sábado, 18 de abril de 2009

EL VOTO DE CASTIGO. ABSTENCIONISMO Y VOTOS NULOS. III PARTE

EL VOTO DE CASTIGO. ABSTENCIONISMO Y VOTOS NULOS. ACTO IRRESPONSABLE O MANIFESTACION LEGITIMA DE INCONFORMIDAD, LA IDEA DE ANULAR LA BOLETA COBRA FUERZA


Un acto contra el cinismo y la indiferencia
Tachar la boleta es una forma legítima de decir que estás de acuerdo con la democracia pero no con ninguna de las opciones políticas que se te presentan

Andrés Lajous
El Universal
México, DF Viernes 17 de abril de 2009

El voto en México necesita ser defendido frente a dos adversarios que son difusos y cada vez más fuertes. Entre más se fortalece uno de ellos, con más fuerza repercute en el segundo. Funcionan como un ciclo combinado que corroe quizá irreversiblemente nuestra democracia electoral. Estos enemigos no tienen una sola cabeza. A veces se corta una, pero es sustituida por las demás. Sobreviven a lo largo del tiempo entre más los ignoramos, obviamos su existencia o provocan la abstención. El primer paso para enfrentarlos es poniéndoles el nombre de la actitud que los llama a existir: el cinismo y la indiferencia.

Los malos políticos en México viven de nuestro propio cinismo. De nuestra renuncia a tratar de describir un país diferente. Cada que pedimos a alguien que no sea ingenuo, que no sueñe, que acepte la realidad tal y como la definen quienes hoy gobiernan, le estamos pidiendo que no le exija nada a quienes nos representan frente a las instituciones. Le estamos pidiendo que no los empujen a representarnos mejor. Cuando aceptamos en la frustración que “así es la política”, garantizamos que la política siga siendo como es. Cumplimos nuestra propia profecía.

Es de esta profecía que viven hoy los malos políticos. Con ella los invitamos a seguir haciendo lo que hacen: no ofrecernos algo que podamos considerar bueno, y nos incitan a conformarnos con el menos peor. Felipe Calderón lo confirma al decir “lo posible es enemigo de lo mejor”, pero evita decirnos que lo posible hoy son este gobierno, estos partidos con estos políticos. Su diagnóstico no falla, están muy lejos de ser lo mejor. Podemos votar por el menos peor, una o dos veces, pero para la tercera votar pierde todo sentido. ¿Para qué tomarnos el tiempo de votar, si ni siquiera podemos votar por algo que creamos que sea mejor?

Aun así los malos políticos saben que para ganar elecciones necesitan que los pocos que siguen votando voten más por ellos. Ahora están metidos en su propio problema. Su cinismo, con el que renuncian a competir imaginando y proponiendo lo que consideran mejor, les deja como única estrategia de movilización infundir el miedo entre la ciudadanía. Por un lado, el gobierno del PAN, en medio de una guerra entre crimen, policía y Ejército, sin recato le transfiere el nombre del enemigo público al PRI al declararlo en su publicidad “narco”. Por el otro lado, el PRI desde la toma de posesión de Calderón nos amenazaba con tener en las manos la estabilidad (o inestabilidad) del país. Ahora, meses antes de la elección aprovecha para reafirmar su amenaza: “La estabilidad está en juego”. Nada más.

Aun con el miedo como motor electoral, muchos ciudadanos no verán razón para votar. Los malos políticos les dicen “vota por el menos peor”, “vota por el que te dé menos miedo”. Esas no son buenas razones para votar, sino para quedarse en casa, protegerse, aislarse de la sociedad, no volver a abrir la boca y ser indiferentes frente a lo que suceda fuera de nuestra seguridad individual. Así parecen expresarlo los spots del PRD: “Ustedes quédense en casa, sean indiferentes, nosotros desde nuestro centro de análisis (vestidos de negro) podemos tomar todas las decisiones”.

De la indiferencia también viven los malos políticos pero, aún más grave, con ella se gesta el autoritarismo. Cuando las personas se dejan de presentar a votar porque sólo pueden votar por lo menos peor, cuando prefieren quedarse en casa porque creen que su voto no vale o tienen demasiado miedo para salir, ya no hay manera de castigar a los políticos por hacer la política que hacen. Las democracias electorales viven de quienes votan y de quienes cuentan los votos. Si no cumplimos una de esas dos condiciones es difícil que el sistema electoral sobreviva. Los políticos que pueden gobernar sin votos suelen ser malos gobernantes. El autoritarismo ya no tiene la excusa de ser buen gobierno.

La democracia electoral en México no depende sólo de los partidos, pese a lo que sus dirigentes digan, sino de los miles de voluntarios que contarán los votos, y de los otros miles que van a los consejos distritales del IFE a verificar los padrones. También depende de las personas que se levantan ese día y deciden expresarse a través del voto. No hay duda: si ese día no hay votos por contar y votos contados, no hay democracia, aunque haya partidos.

La elecciones no sólo son un sistema de elección de gobernantes, sino uno de información. Permiten saber qué preferencias, preocupaciones y objetivos tiene la sociedad. Cuando unos votan por las izquierdas y otros por las derechas, tenemos una idea de cuántas personas quieren cierto tipo de gobierno con ciertas prioridades. Pero si las opciones no satisfacen a nadie y sólo se vota por el menos peor, entonces no tenemos la fotografía que la sociedad necesita para conocerse, entenderse y tomar decisiones de manera informada. Por eso hay pocas cosas tan graves para una democracia electoral como la abstención. La sociedad y sus gobiernos se quedan sin saber qué piensan los que no votan.

El cinismo provoca la indiferencia y la indiferencia la abstención. Ese es el ciclo del cual se alimentan buena parte de nuestros políticos. La única manera de reventar el ciclo es votando por lo que sí queramos votar. No tenemos por qué aceptar la regla del cinismo y expresarnos por el menos peor, por qué dejar que nos quiten la capacidad para expresar que queremos algo mejor que lo que hay. Votar no es un favor ni un deber; es un llamado que nos hacen nuestras mejores convicciones para actuar y expresarnos. Si este año esas convicciones son que ningún partido que hoy compite las representa, entonces anular el voto es el acto que así lo expresa.

El llamado al voto nulo no debe asustar a nadie. Es un paso para reconocer que buena parte de los problemas del país se debe a cómo nos representan quienes se supone que lo hacen. Incluso es motivo de celebración para quienes creemos en las instituciones electorales de nuestra democracia. El llamado representa el interés de ciudadanas y ciudadanos por comunicarse con el resto a través del voto, aunque no se sientan representados por ningún partido. No hay mejor forma de mandar el mensaje: “Creo en la democracia y en las elecciones, pero no creo en ninguno de los que hoy quieren ser nuestros representantes”. Si quienes quieren protestar no lo pueden hacer a través del voto, dejarán de votar. Cuando nadie vota ahí sí es cuando tenemos que preocuparnos, ahí es cuando la semilla del autoritarismo deja de ser semilla y se convierte en raíz.

andres.lajous@gmail.com

http://andreslajous.blogs.com

Analista

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