Editorial
El espejismo de la inversión extranjera
De acuerdo con información proporcionada ayer por la Secretaría de Economía (SE), la inversión extranjera directa (IED) en nuestro país se desplomó 36 por ciento en los primeros tres meses de 2008. El fenómeno, que es atribuido por las autoridades económicas nacionales al proceso de desaceleración que vive la economía de Estados Unidos, principal fuente de IED, con 69 por ciento del total, no deja de resultar preocupante, tanto por el monto del desplome –equivalente a más de un tercio con relación al mismo periodo de 2007–, como porque constituye un indicador claro del fracaso de la política económica que ha seguido nuestro país en las últimas dos décadas.
En efecto, la caída de la IED en México contradice una de las premisas fundamentales del argumento que, en materia económica, han esgrimido las sucesivas administraciones a partir de la de Carlos Salinas: la necesidad de convertir a México en un país atractivo para los capitales extranjeros. Para lograr ese fin, los gobiernos federales han realizado concesiones prácticamente ilimitadas a los grandes capitales extranjeros: han desmantelado el sector público mediante la privatización voraz de sus empresas y limitado severamente la capacidad reguladora del Estado; han incentivado la apertura indiscriminada de los mercados nacionales y permitido a los dueños de las grandes fortunas diferir e incluso exentar el pago de impuestos, y han adoptado medidas que perjudican a la clase trabajadora y contribuyen a la destrucción del tejido social, como la contención salarial injusta, la destrucción de los sindicatos, la derogación de conquistas laborales, sociales y agrarias, y la clausura de organismos de bienestar social.
Con el desplome de la IED en el primer trimestre de este año, sin embargo, se confirma una tendencia observada desde el sexenio pasado, cuando una porción de las inversiones foráneas, particularmente la integrada por la industria maquiladora, emigró a países como China o India con la expectativa de obtener más amplios márgenes de ganancia, dado el bajo costo de la mano de obra en esos lugares. Estos elementos dan cuenta de un modelo económico que ha fallado en sus premisas fundamentales y ponen de manifiesto la necesidad de abandonarlo.
Por lo demás, el dato referido cobra relevancia a la luz de la discusión que se sigue actualmente en torno a la industria petrolera nacional, que es, junto con las remesas enviadas por los connacionales que trabajan en Estados Unidos, uno de los pilares fundamentales de nuestra economía. Al día de hoy, y a pesar de los diagnósticos gubernamentales alarmistas y sesgados, Petróleos Mexicanos (Pemex) sigue siendo una de las compañías más rentables del mundo, como confirma el ingreso excedente de 3 mil 833.5 millones de dólares que la paraestatal obtuvo por la venta de crudo tan sólo en los primeros tres meses del año. Así, la iniciativa de reforma enviada por Felipe Calderón al Senado a principios de abril –que plantea la privatización de segmentos de la industria petrolera nacional–, lejos de buscar el “fortalecimiento de Pemex” –para lo cual tal vez bastaría con frenar el saqueo fiscal de la empresa y erradicar la corrupción en la paraestatal y en la administración pública–, parece más un nuevo intento por avanzar en el “adelgazamiento” del Estado, vía la privatización, y por alentar la participación de inversionistas extranjeros, ahora en la industria nacional de los hidrocarburos, aunque ello contravenga los principios constitucionales y la soberanía nacional.
Es tiempo de que los gobernantes caigan en la cuenta de que muchas de las premisas de su estrategia económica son, hoy en día, meros espejismos, y que emprendan un viraje para reorientar las finanzas nacionales para ponerlas al servicio ya no de los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, sino del bienestar de los mexicanos.
La Jornada
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