Fuente: La Jornada de Veracruz
En estos días de anulismos soberbios y desencantos exacerbados, se intenta una revaloración, inclusive, del abstencionismo como una acción de protesta. No, el abstencionismo es la respuesta de las decenas de millones de huérfanos de padre gobierno y madre patria que viven sin ver un hospital que los atienda, un trabajo que les remunere, una escuela que los forme, una nación que los acompañe en su desarrollo, y también de los otros millones de descreídos que se distancian de un sistema partidista que les produce asco. Muchos analistas confunden una cosa con otra; la apatía es inmovilidad, la protesta es activa.
Si de la anulación masiva del voto, se pretende generar un invierno nuclear que detengan los procesos políticos que tienen en bancarrota al país, me permitiré decir crudamente: ¡El alarido ya se escuchó! Se escucha todos los días en la voz del ciudadano común y sobre todo en las urnas donde el abstencionismo siempre gana las elecciones… Y sin embargo no ha sido un jalón de orejas para partido alguno, ninguna mafia política ha perdido un peso debido al rechazo moral que representa el abstencionismo; no existe el marco jurídico que desacredite una elección por falta de participación. En una protesta de inactividad, como lo sería una huelga, la protesta es una presión económica a la que se somete a la empresa cuando le falta el capital humano para producir. En un Estado, el capital humano continúa remunerándole cada vez que compra alimentos y paga IVA, cada que se le descuenta de su salario al trabajador para el pago de impuestos, votemos o no votemos. En un sistema electoral más evolucionado, podríamos pensar en castigos presupuestales para aquellos colores que no presenten opciones congruentes con las necesidades de los ciudadanos, o proponer la anulación de las elecciones cuando no se cumpla un porcentaje determinado de votación, quizás hasta decretar que el presidente
de la República no puede llamarse tal si no obtiene el 50 por ciento de aprobación de los votantes. Por lo menos así evitaríamos el absurdo de vivir bajo el proyecto de un gobernante que aprobó solamente el 20 por ciento del país y eso, dándole crédito a las cifras alteradas por el fraude de 2006. Pero de nuevo, si los legisladores que van a conducir esta nueva Cámara de Diputados provienen de los dos partidos que han sacado raja del erario público, los que se valen de chantajes y clientelismos para conservar su voto duro; en pocas palabras, los únicos posibles sobrevivientes del abstencionismo y/o anulismo, ¿quién va a promover estas reformas?
Carlos Monsiváis dijo durante la conferencia que dio en el Círculo de Estudios, acerca de la anulación del voto: “¿Quién va a organizar el voto en blanco? ¿El voto en blanco se organiza solo? ¿De pronto surge así una población en blanco que acude a un zócalo en blanco para expresar por qué votó en blanco? No veo... Creo yo que estamos en un momento donde las cuestiones simbólicas tienen mucho menos peso que las humildes y significativas, como votar”
Si el sistema partidista actual carece de opciones para la ciudadanía, es también responsabilidad ciudadana presentar soluciones ¿Nuevos partidos? ¿Cero partidos? ¿O la recuperación de los partidos que existen para que sirvan nuevamente a la ciudadanía? Pues existe un movimiento ciudadano trabajando desde hace más de tres años para cambiar la situación por la vía electoral, y ha colado candidatos ciudadanos y congruentes en tres partidos, esto es organización. Sin embargo, surge la bandera del anulismo que, sospechosamente, ha estado siendo ensalzada también por grupos ligados al PAN. ¿A quién le conviene entonces la anulación del voto? ¿Por qué ahora, cuando un movimiento social también desencantado de las instituciones está involucrándose de lleno en la vida política para reformarlas?
La total inmovilidad no es ni de cerca, la detonación de un cambio.
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