(Alexander Cadena Polanco)
¿Cómo era la vida de Alexander Cadena antes de ser detenido?
Antes que nada, quiero agradecer a la CEDHU1 por el apoyo, a mí y a mi familia, para emprender la lucha ante las circunstancias injustas que estoy atravesando, pues -de la noche a la mañana- me convirtieron en un delincuente común, afectándonos emocional, económica y sicológicamente.
Mi vida era muy dinámica y rodeado de mi familia. Me ha gustado participar en actos deportivos, culturales y sociales en el cantón Pedro Moncayo, donde vivo. Debido a que mis padres son maestros, he vivido en un entorno social con gente de toda clase.
Fui abanderado del Pabellón Nacional y mejor estudiante de la Escuela “Alfredo Boada”. Fui presidente del Consejo Estudiantil del Colegio Nacional Tabacundo y segunda escolta del Pabellón Nacional. Fui presidente de las juventudes del Partido Social Cristiano de Pedro Moncayo. Soy egresado de Comunicación Social de la Escuela Politécnica Javeriana del Ecuador y estudié en Opening English. Viajé al exterior y durante cuatro años viví una experiencia muy buena de enriquecimiento cultural y académico.
Mi vida ha estado enmarcada en parámetros legales; he tenido fuertes cimientos desde el entorno familiar en cuanto a mi actitud como persona: actuar con ética, con moral, con transparencia y ser correcto en mis actividades. Tengo, aparte de lo profesional y de lo laboral, un criadero de gallos de pelea, lo cual me permitía recorrer todas las ciudades del Ecuador, incluyendo parte del territorio colombiano. Me permitía ganar muchas amistades, por eso conformamos un grupo de amigos con los cuales acudía a eventos y actividades en las que me comprometía.
¿Qué edad tiene?
29 años de edad.
¿Cómo está conformada su familia?
Mis padres, mi hermana menor y yo. Una familia bastante unida. El reducido número de integrantes hace que tengamos una estrecha relación con mis tíos y primos. Acostumbrábamos visitar a la familia, o la familia venía a visitarnos en Tabacundo; el lazo familiar ha sido muy fuerte. Ahora que atravieso esta circunstancia difícil, la familia demostró unión para sobrellevar esta pesadilla. La catalogo así porque no entiendo cómo de la noche a la mañana mi vida pudo cambiar tanto, trastornando todo mi entorno.
¿Aparte de la docencia, qué más hace la familia?
Mi hermana es egresada de Administración de Empresas, trabaja en una entidad bancaria y está en un cargo ejecutivo; además de la docencia, mi madre fue concejala del cantón Pedro Moncayo; mi padre fue vicerrector del Colegio Natalia Jarrín, en Cayambe, y rector del Colegio Nacional Tabacundo; asimismo, vicepresidente de los rectores y directores de la zona norte de Pichincha; fue presidente, a nivel deportivo, de los cantones Cayambe y Pedro Moncayo.
¿Ustedes son conocidos entre sus vecinos?
Por supuesto, tanto por las actividades de mi padre como de mi madre. Todo el mundo en la ciudad de Tabacundo y Cayambe reconoce el trayecto profesional que han tenido mis padres. Saben a lo que se han dedicado mis padres y hemos sido apoyados por la mayor parte de la ciudadanía, en las actividades políticas y profesionales que han desempeñado.
¿Antes de la detención, su familia o usted tuvieron algún inconveniente de tipo
legal?
Nunca hemos atravesado este tipo de problemas legales. Nuestra vida ha sido tranquila, para nada metidos en conflictos. Las bases que sentaron mis padres me han permitido ser una persona tranquila, pacífica, amigable. Salir del país me permitió abrir más mi visión y me permitió tener mucho vínculo social con personas de distintas nacionalidades: colombianos, peruanos; aparte de las personas que por trabajo van de la costa a Pedro Moncayo o Cayambe.
¿Quiénes de su familia militaron en el Partido Social Cristiano?
Mi padre fue vinculado al Partido Social Cristiano. Actualmente estamos retirados de la política.
¿Su padre llegó a ser autoridad en representación del PSC?
No, pero fue candidato a concejal. Mi madre sí fue concejala por el Partido Liberal. Cuando este partido desapareció ella se retiró de la actividad política.
¿Por qué lo detuvo la Policía?
Yo estuve de vacaciones en la empresa Tecni Máquinas, donde trabajaba. Era el segundo al mando. Mi labor consistía en buscar más trabajo para la empresa, llevar las maquinarias que hacía la empresa hacia las florícolas de Pedro Moncayo y de Cayambe. Después de un período de trabajo, y con la llegada de España de un primo, con su novia, pedí vacaciones para pasar con mi primo, pues con él viví cuatro años en ese país. Viajamos en mi vehículo a San Antonio (Venezuela), y de vuelta estuvimos en Muisne. Ese viaje lo hicimos con mi primo César Polanco, su novia Marisela Gómez y mi tío Luis Polanco.
Lastimosamente, la enfermedad de mi tío nos hizo adelantar el regreso. Llegamos a mi domicilio en Tabacundo. Los siguientes días pasé con mi primo, salimos a mis eventos de gallos. El viernes 22 de marzo, más o menos, hubo un campeonato mundial de gallos en Calderón, en la gallera “Espuela Los Revuelos”, ahí estuvimos varias horas de la tarde; luego fuimos a Cayambe, donde seguimos compartiendo licor y jugando gallos. Todo era bonito y disfrutamos mucho.
