domingo, 4 de mayo de 2008

El tribunal de la sociología

De Rebelión

En mayo de 1968, una sucesión de paros laborales por todo el país siguió inmediatamente a las violentas manifestaciones organizadas por los estudiantes durante los primeros días del mes. Durante cinco a seis semanas, Francia estuvo totalmente paralizada. Entre las insurrecciones que se produjeron en el mundo durante los años sesenta -México, Estados Unidos, Alemania, Japón u otros lugares- Francia, y en menor medida Italia, son los únicos países en los que coincidieron el rechazo intelectual de la ideología dominante y la rebelión de los trabajadores. La rápida expansión de la huelga general, tanto en el plano geográfico como en el profesional, rebasó todos los marcos de análisis; se pusieron en huelga, en Francia, el triple de trabajadores que durante el Frente Popular en 1936, y además en un lapso de tiempo excepcionalmente corto.


La singular amplitud de este acontecimiento, que según se desarrollaba superó las expectativas y el control de sus protagonistas más vigilantes, constituye, en mi opinión, un factor importante en dos de las «confiscaciones» posteriores que describo en este libro: la versión biográfica (personalización) y la versión sociológica. Estas dos estrategias de desfiguración no tienen nada de inéditas. El olvido, como el recuerdo, procede de la interacción de distintas configuraciones narrativas que modelan la identidad de los protagonistas de una acción a la vez que delimitan sus contornos.


Reducir un movimiento masivo a las aventuras de algunos de sus supuestos líderes, portavoces o representantes (y especialmente de quienes renegaron de «sus errores del pasado»), constituye una vieja táctica de confiscación de eficacia probada. Así circunscrita, cualquier rebelión colectiva se desactiva y, en consecuencia, se reduce a la angustia existencial de destinos individuales. Así, se encuentra confinada en el círculo de un reducido número de «personalidades» a quienes los medios de comunicación ofrecen innumerables oportunidades para revisar o reinventar sus motivaciones originarias.


La sociología, por su parte, siempre se presenta como el tribunal ante el cual lo real, es decir el acontecimiento, debe comparecer para ser medido, categorizado y circunscrito. En el caso de mayo del 68 esta tendencia se acentuó todavía más. En efecto, los profesores franceses especialistas en historia contemporánea que pueblan, como todos y cada uno, la memoria colectiva de mayo del 68, hasta hace poco han mostrado una gran indiferencia frente al acontecimiento como tema de investigación, indiferencia que ellos mismos han señalado rápidamente. «¿Por qué los historiadores del presente -especie entonces realmente poco prolífica- cedieron voluntariamente el terreno a una sociología que peroraba a su antojo desde todas las tribunas?», se preguntaba Jean-Pierre Rioux en 1989. En la misma época otro historiador, Antoine Prost, señalaba la «pobreza» de la investigación en Francia desde 1972 y condenaba la «actitud mayoritariamente cautelosa» de los historiadores, que abandonaron gravemente el estudio y la valoración de la documentación ya disponible, un síntoma que calificó de negligencia intelectual (1). Puede ser, sin embargo, que frente a un acontecimiento tan ambiguo, la sociedad no sienta la necesidad de saber más.


Bien sea porque están más preocupados por Vichy, poco proclives, o incluso aturdidos ante la idea de afrontar las dificultades específicas que plantea una cultura militante, todavía reciente, que ha desembocado en una economía liberal, o reticentes a la idea de acabar con los fantasmas de su pasado, los historiadores han renunciado a sus responsabilidades y han abandonado este acontecimiento, más que cualquier otro, a todas las manipulaciones mediáticas y políticas. Esta abdicación creó un vacío interpretativo que otros, sociólogos o izquierdistas reformados, se apresuraron a colmar. Beneficiándose de una credibilidad creciente en los medios de comunicación, estos dos grupos de «autoridad» o «guardianes de la memoria» se adueñaron del discurso de mayo del 68 y desde mediados de los años setenta trabajaron en tándem para elaborar una historia oficial, un dogma evidente. El conjunto relativamente sistemático de palabras, expresiones, imágenes y relatos que prepararon el terreno de lo que se puede pensar con respecto a mayo del 68, deriva en gran parte de su trabajo. Y el grueso de esa producción, en la cronología que establezco, está entre 1978 y 1988, es decir entre el décimo y el vigésimo aniversarios de mayo del 68.


