domingo, 4 de mayo de 2008

Capitalismo, imperialismo y gaullismo


De Rebelión


Los acontecimientos del 68 fueron, sobre todo, un rechazo masivo de miles, o incluso de millones de personas, a seguir concibiendo la sociedad de manera tradicional, es decir, como un conjunto de categorías delimitadas y separadas. Por lo tanto, me pareció que escribir la historia de ese rechazo, de su establecimiento en la memoria y de su olvido, exigía una forma distinta, otro tipo de relato que, como el propio movimiento, estaría al mismo tiempo más acá y más allá de la sociología, que se esforzaría por reanudar la crítica filosófica de los escritores y activistas que realizaron, durante la época del 68, un esfuerzo constante para comprender qué ofrecía la política posible y para pensar la acción histórica.


Mi elección, pues, recayó en los intelectuales y militantes para quienes mayo del 68 constituyó un momento clave, o incluso el acto fundador, de su trayectoria intelectual y política: los filósofos Jean-Paul Sartre, Alain Badiou, Jacques Rancière, Maurice Blanchot y Daniel Bensaid; el activista y editor francés François Maspero; y los militantes y escritores Martine Storti y Guy Hocquenghem. Después, en una segunda fase, me dirigí al lenguaje específico de la época y a las prácticas de protagonistas, generalmente anónimos, que formaban los comités de barrios y fábricas: obreros, estudiantes, campesinos y todos los demás que se unieron para cuestionar el sistema en su conjunto, no en función de sus propios intereses, sino en nombre de los intereses de toda la sociedad.


Mi investigación con respecto al lenguaje político del movimiento de mayo del 68 no se satisfizo con la inestimable compilación de documentos realizada por Alain Schnapp y Pierre Vidal-Naquet en 1969. Consideré que las películas documentales, las pequeñas publicaciones, los numerosos folletos fotocopiados, las revistas, a menudo efímeras, y también los comentarios escritos en directo, me resultaban más útiles que las interpretaciones -de Edgar Morin, Claude Lefort o Michel de Certeau, entre otros- tan admiradas después. Efectivamente, basta con dirigirse a los panfletos y octavillas recopilados por Schnapp y Vidal-Naquet para identificar claramente los objetivos ideológicos del movimiento de mayo del 68 en Francia, que se formularon, en realidad, contra tres cuestiones: capitalismo, imperialismo y gaullismo.


Entonces, ¿cómo hemos llegado, treinta años después, a este consenso en torno a mayo del 68, que ya sólo se percibe como una simpática «rebelión juvenil» con acentos poéticos, o como un cambio del estilo de vida? La respuesta se halla en las formas narrativas adoptadas por la historia oficial que, en general, cercan estrechamente el acontecimiento reduciéndolo entonces al mínimo. La primera de estas estrategias, la reducción temporal, interpreta literalmente la expresión «mayo del 68» como «lo que ocurrió durante el mes de mayo de 1968», reduciendo considerablemente, de esta forma, la cronología de los acontecimientos. Según esta óptica, «mayo del 68» habría empezado el 3 de mayo, cuando las fuerzas del orden enviadas a la Sorbona efectuaron las primeras detenciones de estudiantes, lo que desencadenó violentas manifestaciones populares en las calles del barrio Latino durante las semanas siguientes. Y terminaría el 30 de mayo cuando De Gaulle, esgrimiendo la amenaza de una intervención armada, anunció que no dimitiría de la presidencia y disolvió la Asamblea Nacional.


Por lo tanto, mayo del 68 se limita exclusivamente al mes de mayo, ni siquiera se extiende al de junio, durante el que, sin embargo, cerca de nueve millones de trabajadores de todos los ámbitos geográficos y sociales sin distinción, prosiguieron su huelga. Así, la mayor huelga general de la historia de Francia se encuentra relegada al último plano, igual que la génesis de la insurrección, cuyos brotes ya se podían encontrar al final de la guerra de Argelia, es decir a principios de los años sesenta. Ni la violenta represión del Estado que puso fin a los acontecimientos de mayo-junio, ni la violencia izquierdista que duró hasta principios de los años setenta se mencionan. Así se ocultan entre quince y veinte años del radicalismo político cuyos síntomas ya eran evidentes en la emergencia progresiva de una oposición, limitada pero significativa, a la guerra de Argelia y en la adhesión de numerosos franceses, a raíz de la enorme sacudida de las revoluciones anticoloniales, a un análisis «tercermundista» de la política global.