Como mi primo me invitó a Esmeraldas, me acerqué, la mañana del martes 25, a mi trabajo para solicitarle a mi jefe la ampliación de las vacaciones por una semana más.
En la empresa me encontré con dos colombianos, ex compañeros de trabajo, que habían estado tomando, y me invitan una cerveza; luego llega otro colombiano, también ex compañero de trabajo, quien nos invita una jaba de cervezas. Al terminar de tomarlas, me pide que le acompañe a Carapungo a retirar unos documentos que necesitaba. No me especificó qué documentos eran y le acompañé. Llegamos, llamó por teléfono pero nunca ubicó a la persona que debía entregarle los documentos. Seguimos departiendo más cervezas, inclusive, nos invitó una botella de licor.
Recibí una llamada de mi madre indicándome que debía regresar a casa porque mis gallos se habían golpeado. Saliendo de Carapungo encontré un autobús estacionado a la derecha y había unos conos en la mitad de la vía; como no me daba paso, saqué la mano, retiré el cono y le rebasé. Por esta acción, un agente de tránsito me hizo parar, me pidió los documentos y al darse cuenta que mi aliento tenía licor me bajó del vehículo y me condujo en motocicleta a las instalaciones de la Jefatura de Tránsito de Carapungo.
Esperé 15-20 minutos hasta que me hagan la prueba de alcoholemia, lo cual reconozco que fue un error. Posteriormente ingresó mi vehículo conducido por un policía de tránsito y les baja a los ciudadanos colombianos que estaban tomando conmigo. Hicieron un cacheo y fuimos trasladados a la Policía Judicial de Pichincha, por supuesta tenencia ilegal de armas, pues habían encontrado un par de revólveres, calibre 22, en la parte trasera de mi vehículo. Ese día hubo una audiencia oral en la cual manifesté al juez que nos hicieran algún tipo de pruebas, de huellas, o prueba de parafina -o no sé qué tipo más serán- para descartar mi responsabilidad sobre la tenencia de armas. No accedieron; no recuerdo el artículo que nos tipificó y con el cual nos daban algún tipo de fianza. Me hicieron unos exámenes médicos en los cuales no presentaba ningún golpe, ni trauma, ni nada por el estilo. Luego fuimos llevados a los calabozos de la Policía Judicial. El día posterior…
¿Qué pasó con los colombianos?
Con los dos fuimos trasladados. La tercera persona a quien le di la llave de mi vehículo para que lo estacionara bien, y el número telefónico de mi casa para que se avise a mi familia lo que me estaba pasando y vayan a retirar el vehículo, porque toda la documentación tenía en regla. Lo único por lo que podía haber sido detenido era por conducir en estado etílico. De esa persona desconocí el paradero desde ese día. Nos dieron el certificado del chequeo médico y nos llevaron a los calabozos de la Policía Judicial.
Cuarenta y ocho horas después mi abogado me dijo: de lo que hubieras estado detenido un mes por estar conduciendo en estado etílico, la próxima semana vas a salir; así que tranquilo. Pero ahí es cuando comienza mi encrucijada…
Al mediodía del 27 de marzo/08 nos sacan del calabozo a las tres personas. Imaginé que era alguna audiencia o trámite legal, pero fuimos llevados a los pisos superiores de la PJ-P. No sabía adonde nos llevaban. Llegamos a una habitación inmensa y desocupada, no sé en qué piso, en la que empezaron a colocarme papel periódico con cinta de embalaje en los ojos. Me vendaron y comenzaron las preguntas de unas supuestas armas, y de supuestas joyas. A lo cual yo manifestaba que no tenía nada que ver, que no sabía nada. Me hicieron unas pruebas físicas, luego me pegaron extendido las manos:
que levanta la mano por aquí, cuando quería bajar el brazo me pegaban en las costillas.
¿Pudo ver con qué le pegaban?
No, porque estaba vendado. Era un objeto delgado. Luego, al ver mi insistencia en el hecho de ser inocente comenzaron…
¿Qué tiempo duró eso?
Unas dos horas, más o menos. Al ver que no aceptaba mi responsabilidad y mantenía mi inocencia empezaron a golpearme con las palmas abiertas en las orejas; luego me llevaron a otra habitación, donde me esposaron. Me acostaron boca arriba y colocaron una silla sobre mi pecho; me pusieron una franela húmeda sobre la boca y sobre la nariz, obstaculizándome la respiración. Cada acto que hacían me decían que les colabore, que va a ser mejor porque después viene lo peor. Al ver mi insistencia en que no era responsable de lo que me inculpaban me echaban agua por boca y por nariz. Eso fue terrible, comencé a patalear, me movía; la persona que estaba sobre la silla llamó a otros dos más para que lo ayudaran: uno me sostuvo la cabeza, otro me abrió los pies y comenzó a pisarme en los tobillos.
Luego, escuché la voz de una mujer. Al inicio creían que era colombiano y… bueno, con palabras obscenas me…
¿La mujer?
