miércoles, 8 de abril de 2009

Democracia participativa: finalmente representativa y deliberativa

II PARTE
FRANCISCO MORELOS BORJA ,

Fuente: La Jornada de Michoacán


El interés no sigue normas estables, sigue las inclinaciones, cambia con el tiempo y se acomoda a las circunstancias

Bossuet

La semana pasada escribíamos en este espacio cómo los intentos, primero en la antigua Grecia y luego en la Francia post-revolucionaria de los albores del siglo XIX, por implantar instancias de gobierno a través de la democracia directa habían fracasado. Sin embargo, el exigente ideal ateniense no sólo no ha desaparecido desde la Revolución Francesa, por el contrario ha vuelto, apremiantemente, porque la necesidad de legitimar las decisiones de los gobiernos se ha vuelto indispensable en el manejo de la gobernabilidad de una nación.

Si bien la democracia representativa prevalece en las constituciones contemporáneas, ellas se han ido poblando de formas semidirectas como el plebiscito, el referéndum y la iniciativa popular y por otro lado han proliferado las encuestas, que en última instancia son los mensajeros avanzados del retorno ateniense.

Pero no debemos olvidar la historia, como diría Ortega y Gasset: la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en la milicia, la democracia en el corazón y en la costumbre, es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad. No hay que olvidar que fue precisamente la democracia al extremo de querer reducir al mínimo la representación la que llevó a dos grandes naciones al despotismo (la Grecia antigua y la Francia Revolucionaria).

Que nadie se confunda, estoy convencido que los sistemas políticos democráticos son los mejores. La intención es comentar el diferente grado de representación que se puede vivir en los regímenes democráticos.

La democracia necesita que la lideren hombres con virtud, de otro modo lo que se conseguirá es ir contra lo mismo que se pretende defender y estimular. Los políticos cada vez en mayor número se ven tentados a explotar la democracia, en donde ésta se constituye no como un medio para alcanzar la justicia social, sino como una herramienta que se pervierte por la retórica para manipular y movilizar a las masas para obtener, en primer término, un provecho en realidad faccioso o hasta personal.

No niego los beneficios de la democracia participativa, pero no me hago ilusiones respecto a ella mientras no esté bien regulada y prevalezca, tanto por un lado, un pueblo poco y mal informado, como por otro, abunde la ambición y la discrecionalidad entre muchos que llegan -o quieren llegar- al poder o -más precisamente- a gobernar.

Es bien sabido que las generalizaciones en ciencia política prácticamente no tienen cabida, pues lo que es válido para un pueblo en un tiempo determinado no opera para otro pueblo, ni para el mismo en otro momento. Esto significa que el contexto -como dice Nohlen1- hace la diferencia. Así, si en teoría las diferentes figuras de democracia participativa son en principio buenas para cualquier sistema político, las circunstancias particulares de una sociedad finalmente determinarán un resultado también particular, sea positivo o no.

Siguiendo al autor alemán ya citado, coincidimos cuando afirma que la cultura política es actualmente la variable más importante en el desarrollo de la democracia en América Latina y cuando advierte, por ejemplo, de la sobreestimación de los referéndums por los impulsores de los mecanismos de participación directa, debido, entre otras razones a: que comúnmente no se pondera que el abstencionismo suele ser alto; que es inevitable el reduccionismo al tener que plantear una o pocas preguntas a un electorado que debe contestar en términos de sí o no; que la respuesta depende mucho de cómo se estructura la pregunta (tal fue el caso de la consulta popular en el DF sobre la reforma a Pemex) y; que la motivación del voto por un sí o por un no a menudo tiene más que ver con otras situaciones que con la misma pregunta.

Respecto a la participación directa en toma de decisiones políticas a nivel municipal han sido claramente reconocidas las experiencias tenidas en algunas poblaciones brasileñas, no obstante, estudios comparativos han mostrado que estas formas de ejercer el gobierno no han generado sistemáticamente mejores -ni peores- resultados de políticas públicas. Es interesante que en la ciudad de Puerto Alegre, que en este sentido es paradigmática, el partido que introdujo estas formas de participación ciudadana haya perdido las siguientes elecciones municipales.

¿Hasta dónde los gobernantes deben seguir al pie de la letra lo que opina un grupo más o menos amplio en una consulta? Es decir, ¿cómo definir el grado de vinculación entre la expresión popular y el actuar gubernamental? Por supuesto que se deben atender los reclamos sociales, pero situación muy distinta es que la toma de decisiones importantes de nuestro país, estado o municipio estén basadas en encuestas de opinión universal o, peor aún, que dependan de un momento político aprovechado por líderes populares que sistemáticamente buscan disminuir la autoridad y legitimidad del gobernante en turno.

Sin duda, debemos procurar una sociedad viva e involucrada de diversas maneras con la problemática que la aqueja, o simplemente con las acciones de gobierno. Debemos todos contribuir, desde el gobierno o como ciudadanos, a construir tejido social que dé soporte y atención a los retos comunes. Sin duda, parte de este camino es transitar a una democracia donde la participación ciudadana juegue un papel más estelar. Pero no habremos de hacerlo sin reflexionar seriamente en los cómos. De entrada, parece prudente que finalmente estemos por una democracia sanamente representativa y que no conviene debilitar, simplemente por debilitar, a los gobiernos, restándoles autoridad al transferir a instancias “populares” decisiones que requieren información específica y planeación sistematizada que garanticen un real beneficio social. Por lo tanto, de entrada, se antoja que las cuestiones puestas a consideración de la participación ciudadana se dirijan focalmente hacia los sectores verdaderamente interesados y adecuadamente informados en el asunto. Esto es, conservar un sistema democrático representativo/delegacional que promueva y considere seriamente la participación ciudadana, pero fundamentalmente deliberativa y con responsabilidad.

Estemos atentos, en los últimos años en América Latina hemos tenido movimientos políticos, que bajo el estandarte de la democracia directa y la participación ciudadana, han pretendido impedir el funcionamiento del sistema político vigente y a través de medidas populistas, meramente asistenciales y transitorias, ganar simpatías electorales, hasta lograr acceder al poder y una vez en él retornar al autoritarismo. Un buen -o mal- ejemplo lo representa Bolivia con Evo Morales.

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