Dicho radicalismo político también fue obvio en las revueltas recurrentes, hacia mediados de los sesenta, de los obreros de las fábricas francesas, así como en la emergencia de un marxismo crítico, antiestalinista, reflejado en los innumerables periódicos que florecieron entre mediados de los años cincuenta y de los sesenta. En realidad, la coyuntura política francesa estaba dominada por un marxismo muy dinámico, tanto en el movimiento obrero como en la universidad -a través de las ideas de Althusser- y en los pequeños grupos maoístas, trotskistas y anarquistas, así como en la investigación como marco del pensamiento filosófico y humanista dominante desde la Segunda Guerra Mundial. Todo eso se desvanece, sin embargo, en favor de un relato en el que mayo del 68 brota repentinamente de la nada, de manera totalmente espontánea. Este olvido seguramente es el precio que hay que pagar para «salvar» el lindo mes de mayo en el que nació la «libertad de expresión».


Esta restricción de los acontecimientos exclusivamente al mes de mayo tiene repercusiones importantes. El encogimiento temporal no sólo establece, sino que además refuerza, la reducción geográfica del escenario de las actuaciones únicamente a la ciudad de París y, más específicamente todavía, al barrio Latino. Una vez más se echa una cortina sobre los trabajadores en huelga en los suburbios de la capital y en todo el país. Las pruebas de la solidaridad que se estableció entre obreros, estudiantes y agricultores en la provincia y en otros lugares se dejan en la sombra. Según algunas fuentes la provincia conoció, durante los meses de mayo y junio, manifestaciones más constantes y más violentas que París, pero la historia oficial no dice nada al respecto. Ni una palabra sobre lo que se vivió en las fábricas de Nantes, Caen y lejos de París, ni sobre la constelación de prácticas e ideas en cuanto a la igualdad que no pueden integrarse posteriormente en el actual paradigma liberal/libertario adoptado por numerosos ex protagonistas de mayo del 68. Como ejemplo significativo está el nacimiento, en la región del Larzac, de un nuevo movimiento campesino antiproductivista, a principios de los años setenta, que conocería una «vida posterior» en el radicalismo rural igualitario de la Confederación campesina con sus ataques contra McDonald y los productos modificados genéticamente (OGM), que no dejó ningún rastro en el discurso oficial de mayo del 68.


La historia oficial, para disimular su reducción narcisista de mayo del 68 exclusivamente a los límites del barrio Latino, intenta darle una cierta dimensión internacional. Haciéndolo oculta el único factor internacional en el que se puede afirmar con certeza el papel principal, en los acontecimientos franceses como en el resto -en las insurrecciones surgidas en Alemania, Japón, Estados Unidos, Italia y otros lugares-, de la crítica del imperialismo estadounidense y la guerra de Vietnam-. La importancia de Vietnam disminuyó considerablemente en las representaciones francesas de mayo del 68 hasta el punto, por ejemplo, de desaparecer completamente en las conmemoraciones televisadas de los años ochenta, únicamente en beneficio del asunto de la revolución sexual. Esta ocultación fue compensada con la creación de otra dimensión «internacional», la de toda una serie de rebeliones, a menudo informes y mal definidas, de jóvenes de los cuatro puntos cardinales del planeta, en nombre o a la búsqueda de la libertad y autonomía personales que Sarga July había definido como «la gran revolución cultural liberal/libertaria».


Después de reducir mayo del 68 a una búsqueda individualista y espiritual, los ex líderes estudiantiles y otros portavoces autorizados, en el momento de su vigésimo aniversario, ampliaron esta búsqueda a una generación global, a todo un sector de edad de todo el mundo, para el que la consigna de los años ochenta, «libertad», definitivamente (y de manera anacrónica) ha sustituido lo que considero que fue la aspiración profunda de los años sesenta: la igualdad.

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