miércoles, 10 de junio de 2009

Algo de lo que nos reveló la influenza



Fuente: La Jornada de Zacatecas

Redacción

Aquiles Córdova Morán

Parece que todo mundo coincide en que las medidas precautorias que debieron tomarse para contener la propagación rápida y masiva del famoso virus AH1N1 tuvieron un gran costo económico para el país, que se vino a sumar a los estragos que desde fines del año pasado nos causaba la recesión mundial, por la súbita y fuerte contracción de la demanda de nuestros productos por clientes tan poderosos como Estados Unidos.

Hoy, todavía no completamente repuestos de la influenza y mucho menos de la crisis, las áreas del gobierno encargadas de ese trabajo se han lanzado al recuento de los daños causados por la sinergia destructiva de influenza y recesión, y enseguida, a tasar en pesos y centavos el monto de las pérdidas.

Gracias a la publicación de sus resultados, nos enteramos de que prácticamente ningún sector de la economía salió indemne del percance y que, por tanto, la tarea de reconstrucción, que se antoja ciclópea, requerirá de mayores sacrificios (el ya famoso “apretarse el cinturón”) y de toda la capacidad de trabajo, entrega y creatividad de los mexicanos.

Sin embargo, en medio de ese cuadro desolador, los encargados de medir los daños lograron resaltar y hacer que atraiga la atención de todos la llamada “industria sin chimeneas”, es decir, la actividad turística nacional que, ahora sabemos (y ésta es la primera revelación de la influenza), aporta una parte significativa de los ingresos del gobierno y es fuente de sostenimiento para más de tres millones de familias mexicanas.

Con esas credenciales en mano y el aval de los autores del estudio, los empresarios del ramo (hoteles, restaurantes, líneas aéreas, industria del entretenimiento, bares, cantinas, teatros, antros) han solicitado y obtenido, sin mucha dificultad, un significativo apoyo económico del gobierno.

Por ejemplo, facilidades extraordinarias para el pago de sus obligaciones fiscales, condonación del impuesto sobre la nómina, permiso para reducir los salarios abonados a los trabajadores, apoyo de todo tipo para volver a poner en funcionamiento sus negocios y dinero, mucho dinero en efectivo, a manera de subsidio directo para resarcirlos de sus pérdidas y en forma de un abultado presupuesto para una costosa campaña mundial en favor del turismo de gran altura.

A primera vista todo está bien. La industria turística nacional ha sido la más golpeada y es imprescindible ayudarla a ponerse en pie, dada su importancia como gran contribuyente y como fuente de empleo para muchos mexicanos. Pero… ¡nunca falta el pelo en la sopa! El primer campanazo para muchos como yo, que poco o nada sabemos de esos negocios, fue la gran algazara que se levantó con motivo de una disposición de la Secretaría de Educación Pública (SEP).

Inobjetable desde cualquier punto de vista, la medida prolongaba dos semanas el calendario escolar para medio reponer el tiempo perdido por los escolapios con motivo de la alerta sanitaria. Fue una verdadera guerra verbal en la que el empresariado turístico (de alto, bajo y mediano pelo) casi acusó de traición a la patria al secretario de Educación por olvidar que dos largas, prolongadas semanas, serían fatales a la reactivación del convaleciente negocio del turismo.

Para mayor sorpresa de los despistados (entre los cuales me cuento), los medios informativos con la televisión a la cabeza, que tan duros se muestran cuando las suspensiones de clases se deben a las luchas sindicales de los maestros, esta vez, contradiciéndose flagrantemente, cerraron filas con los empresarios y exigieron la inmediata revocación del decreto que intentaba salvar bien el ciclo escolar.

Así quedó claro (y ésta es la segunda revelación de la influenza) que para nuestro patriotismo de huarache y petate la educación nacional está por encima de todo, menos de las sagradas utilidades de la libre empresa. Pero la guerrita por el calendario escolar reveló (aunque haya sido de modo involuntario) algo más sustancial: que el verdadero sostén de la “industria sin chimeneas” es el turismo nacional, ése que hacen mexicanos humildes a los que hasta se zahieren por hacerse de comer, con lo que tienen y pueden, en las playas del país.

De otra manera, no se explicaría el temor ante la sola idea de dos “largas” semanas de retraso en las vacaciones de los estudiantes. El hecho fue confirmado por el señor Presidente de la República cuando, en su discurso ante la pléyade de mexicanos distinguidos que convocó a sumarse a la campaña para reactivar el turismo, soltó el dato de que más de 80 por ciento de los ingresos de esa actividad proviene, precisamente, del turismo autóctono.

Pero si es así, ¿por qué tanto interés y tanto sacrificio para atraer al turismo extranjero?, ¿por qué casi nos arrodillamos ante los poderosos para que se dignen venir a consumir, a precio de regalo, lo que el país ofrece?, ¿cómo se justifica, entonces, el tremendo gasto para promover el turismo extranjero en todo el mundo?

Una última revelación de la influenza. Varios medios dejaron ver que ciertos empresarios del ramo turístico recurrieron al apoyo “diplomático” de sus gobiernos para obtener del gobierno mexicano la ayuda que requerían, lo que prueba que las principales inversiones en el ramo son de extranjeros.

Por ejemplo, se dieron detalles de la reunión de los hoteleros de la Riviera Maya con un importante funcionario turístico del gobierno español, quien los convocó para acordar las peticiones al gobierno mexicano y las medidas para reanimar el turismo español y extranjero. Conclusión: la industria que con tanto empeño y sacrificio estamos rescatando no es nuestra.

Las utilidades que genera viajan, tan pronto se producen, a los países de origen de sus dueños. Nosotros ponemos todo (o casi), incluidos los clientes que más ingresos aportan; somos los responsables de salvarlos de una crisis como la actual; pero ellos se llevan la parte del león. ¿A dónde iremos a parar si seguimos así?

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