Mayo del 68 apenas tuvo influencia en las esferas de la alta cultura francesa, más concretamente en la literatura. Patrick Combes demostró que sólo la novela, muy tímidamente, intentó reflejar la dimensión política del acontecimiento. La aplastante mayoría de las novelas posteriores a 1968, simplemente copió el planteamiento de los medios de comunicación eligiendo, por ejemplo, presentar los acontecimientos a través de la conciencia atormentada de un héroe, a menudo caricaturizado, en plena crisis existencial, sobre un fondo de barricadas; y eso a pesar del hecho, como no he dejado de comprobar durante mis investigaciones, de que en sus recuerdos, los individuos que vivieron el mayo del 68, todos hicieron hincapié en su pertenencia activa a un grupo social. Sólo a principios de los años ochenta en las páginas de obras más populares, como novelas policíacas, pude encontrar intentos reales de comprender el sentido de esa voluntad de hacer tabla rasa de un pasado reciente -la guerra de Argelia o mayo del 68- y la dimensión política de una nueva sociabilidad que se manifestaba en esos momentos.
Con este libro he querido oponerme a la corriente dominante desde los años ochenta que sólo concede a mayo del 68 dimensiones culturales, cuando no morales y espirituales. La posición que adopto es la contraria: mayo del 68 fue, desde mi punto de vista, sobre todo un acontecimiento político -empleo aquí «político» en un sentido muy diferente de la actual «política partidista»-
Mayo del 68 no tenía en sí nada de acontecimiento artístico. Por otra parte ha dejado muy pocas imágenes ya que, después de todo, la televisión francesa también estaba en huelga. En cambio proliferaron las caricaturas e ilustraciones políticas -firmadas por Willem, Siné, Cabu y otros-; también hay muchas fotos. Parece que sólo los medios artísticos más rudimentarios pudieron seguir el ritmo de los acontecimientos. Y eso demuestra de qué forma la política ejercía una irresistible fuerza de atracción sobre la cultura, hasta el punto de hacerla renunciar a cualquier autonomía. ¿Cómo se explica, si no, que de repente el arte considerase que debía no sólo seguir los acontecimientos de cerca, sino además fusionarse con ellos y convertirse en un todo con la actualidad del momento?
Mayo del 68 vuelve a confirmar la asimetría y la estanqueidad que parece dominar en Francia la relación entre cultura y política. En realidad, la falta de relación está en el mismo corazón del acontecimiento: el fracaso de las soluciones culturales para dar una respuesta, la creación y el desarrollo de formas políticas completamente opuestas a las formas culturales ya existentes o la exigencia de prácticas políticas frente a las prácticas culturales.
La experiencia que llevaron a cabo los estudiantes de Bellas Artes ilustra esta tendencia mejor que cualquier otra: durante mayo del 68, dichos estudiantes ocuparon su escuela, que rebautizaron como «Taller popular de las Bellas Artes», y se dedicaron a producir, a un ritmo infernal, los carteles de apoyo a la huelga que en aquellos momentos empapelaban los muros de París. El «mensaje», contundente y directo, de la mayoría de esos carteles era afirmar, a veces de manera perentoria, que la lucha continuaba: «Sigamos luchando», «la huelga continúa», «contraofensiva: sigue la huelga», «conductores de taxis: sigue la lucha», «Maine Montparnasse: la lucha continúa». La ambición de estos carteles no era «representar» lo que estaba pasando, sino propagar los acontecimientos fusionándose con ellos. Para eso había que ser rápidos. Los estudiantes no tardaron en comprenderlo y rápidamente abandonaron la litografía que, a razón de diez a quince impresiones por hora, era muy lenta para cubrir semejante movimiento masivo. La serigrafía, ligera y fácil de usar, permitió producir hasta 250 ejemplares por hora.
Pero si la utilización de un medio rápido y flexible hubiera hecho posible, gracias a los carteles, la fusión del arte y el acontecimiento, esto no era, sin embargo, el factor esencial. Treinta años después Gérard Fromanger, uno de los militantes activos del Taller popular, recuerda la forma en que se realizaron los carteles. El título de su ensayo, «L’art c’est ce qui rend la vie plus intéressante que l’art» (El arte es lo que hace que la vida sea más interesante que el arte, N. de T.), ya dice mucho sobre el abanico de posibilidades que se abre cuando el arte se niega a aislarse de la sociedad o cuando ambiciona participar más que representar: «¡Mayo del 68, fue eso! Los artistas ya no estaban en sus talleres, ya no trabajaban, ya no podían pintar porque la realidad era mucho más potente que todas sus invenciones. Naturalmente se convirtieron en militantes, yo el primero. Se creó el Taller popular de las Bellas Artes y hacíamos carteles. Todo el país estaba en huelga y nosotros no hemos trabajado tanto en nuestra vida. Era necesario» (6).