La mujer se acercó y me pisó los testículos y cada vez que gritaba me echaban más agua. En un momento en que me sentí débil, se me nubló la vista, se me puso en blanco, sentí desfallecer, sentí morirme, perdí el conocimiento; no sé qué tiempo estaría así. Me despertaron echándome agua y golpeándome.
¿Cuántos eran?
Seis.
¿Algún momento pudo verles la cara?
Sí. Posteriormente pude divisar quienes eran. Luego cambiaron el agua por un tipo de gaseosa: no sé si era Coca cola, pero era un líquido con gas. Comenzaron a echarme por boca y por nariz. Se siente perfectamente cómo sube el gas: cómo le penetra por las fosas nasales y llega al cerebro. Es un dolor increíble, las burbujas en el cerebro le empiezan a uno como a explosionar. Un dolor increíble. Eso fue salvaje.
¿Qué les decía usted?
Que me investiguen lo que sea, que investiguen, que yo no tenía nada que ver, que nunca he asaltado, que no soy un delincuente, que averigüen bien quien soy. Cuando les dije que mi familia es honorable se rieron y me dijeron ya vamos a ver, ya vamos a ver si es que no aceptas esto. Lo único que hacía era ponerme en manos de Dios. No sabía hasta dónde llegarían ellos.
Temía por mi vida. Temía mucho y por eso empecé a rezar. Me encomendé a Dios y le pedía que ya no me sigan pegando, que no me maten; que investiguen bien la responsabilidad. Como nuevamente vi la muerte, pues los castigos se repetían, y al ver que ellos no paraban, decidí –supuestamente- colaborarles.
El momento que acepté “colaborarles”, me soltaron, me llevaron a un baño y me quitaron las esposas y la venda. Ahí vi a las personas que me torturaban de modo abominable. Eran los policías Héctor Díaz y Manuel Pinto, que estuvieron por el baño. Uno de ellos me dijo que me frote las manos ya que de la resistencia que oponía se me hinchó (por lo cual mi mano izquierda aún no me funciona bien: cuando cojo objetos pequeños no los siento.). Al ver que por lo menos no me hicieron nada yo dije sí, está bien, les voy a colaborar. Me llevaron a la habitación y vi la silla…
¿Sabía lo que significaba esa decisión para usted?
Lo que yo quería era que el tiempo pasara para que algún familiar llegue a las instalaciones, pregunte por mí y sepa lo que estaba aconteciendo conmigo.
En ese tiempo, ¿nadie se comunicó con usted?
No; nadie. Me llevaron a la habitación donde me practicaron el submarino, así llaman a ese tipo de tortura, y me percaté de la presencia del capitán Hítler Martínez, la subteniente Ana Erazo, el policía Ermel Ordóñez y Jorge Muñoz Chiles. Esas fueron las personas que me torturaron el jueves 27 de marzo. Torturas bien planificadas, que no dejan ningún tipo de huellas, de hematomas, ni nada por el estilo. Nada que se vea. Debido a mi supuesta colaboración, me llevaron a un lugar de reconocimiento en Solanda; luego a Carapungo (acompañado por esas mismas personas), en una camioneta doble cabina conducida por el policía Héctor Díaz; a mí me llevaban en la mitad, en el asiento trasero, y nos acompañaba un vehículo, un automóvil conducido por la subteniente Ana Erazo y con otro policía más. En ninguno de estos reconocimientos pude salir con mi abogado defensor, ni con algún agente fiscal. Esas fueron las personas que me sacaron de las instalaciones de la PJ-P.
¿Siempre fueron policías?
Siempre fueron policías, miembros del GAO2.
¿Qué le decían durante el recorrido?
Me amenazaban de muerte. Pedían que les colabore, que diga en dónde estaban las joyas. Yo les decía: no sé, creo que las joyas están en Solanda (fue la primera palabra que se me vino). Llegamos al sitio, les hice dar muchas vueltas; cuando encontré unos multifamiliares, y había una cancha de básquet en la mitad, dije: por aquí, por aquí fue que les vi. Me bajaron del vehículo y exigían la dirección exacta (casa), y yo les decía: es que todas se parecen, yo no sé, yo no entré a ningún domicilio. Ahí me dieron dos minutos para que corriera. Me dijeron: tienes dos minutos para escapar y rastrillaron las pistolas. Yo abrí la puerta de la camioneta y me senté donde me tenían, para que si algún rato decidían matarme por lo menos la sangre quede en el vehículo.
¿Qué hora sería?
No sé, pero era de madrugada. No había gente, ni nadie. Ni siquiera circulaban vehículos. Posteriormente nos dirigimos a Carapungo; les llevé al sector donde me detuvieron, igualmente les di una dirección falsa, por lo cual nuevamente me pegaron porque las indicaciones mías les condujeron a un terreno baldío. Regresaron y me dijeron pero si ahí no queda nada, es terreno baldío, yo les decía aquí les vi que viraron, no les puedo colaborar más. Nuevamente me golpearon. Decían que les diga dónde está y yo me mantenía en que -supuestamente- me había quedado sentado ahí, en mi vehículo. Ellos dijeron: bueno, mañana continuamos y me trasladaron a la Policía Judicial.
¿Cómo era la actitud de esas personas?
Se sentían presionados, querían conseguir culpables a como dé lugar, obligarme a aceptar algo que no cometí.
