lucía luna
México, D.F., 2 de mayo (apro).- Resulta difícil disociar el triunfo como presidente del exobispo católico, Fernando Lugo, de aquella hermosa película de 1986, La misión, que pese a algunas imprecisiones históricas daba buena cuenta de la labor no sólo evangelizadora, sino social, que la Compañía de Jesús llevó a cabo en Paraguay en los siglos XVII y XVIII.
En esa época, los jesuitas establecieron en tierras que hoy pertenecen no sólo a Paraguay sino también a Brasil y Argentina, “reducciones”, centros en los que además de la evangelización se fomentó la producción agrícola y manufacturera, así como el comercio, y que construidos sobre una base igualitaria llegaron a conformar hasta 32 entidades administrativas autónomas, con una población de cien mil indios guaraníes.
Esto no agradó a los poderes coloniales de España y Portugal, que mediante sus ejércitos locales hostigaron a estas misiones hasta lograr repartírselas, pese a la férrea defensa de los indígenas --particularmente en la batalla de Caibale de 1756, que es la que se recrea en la película--, y un decenio después, finalmente expulsar a los jesuitas de tierras sudamericanas.
Desde entonces, sin embargo, los movimientos de reivindicación social en tierras paraguayas se han visto constantemente respaldados por una parte de la Iglesia católica. Y hay que subrayar que es una, porque desde la Colonia hasta ahora, los clérigos que han optado por trabajar con los sectores más desposeídos de la población no sólo han tenido que enfrentar a los poderes seculares, sino casi siempre también a su propia jerarquía eclesiástica. Y el caso de Fernando Lugo no es la excepción.
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