Pero hace poco el nuevo reparto político francés ha permitido mirar de otra manera a mayo del 68. Las huelgas masivas del invierno 1995 en Francia, seguidas algunos años después por los acontecimientos de Seattle, han contribuido ciertamente a la formación, en Francia como en otras partes, de una nueva coyuntura política y de sus capacidades de innovación. Otros dos cambios en el clima político e intelectual francés tuvieron una importancia capital para mi investigación. En los últimos años ha aparecido años una serie de relatos políticos alternativos consagrados a los últimos treinta años, mayoritariamente escritos por personas activas durante la época del 68, que quieren encontrar un pasado -ya se trate del suyo o del de los otros- que consideran que se ha deformado, o incluso tergiversado, durante los años de Giscard y Mitterrand. Paralelamente, por primera vez en Francia, jóvenes investigadores, la mayoría historiadores, comenzaron a interesarse seriamente por la guerra de Argelia y por mayo del 68. Los esfuerzos combinados de estos trabajos permiten abrir un nuevo capítulo en la historia de la memoria del 68. Gracias a ellos, mi trabajo ahora está menos solo.
(1) Jean-Pierre Rioux, «A propos des célébrations décennales du Mai français», en Vingtième siècle, n° 23 (junio-septiembre de 1989), p. 49-58; Antoine Prost, «Quoi de neuf sur le Mai français», in Le Mouvement social, n° 143 (abril-junio de 1988), p. 91-97.
(2) La adopción de los franceses y otros europeos de prácticas de consumo de inspiración estadounidense se extiende sobre un período más amplio de la posguerra. Estudié la versión francesa de este fenómeno en Aller plus vite, laver plus blanc. La culture française au tournant des années 1960, Paris, Flammarion. Los acontecimientos de mayo del 68 constituyen una interrupción, y no una aceleración, en el desarrollo de este proceso.
(3) Peter Dews, «The Nuevo Filosofía and Foucault», en Economy and Society, n° 8, 2 (mayo de 1979), p. 168.
(4) Françoise Proust, «Débattre ou résister», en Lignes, 32, octubre de 1998, p. 106-120. Para Proust, que es filósofo, el final definitivo de este período de abundancia intelectual utópica se produjo en 1980 con el primer número de la revista de Marcel Gauchet y Pierre Nora, Le Débat, que consagró varios números a apoyar la obra de Luc Ferry y Alain Renat, La Pensée 68 (en el capítulo «Le consensus et sa ruine»), que desempeñó un papel importante en la construcción de la «historia oficial» del 68. Según Proust, esta revista marcó la vuelta definitiva a un diálogo limitado a los «intelectuales y técnicos (léase expertos), a través del cual el intelectual interioriza la democracia: renuncia a los inútiles deseos de cambiar el mundo y asume que la democracia representativa, sus instituciones y sus normas, es el último horizonte de cualquier grupo político; por lo tanto su función es el debate constante con los responsables a quienes trata de ayudar a pensar racionalmente las realidades, los problemas y las crisis políticas y culturales que encuentra una democracia. Al editor de la revista Le Débat, Pierre Nora, le gustaba destacar la coincidencia de la aparición de esta nueva revista con la muerte de Sartre, como declaró en una entrevista en la que definió Le Débat como lo contrario de Temps modernes y su filosofía del compromiso».
(5) Gérard Fromanger, «L’art c’est ce qui rend la vie plus intéressante que l’art», en Libération, 14 de mayo de 1998, p. 43. Ver también Adrian Rifkin, «Introduction», Photogenic Painting, Sarah Wilson, Londres, Black Dog Press, 1999, p. 21-59.
Original en francés: http://www.monde-diplomatique.fr/2008/04/ROSS/15843
Kristin Ross es profesora de Literatura Comparada en la New York University. Estudió en la Universidad de California y obtuvo su doctorado de Literatura Francesa en Yale en 1981. Es autora de varios libros sobre la cultura política francesa, como Aller plus vite, laver plus blanc, Flammarion, 2006, sobre la modernización de Francia en los años 60. También ha traducido al inglés la obra de Jacques Rancière Le Maître ignorant (The Ignorant Schoolmaster), Stanford, 1990.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.
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