¿Usted ya sabía sobre el robo a la Joyería Terranova?
No. Entonces, me preguntaban algo y yo les decía otras cosas y por eso me pegaban. Otra vez pararon por Zámbiza y me dijeron: bueno, si nos vas a seguir colaborando aquí mismo te pegamos un tiro y te botamos aquí. Yo les decía es lo único que sé, por favor, no me maten.
¿Quién hablaba más?
El capitán Hítler Martínez, el que más me amenazó; y el policía Elmer Ordóñez.
Volvamos a la historia
Llegamos a las instalaciones de la Policía Judicial. Recuerdo que fueron dos policías uniformados que estaban ahí, sentados en un sofá grande. A ellos les dijeron: les encargamos a esta persona, me colocaron nuevamente el papel periódico y la cinta de embalaje y me amarraron con un cordón las manos; con cordón porque ya no podían colocarme las esposas debido a la hinchazón de mis manos. Me hicieron sentar en la alfombra y me arrimé a un escritorio que estaba ahí. No mucho tiempo después escuché unos pasos, pues habían trasladado a los dos ciudadanos colombianos que estaban detenidos conmigo. No pasaría mucho tiempo cuando escuchamos el Himno Nacional. Luego escuchamos pasos. Cuando nos dejaron solos la desesperación de los tres era: ¿qué nos iban a hacer, qué nos podría pasar?
¿Hablaron entre ustedes?
Sí, ahí el señor Granada me dijo ya no aguanto más, ellos nos van a matar. Aceptemos que nosotros hemos sido; yo prefiero estar detenido antes que sigan haciendo lo que me hacen. De la misma manera, Bastidas era el que estaba llorando, no podía ni hablar, no podía…
¿Qué edad tienen ellos?
Exactamente, no sé, pero el uno creo que tendrá unos 38 años; la otra persona unos 32 años. Mi relación con ellos fue de tipo laboral y no podría dar más información. Abrieron la puerta y uno gritó: que comience la fiesta. Nos levantaron, nos colocaron en distintas partes de la habitación. Entraron ellos y empezaron los gritos: que viva el GAO. Nos pedían que respondamos y repitamos: en dónde están; nosotros teníamos que responder: en el GAO. Nos dieron golpes de puño, patadas.
¿Las mismas personas u otras?
No. Otras personas.
¿Identificó a alguna?
Sí, a dos: el policía Jorge Espinoza, alias “Suzuki” y que había sido muy conocido por personas que han tenido la mala experiencia de pasar por las instalaciones del GAO, y otra persona que nunca pude descubrir los nombres y los apellidos, pero es un joven que le decían “Platanito” (utilizaba pendientes), entre otras. Comenzaron golpes de puño, patadas, me hicieron abrir las piernas y me golpearon en los testículos. Me caía de un lado, me levantaban ellos mismos; me golpeaban para el otro lado, me levantaban ellos mismos. Parecía que estaban practicando artes marciales con nuestros cuerpos, porque se les escuchaba correr y saltar. Siempre en medio de mofas y burlas. Luego sentí golpes con un palo, o con un objeto contundente, que del palazo que me dieron, caí de cara.
Fue un tiempo muy largo. Eran siglos. No sabía la hora que pararan. Todos nos repetían: a ver si aceptan lo que han cometido. Me pacería que entre ellos había una competencia por quien consigue que nos culpabilizáramos, porque después vino una persona que nos pasó tres fotografías. Golpeándoles, les decían a los colombianos: ¿reconoces a estos? Cuando decían que no, les pegaban más. Cuando me mostraron las fotos yo no dije nada, pero como las otras personas habían dicho que sí, les trajeron y nos hicieron un supuesto careo.
Ahí me sacan las vendas y me doy cuenta de la presencia del policía que no sabía su nombre. Era una persona alta, fornida, de tez negra, al que le decían “Suzuki”. Él tenía un palo de madera, como bate de béisbol. Había otras personas pero no pude divisarlas porque, en el careo, nos obligaban a agachar la cabeza.
¿Cómo eran esos detenidos?
Parecían ciudadanos normales. Escuchaba que a otras personas les seguían pegando en otra habitación. Nos vendaron. Me levanté y divisé por debajo de la venda el piso; me encontraba en un piso muy alto e iba a tomar una decisión que es la primera vez que comento, ni siquiera mi familia lo sabe, pero yo iba a tomar la decisión de saltar de ahí, amarrado. Ya no aguantaba más. Era tan duro lo que estaba atravesando que yo mismo ya no quería seguir viviendo. El muchacho Granadas, dijo: yo sí voy a firmar, y yo le dije pero cómo vamos a firmar si no hemos cometido nada. Dijo: Álex, pero ellos son capaces de matarnos…
Para ese momento, ¿lograron comunicarse con sus familias?
No. Estuvimos incomunicados dos días. En la noche, alguien me subió la venda y me indicó unos documentos y me dio un esfero para que firmara; yo le dije que qué documento era y que yo tenía abogado. Él me golpeó y me dijo: ¿qué, quieres subir nuevamente para hacerte otra vez lo que te hicimos ayer? Eran los torturadores iniciales.
¿Se acuerda al nombre de esa persona?