La historia oficial que se estableció, celebrada después públicamente por numerosos espectáculos conmemorativos producidos por los medios de comunicación de masas, y que ha llegado hasta nosotros, es la de un drama familiar o generacional totalmente desprovisto de violencia, de asperezas o de una dimensión política explícita, una transformación benigna de las costumbres y estilos de vida inherente a la modernización de Francia y al paso del orden burgués autoritario a una nueva burguesía moderna y económicamente liberal.


No contenta con proclamar que algunas de las ideas y prácticas más radicales de mayo del 68 se han recuperado y reciclado en beneficio del «mercado», la historia oficial afirma que la sociedad capitalista actual, muy lejos de simbolizar el descarrilamiento hoy oy o el fracaso de las aspiraciones del movimiento, representa, por el contrario, la realización de sus aspiraciones más profundas. Estableciendo una teleología del presente, borra el recuerdo de alternativas pasadas que buscaban o imaginaban resultados distintos de los que se produjeron realmente.


Según esta perspectiva, mayo del 68 se debería entender como la afirmación del statu quo, una revolución al servicio del consenso, una rebelión generacional de la juventud contra la rigidez estructural que bloqueaba la necesaria modernización cultural de Francia. Al insertar la ruptura en una lógica de dicho statu quo y reforzando la identidad de los mecanismos y grupos que permitían la reproducción de las estructuras sociales, la versión oficial del post 68 ha servido los intereses de los sociólogos, así como los de los militantes arrepentidos deseosos de exorcizar su pasado, aunque la autoridad reivindicada por cada uno de los dos grupos difiere radicalmente. Los ex líderes pretenden fundamentar el discurso en sus experiencias personales y se basan en esos datos para negar o deformar ciertos aspectos claves del acontecimiento. Los sociólogos, al contrario, recurren a estructuras y métodos abstractos, a medidas y cuantificaciones, y construyen tipologías sobre oposiciones binarias –todo está, obviamente, basado en una desconfianza visceral frente a las investigaciones sobre el terreno-. A pesar de sus pretensiones contrarias, los dos grupos trabajaron en conjunto para establecer los códigos «deshistorizados» y despolitizados que sirven para interpretar el mayo del 68 en nuestros días.


Desde esta perspectiva, me interesa menos hacer un revisionismo de la «historia oficial» -ya se trate de la gran rebelión de los jóvenes encolerizados contra las restricciones de sus padres o de su corolario, la aparición de una nueva categoría social denominada «juventud»-, que la forma en que esta particular versión de la historia se impuso poco a poco y en la que los dos métodos o tendencias opuestas, subjetiva y estructural, convergieron para formular, a largo plazo, las categorías («generación», por ejemplo) a efectos de despolitizarla.


La paradoja de la memoria de mayo del 68 puede enunciarse simplemente: ¿cómo un movimiento masivo que sobre todo pretendía impugnar la apropiación de la política por los expertos, es decir, cuestionar la idea de esferas competentes «naturales» (especialmente en el ámbito de la política), pudo reducirse, durante los años siguientes, a un simple «conocimiento» del 68, sobre el que una generación entera de especialistas o autoridades autoproclamadas pudo sentar su valoración? El movimiento barrió las categorías y las definiciones sociales, estableció alianzas y conjunciones imprevisibles entre sectores sociales y personas de origen heterogéneo que lucharon juntas para solucionar sus problemas colectivamente. ¿Cómo un movimiento semejante se pudo reclasificar en categorías «sociológicas» tan estrechas como «medio estudiantil» o «generación»?


En este libro, en primer lugar, quise concentrar la mayor parte de mis esfuerzos en la forma en que la historia oficial consiguió adquirir su autoridad. El resto es el modo en el que formulé el proyecto inicialmente: ¿cómo se ha conmemorado mayo del 68 en Francia diez, veinte, treinta años después del acontecimiento? Pero durante el trabajo un segundo objetivo, no menos importante, se impuso progresivamente: recordar, o más bien resucitar, un clima político del que no quedan más que rastros; en otras palabras, dar una «segunda vida» a mayo del 68 distinta, tanto del aspecto social de los sociólogos como del testimonio de los que pretendieron, a toro pasado, encarnar la memoria oficial del movimiento.


Si mi objetivo era revelar de qué manera se impuso la historia oficial progresivamente, para ello debía no sólo liberar los años post 68 de la tutela de sus antiguos protagonistas, los que formaron la «generación» de estrellas de los años ochenta, sino también de un conjunto de categorías sociales dominantes, como «jóvenes rebeldes», por ejemplo.

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