han aprendido a hablar en público, a escribir y difundir sus demandas, a conocer cómo podían mejorar su vida, todo eso en otras latitudes y etnias mexicanas.
Esa es la trasgresión, no otra. Y Yolanda, a quien se han dirigido los ataques, igual que Nellys Palomo, quien murió recientemente, fundadoras de la casa y el centro de mujeres, estaban dispuestas a caminar al ritmo de las indígenas. Eso molesta, molesta mucho.
Hechos recientes
El pasado sábado 26 de septiembre, en las instalaciones que ocupa K’inal Antsetik AC en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, alrededor de las 8 de la noche se introdujeron uno o dos sujetos vestidos de negro y cubiertos con pasamontañas para no ser identificados, con el objetivo de provocar un incendio en la infraestructura que se encuentra en proceso de construcción.
Los sujetos rociaron con gasolina algunas vigas que sostienen el techo recién colado y les prendieron fuego. Del incendio se percataron algunas jóvenes que residen en el Centro, alertando al resto de sus compañeras para que de inmediato apagaran el fuego con cubetas de agua.
Dos de las jóvenes advirtieron que en las instalaciones del Centro, cerca de la cocina, se encontraba aún uno de los sujetos, de complexión robusta, estatura promedio, vestido totalmente de negro y con pasamontañas, quien al ser descubierto se dio a la fuga, no sin antes encarar a las jóvenes que se encontraban a unos 20 metros de distancia.
K’inal Antsetik se ha caracterizado por la defensa de los derechos de las mujeres, apoya procesos organizativos de mujeres y hombres de distintas comunidades y organizaciones de Chiapas. Esa acción causó una sensación de vulnerabilidad, terror; temen que nuevamente pueda ocurrir un hecho similar, temen por su integridad y seguridad personales.
Integrantes del Frente Nacional de Lucha por el Socialismo (FNLS) señalan que ha habido otros avisos realizados por paramilitares; los otros ataques fueron el 12 de noviembre de 2008, cuando se allanó el domicilio particular de Yolanda Castro, y el 9 de diciembre, cuando sujetos con apariencia de policías intentaron obtener información de las actividades de K’inal Antsetik.
Desde mayo de 2008 se sabe que el gobierno de Chiapas ordenó que la Procuraduría de Justicia del Estado procediera a integrar un expediente judicial contra Yolanda Castro, con el propósito de vincularla a varios delitos.
La quieren coludir con células armadas, pero no existen esos indicios. Denuncian que el propósito del gobierno de Chiapas coincide con una larga andanada para criminalizar a todas las personas y grupos que trabajan por el respeto y en defensa de los derechos humanos.
Los hechos en las instalaciones de K’inal Antsetik son una nueva llamada de atención sobre el desgobierno en México, saltan a la vista la forma de nuevos poderes regionales, que sin importar el tiempo, la época, los discursos y leyes de igualdad y de acceso de las mujeres a una vida sin violencia, actúan en forma contraria, al descorrer el entramado de confusiones y contradicciones que oculta el asentamiento del poder, de ese al que se refiere intelectualmente Scott.
Sabemos que en Chiapas existe lo que los especialistas llaman una guerra de baja intensidad desde hace más de un década. Casi nadie tiene el recuento de fechorías como las que viven las jóvenes indígenas. De ahí el recuerdo funesto de Acteal, revivido para hacerlo sangrar.
De los antecedentes se ha pedido a Juan Sabines, gobernador de Chiapas, que investigue, responda y explique de qué se trata. Me da la impresión de que lo mismo sucede en Guerrero con Zeferino Torre Blanca, y por otro lado, del poder infinito y regional del gobernador de Puebla, en el caso de Lydia Cacho.
Son exactamente los mismos personajes que ahora persiguen y encarcelan a las mujeres que se interrumpen un embarazo, como en Guanajuato, Veracruz y Puebla. Es ese horror de un sistema basado en el poder, al que aparentemente no le reditúa algo material controlar a las mujeres, pero que lo hace de forma sistemática durante años y años.
En Guerrero han perseguido a las familias que denunciaron violaciones a las indias de Barranca de Bejuco, y todavía no tenemos una reparación del daño a las tres indígenas tzeltales que fueron violadas por un piquete de soldados en Altamirano, Chiapas en 1994.
¿Hasta cuándo seguirá la impunidad?, ¿hasta cuándo nos vamos a creer los discursos vacíos de equidad de género?, ¿hasta cuándo aguantarán esos cuerpos, esas siques de dominación milenaria contra las mujeres?
Ningún grupo o partido de izquierda alza su voz, se han quedado petrificados, todos también, en el círculo de poder que explicó la señora Scott para que entendamos qué quiere decir ese impenetrable concepto que se llama género.
saralovera@yahoo.com.mx