No. Me subió la venda y como empezó a golpearme, preferí no levantar la vista. Luego llegó otra persona y me dijo: ah, con que no quieres firmar. Sabemos que tu hermana se llama así… vive en tal dirección, trabaja en tal parte. Entonces, diremos que ella dio datos para facilitar el asalto a tal institución. Les imploré que no le lleven a mi hermana, que éramos inocentes, que no teníamos nada que ver, pero si quería que firmara cualquier documento, yo iba a firmar. Así es como tomo la decisión de firmar el documento en el cual me he estado autoinculpando y culpando a tres personas que nunca en mi vida había conocido.
¿Vio el rostro de la persona que le exigía firmar?
Tampoco. Pero cuando me hicieron firmar vi al capitán Martínez, al policía Héctor Díaz, Jorge Muñoz Chiles, Elmer Ordóñez. Más o menos por la voz, Elmer Ordóñez fue quien me amenazó con lo de mi hermana. El capitán Martínez llamó por teléfono y dijo: ya, en cinco minutos está aquí, esperemos. Llegó un abogado que firmó el documento y salió. A nosotros nos bajaron. La firma del documento no se hizo delante del fiscal Patricio Navarrete, ni en presencia de mi abogado, que para ese entonces tenía designado. Los que nos hicieron firmar fueron los mismos policías y llamaron al abogado para que firmara el documento. Era un abogado de apellido Lozada. Él se prestó para firmar ese documento como que hubiera estado presente en las investigaciones. Nos bajaron a los calabozos y desde ese momento comenzó la presión sicológica.
El día lunes 31 me sacaron a una supuesta verificación; de no ser por la presencia de mi padre y de mi tío Mario Cadena, que- inclusive- se subieron a la camioneta (una camioneta doble cabina de la Policía) no sé adónde me llevaban, no sé qué iban a hacer conmigo.
¿Ahí recién veía a su padre?
Exactamente. Al verme nervioso, mi padre -porque para eso yo había firmado el documento-… los policías reaccionaron mal contra mi padre y mi tío, al ver que ellos les dijeron: ¿adonde le llevan ami hijo? Ah, es su hijo, señor. No se preocupe, no le va a pasar nada, dijeron, cambiando de actitud. Inclusive manifestaron que si quería comprarme algo lo haga: cómprele cigarrillos, cómprele colita, cómprele lo que usted quiera. Al ver que sale la camioneta, mi padre corre a su automóvil, se embarca y hace gestos de seguirnos, ante lo cual la camioneta se dio vuelta la manzana, regresamos y me dejaron en las instalaciones de la PJ-P.
Después llegó mi abogado (el anterior, de apellido Manzano) y le comuniqué que fui torturado. Le dije que me obligaron a firmar un documento. Él me retó por haber firmado. Yo le dije si usted hubiera pasado por mi experiencia hubiera hecho lo mismo, y hubiera firmado diez veces más de lo que yo firmé. A las diez y media me sacaron un examen médico en el cual está comprobado que hubo tortura. Presenté hematomas por todas partes del cuerpo, especialmente en los glúteos. Esos fueron los hematomas más grandes que tuve. El mismo médico del ministerio público determinó incapacidad de cuatro a ocho días… deben haber sido ocho días que yo permanecí sin poder acostarme porque estuve hinchado; no podía acostarme, no podía acomodarme de ningún lado. En adelante, las amenazas de muerte y la presión sicológica al darse cuenta de que la CEDHU empezó a actuar, por la presencia de la doctora Consuelo Cano, se alarmaron; me amenazaron de muerte el capitán Martínez, el policía Ordóñez: que si hablaba, les iba a pasar algo a mis padres; que si decía algo, me iban a matar.
Llegaban a las 22h30-23h00. A veces estaba dormido, gritaban mi nombre y me despertaba asustado. Abrían el calabozo y cuando me levantaba decían no, no, mañana venimos por vos, acuéstate que venimos mañana por vos. Se reían. Yo tomé una decisión: un policía que al cuidado de los detenidos, me prestó su celular para comunicarme con mi padre y le dije: papi ya no aguanto, ustedes saben que nunca he cometido nada; es más, ese día que supuestamente me culpan del asalto estuve con mi familia, me vieron muchas personas en Tabacundo. Usted sabe que soy inocente pero temo por mi vida y me den los años que me den no hagan nada. No hagan nada. Dejen. Prefiero estar preso antes de que me maten o antes de que les maten a ustedes. Escuché que mi padre rompió en llanto. No te preocupes, me dijo. No voy a permitir que te maten. Confía en mí que te voy a sacar de ahí. Fue muy duro. Pasé un mes y ocho días en los calabozos de la PJ-P, en condiciones infrahumanas.
¿En la PJ-P?
Sí. No podían llevarme al CDP3 porque ahí han sabido hacer exámenes médicos antes de ingresar a los detenidos y yo presentaba hematomas. Se pidió mediante la CEDHU que me realicen exámenes médicos, la Cruz Roja, un médico particular, pero nunca dejaron que ingrese ningún médico a revisarme. Me automediqué Apronax para el dolor de cabeza y del cuerpo. Soplaba botellas porque no aguantaba mis extremidades. Temía que alguna costilla esté fracturada, o algo. No podía comer por eso algunos detenidos me daban de comer en la boca. Así fue mi estadía en la Policía Judicial: con temor de que me mataran o que hicieran algo en contra de mi familia. Algo que siempre estará grabado, yo no sé si sicológicamente está mal pero de la mayor parte de esos miembros de la policía del GAO, o del DIAD4, no sé exactamente a qué grupo pertenecen ellos, pero sicológicamente como que están mal porque inclusive los tonos de los timbres de los teléfonos, más que todo del capitán Martínez, suenan a o se escucha torturas, gritos de personas a las que han estado torturando. Eso es lo que yo pienso, no; que sicológicamente están mal.
Transcurrió el tiempo; la presión sicológica, las amenazas de muerte. Gracias a Dios fui trasladado al CDP, ahí estuve unos cuatro meses, en condiciones infrahumanas, espacio reducido, o aglomeración de gente, solamente dos horas para salir al patio. Un día hicieron requisa, creo que doce-una de la mañana, nos sacaron agentes del GOE5 a todas las personas que estábamos en el tercer piso, en plena lluvia nos hicieron desvestir, hacer ejercicios físicos. Se pierde hasta la dignidad, no. Recibí llamadas al número del teléfono que está cerca de la puerta del tercer piso: dos o tres ocasiones, diciendo que cuando sea trasladado al Penal o a alguna de las cárceles, me iban a matar. Tomé la decisión de acudir al departamento de Sicología en el CDP y el sicólogo, doctor Ortiz, me dijo que no temiera que esas amenazas son normales y que de todas maneras perro no come a perro, entre gente dura no pasa nada.
¿Reconoció alguna voz de las llamadas telefónicas?
No. Llegó mi día de traslado. Incertidumbre, pánico por no saber qué iba a pasar con mi vida. No sabía si esas amenazas se iban a cumplir, en qué sitio me estaban esperando. Me comuniqué con mi padre, le dije papá: estoy siendo trasladado, no sé adonde me llevan y mi padre se desesperó. Fui traslado a la Cárcel #3. Primera vez viviendo esos momentos, no. No sabía adonde me llevaban, no sabía cómo eran las cárceles, lo que generalmente se escucha, no, que hay peleas, muertes; todas esas cuestiones. Yo entré en pánico. Llegué a la Cárcel #3 y ex compañeros del CDP me recibieron, me ubicaron en el pabellón C, en la celda 2, ahí permanecí hasta el día que logré comprobar mi inocencia, que hemos comprobado las torturas y que hemos comprobado las violaciones al debido proceso.
Mi permanencia ahí casi lo hice aislado, pero aprendí e hice artesanías.
¿De qué tipo?
Collares. Para pasar el tiempo me dediqué al gimnasio, a leer y al deporte.
¿Qué lecturas hacía?
Siempre me ha gustado Paulo Coelho; los libros de él me hacían bien y pensaba en la libertad, no. Me refugié en la Biblia, acudí a todo tipo de reuniones: católicas, cristianas, de testigos de Jehová. El deporte que practicaba también me permitió integrarme en el ambiente, a pesar del temor que sentía.
¿Algún texto especial que recuerde?
Una lectura como “Verónica decide morir”, de Paulo Coelho. Párrafos bíblicos que yo decía: bueno, si Jesucristo tuvo que estar detenido, muchas veces abusado, que también lo torturaron... Eso me daba fuerzas, y el hecho de sentir el apoyo de mi familia que incondicionalmente los días miércoles, sábados y domingos estaban acompañándome, me dio fortaleza para soportar esa difícil experiencia que pasé en la cárcel.
¿Y qué dicen los detenidos acerca de la tortura?
Hay distintos puntos de vista. Muchas personas que han sido víctimas de tortura y están sentenciadas por un hecho que no han cometido, pero que en base a torturas les obligaron a firmar un documento, tal y cual pasó conmigo, el sentimiento de impotencia, sentimiento de resignación, de sentirse impotentes al no tener los recursos necesarios o el apoyo de la familia para enfrentar a toda una base bien cimentada como es la Policía Nacional o ciertos miembros de la Función Judicial, entonces, sienten resignación. Muchos de ellos habían sido abandonados por las esposas, han perdido familia.
Conversé con personas que habían sido catalogadas como gente muy peligrosa y me conmovió mucho porque les vi llorar y sentirse impotentes ante la arbitrariedad de las cuales han sido objeto, tanto ellos como la familia, porque –como le decía anteriormente- por ser catalogados como gente de alta peligrosidad, inmediatamente que ocurre algo los miembros de la Policía, específicamente GAO y DIAD, asedian a la familia.
Muchos de ellos han sido obligados a continuar con la vida delictiva, amenazados de muerte. Eso me hizo comprometerme con mucha gente que ha sido víctima de tortura, gente inocente que está sentenciada o va a ser en otros casos sentenciada por actos que no ha cometido, pero por el hecho, quizás, de no tener la solvencia económica, o de sentirse solos, de no tener el apoyo de instituciones, el apoyo de su familia, o por temor mismo a su propia vida o de la familia no han hecho nada, deciden resignarse.
¿Hay diferencia en estar detenido en la PJ-P y en el CDP?
Totalmente. En la PJ-P me sentía en la boca del lobo, el verles a ellos, el temor por mi vida, si seguiría vivo o no; eso no me dejaba dormir; en ningún momento podía cerrar los ojos, yo sentía que me iban a sacar, que me iban a matar. Presentía lo peor.
En cambio en el CDP, por lo menos la presión sicológica no hubo, dejaba a un lado el temor por mi vida. Hasta cierto punto me sentía protegido porque la gente que está detenida hace una hermandad. Me sentía apoyado en todo momento. En el CDP pasé a formar parte de la directiva, fui vicecaporal del tercer piso, secretario. El apoyo de esa gente me permitió reaccionar ante lo que estaba pasando, porque al principio quería que me pongan los años que sean pero que ya no me sigan maltratando.
De lo que le hicieron, ¿qué considera lo más grave?
Sicológicamente le destrozan a uno. El ser humano se siente como que es una basurita, como que es insignificante en la vida… Cuando obtuve la libertad no sabía qué rumbo coger. Medios de comunicación que tuvieron la osadía y la audacia de afirmar que éramos delincuentes, inclusive, a fines de año salió como el robo del año el asalto a la joyería Terranova, eso ha dejado indiscutiblemente secuelas tanto sicológica, moral. Actualmente me siento incapaz de hacer algo.
Han transformado mi vida. Yo era una persona arriesgada y emprendedora; ahora prefiero no arriesgar, prefiero ser mesurado…
¿Cree que esto pasará algún día?
Sí. Con la ayuda de mi familia y con la ayuda que nos están brindando ustedes y la Defensoría del Pueblo. Ahora tengo que empezar una etapa muy fuerte. Nos enfrentamos a un monstruo. Es una lucha de David contra Goliat, pero estamos demostrando que sí se puede. Tenemos que conseguir que esto sirva de precedentes, no queremos dejarlo ahí.
¿Qué siente cuando se acuerda de los rostros de esas personas?
Eso lo dejo en manos de Dios. Él es el único que sabrá pedirnos cuentas sobre los actos que hemos cometido aquí. Estoy totalmente dispuesto a seguir colaborando y luchando para que esto no quede en la impunidad y los responsables paguen por los hechos que cometieron. Sería trágico que el pueblo ecuatoriano esté siendo vigilado por ese tipo de malos elementos policiales.
¿Ha cambiado la vida de Alexander Cadena?
Ha tenido un giro de 360 grados, especialmente desde cuando aparecimos en los medios de comunicación masiva. Cuando salgo a la calle muchos me quedan viendo, no sé si dirán este es el delincuente, o no sé; por otra parte, otros se acercan a brindarme el apoyo para que me mantenga en la lucha.
¿Qué les pide usted a los medios de comunicación?
Que actúen de forma transparente y que emitan criterios con fundamentos. Cuando estudié comunicación social los profesores me decían que hay que tener ética profesional. Eso es lo que he dicho en los medios de comunicación, que tienen que ir a las fuentes, darse cuenta de si lo que van a publicar es verdad o no, porque descubrí que en la la Policía Judicial hacen el “armage” de supuestas bandas. Nosotros entramos pos supuesta tenencia ilegal de armas y nos ponen con tres personas que estaban detenidas ahí, así se forma la supuesta “banda de asaltantes de la joyería Terranova”.
Hubo el caso de un chico que ingresó por falsificación de la cédula de ciudadanía y le mezclaron con un chico que estaba por roba carros y dos personas que habían estado robando un domicilio por Sangolquí, uno de ellos había sido colombiano y ante la prensa dieron una rueda diciendo que era una banda internacional de roba carros. Ahí me di cuenta de cómo ha sido el armage de bandas.
¿Le gustaría ser periodista?
Fui asistente de locución en Francisco Estéreo y en “Sabor Mix”, en Radio Rumba. Tenía un programa en Radio Futura. Si algún momento retomo un medio de comunicación será para tratar temas más importantes para la gente. Por ahora pienso seguir Jurisprudencia-Derecho porque creo que mucha gente necesita ayuda.
¿Qué pasó cuando los presentaron ante los medios de comunicación?
Nos embarcaron, esposados, en un vehículo cerrado totalmente, parecido a los que llevan caballos. No sabía el objetivo de habernos sacado de las instalaciones de la PJ. Al rato, escuchamos un grito de un miembro del GOE que abrió la puerta y nos obligó a ponernos unas camisetas a rayas naranja con blanco. Nos dijeron que no digamos nada y que solo miremos a los medios de comunicación. Nos colocaron las manos hacia atrás de modo que cuando nos apretaban nos dolía. Nos ubicaron en una sala desocupada, ahí nos arrimaron contra la pared a unos dos–tres centímetros de la pared y cuando regresábamos a decir algo, nos golpeaban la cabeza contra la pared…
¿Delante de los periodistas?
Delante de ellos no. Ahí nos exigieron que nos mantengamos en silencio porque caso contrario nos iba a pasar algo.
¿Hubo otras amenazas?
Con subametralladoras nos ponían en la espalda, nos golpeaban con eso. Un policía del GOE, con pasamontañas, me dijo: o sea que tú también eres. Le digo no soy, yo estuve en Tabacundo ese día; se rió y me dio con la subametralladora en la espalda, me presionaba para que no dijera nada.
¿Qué preguntan los periodistas en esas circunstancias?
Si es que éramos los asaltantes, que dónde… No dejaron que se acerque a mí nadie. Me acuerdo que un reportero de Ecuavisa quiso acercarse a mí pero el miembro del GOE me empujó. Yo quería gritarles: soy inocente. Investíguenme. Me torturaron, pero al mismo tiempo temía por mi vida, todavía estaba en la Policía Judicial y estaba dispuesto a aguantar los años que sean necesarios con tal de que no sigan golpeándome, ni que atenten contra mi vida ni la de mi familia. No pude decir nada…
Lo único que me importaba era que mi familia y las personas que me vieron allá sabíamos que era inocente. Y también el agradecimiento a la gente de Tabacundo, la gente de Cayambe y acá de Quito por el apoyo que han brindado a mi familia. El recibimiento que me brindaron cuando llegué allá; es más, acá en el Tribunal Tercero de lo Penal, el día de la audiencia hubo mucha gente de Tabacundo, incluyendo concejales. Mi vida, desde la detención ha cambiado totalmente, al ser objeto de persecución que actualmente estamos viviendo tanto mi familia como mi persona prefiero no seguir…
¿Siguen las amenazas?
Sí. Hay fotografías en que miembros del GAO, el mayor Diego Erazo, está con dos camionetas, vidrios polarizados por el domicilio de mi tío, con largavista, tomando fotografías; de esto ya tienen conocimiento muchas instituciones.
Ya que lo menciona, ¿el mayor Diego Erazo participó en las “investigaciones”?
Según un parte elevado por el policía Muñoz Chiles, él había participado y fue quien nos había golpeado con el bate.
¿Usted lo vio?
No. No porque permanecí vendado durante el castigo.
¿Ha escuchado que lo relacionan con las FARC?
Sí. No sé si darle o no importancia. Primero porque es de una llamada telefónica de un supuesto agente de policía que afirma que soy miembro de las FARC, además, acepta que nos golpearon pero que no hubo tortura. No sé cómo catalogan ellos la tortura. Ellos tratarán de hacer hasta lo imposible por mantener esa mentira que lo dieron en rueda de prensa y engañando al pueblo ecuatoriano y al señor Presidente de la República, pues tratarán a como dé lugar de catalogarnos como personas de extrema peligrosidad. Pido que demuestren con pruebas que soy miembro de las FARC. Yo les he invitado en programas de televisión y medios escritos para ver quién es el que está mintiendo. Si asalté o no la joyería, y si ellos me torturaron o no.
¿Ha cambiado su criterio sobre la Policía, luego de la experiencia vivida?
Totalmente. No puedo conceptualizar a toda la institución policial porque debe haber buenos elementos, pero a partir de mi detención y de las torturas de las cuales fui objeto el modo de investigar de ellos me deja mucho que desear, me avergüenza como ecuatoriano porque mucha gente extranjera ha sido objeto también de tortura y eso deja mal el nombre de nuestro país, que en pleno siglo XXI se siga utilizando ese tipo de artimañas para obligar a involucrar a gente inocente y declararles culpables.
¿Qué piensan hacer como familia?
Me siento comprometido con mucha gente que sé de su inocencia y sé que ha sido víctima de tortura, y sé que mi caso no es asilado, sino que mucha gente detenida o por tortura es por los malos miembros de la Policía, del grupo GAO y DIAD, específicamente. Estamos acudiendo a instituciones tanto gubernamentales como particulares y privadas para exigir que se actúe de manera transparente durante todos los procesos penales que quedan pendientes en lo mío, para sentar un precedente y que esto no quede en la impunidad y, de ser posible, que estos malos miembros policiales sean sancionados, tanto administrativamente, disciplinariamente, y penalmente.
¿Algunos medios afirman que demandarán a la Policía?
Eso se analizará. Ningún oro del mundo enmendará el sufrimiento que atravesé, igual mi familia. Mi madre estuvo a punto de morir al ver las circunstancias por las que estaba atravesando. Lo económico queda en segundo plano. El objetivo principal de la lucha es que se erradique definitivamente la tortura de nuestro país, que esto sirva de precedente para que nunca más se vuelva a violar los derechos de las personas, los Derechos Humanos, y ese es el enfoque que nosotros tenemos. Si bien es cierto que tenemos todo el derecho de seguir algún tipo de demanda al Estado, lo analizaremos.
¿Qué sentimientos les mueve?
Sentimiento de amor a mucha gente que se portó bien conmigo en la cárcel, sentimiento de gratitud, de… un compromiso con ellos, porque la actitud que demostraron con mi familia, y con mi persona fue muy noble. Nunca, ni quien les habla, ni mi familia fue objeto de robo por parte de ellos, o alguna cuestión. Siempre hubo un respeto, hubo una cordialidad, hasta –si cabe el término- familiaridad con muchas de las personas que están detenidas.
Finalmente, ¿retomará, o ya retomó, las peleas de gallos?
Sí. Es mi pasión. Es, inclusive, hasta mi ingreso económico. Claro que lo haré a su debido tiempo, tomando todas las precauciones del caso porque, como le dije anteriormente, me da miedo de que ocurra algo con mi vida, como con la vida de mi familia, y de eso responsabilizamos directamente tanto a los miembros del GAO y del DIAD en el supuesto de que nos pasara algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario