miércoles, 6 de mayo de 2009

San Salvador Atenco, la honda herida del miedo


Fuente: La Jornada de Zacatecas

Redacción

Lucía Lagunes Huerta

Doña Trini: una hija oculta en el exilio; su esposo, condenado a 112 años de cárcel

MEXICO, DF. María Trinidad Sánchez, mejor conocida como Doña Trini, es una mujer que superó sus miedos: a que la lucha lastimara a sus hijos, a que le pasara algo a su compañero, de enfrentarse a las autoridades, al pueblo, a las computadoras, a mujeres que hablan una lengua distinta a la suya.

Esta mujer, de tez morena, ojos chispeantes, de hablar intenso, siempre busca los ojos de su interlocutora mientras come en medio del Centro Internacional de Convenciones en Sudáfrica, donde habla para Cimacnoticias.

Platica de lo que es hoy su vida, con un marido sentenciado a 112 años de prisión, con una hija que ha dejado de saber de ella hace tres años, pero a quien guarda la esperanza de volver abrazar, con dos hijos que vivieron la represión y la cárcel.

Para Doña Trini este es su primer viaje fuera del país; tardó 19 horas desde que salió de la ciudad de México hasta llegar a Cape Town, Sudáfrica, para participar en el noveno Congreso de la Asociación de Mujeres Diseñadoras Industriales (AWID, por sus siglas en inglés).

SIMBOLO: MACHETE Y PALIACATE ROJO ATADO AL CUELLO

Su objetivo es dar a conocer lo que fue la represión en San Salvador Atenco, la violación a los derechos humanos de la población, la agresión sexual a las mujeres, la persecución e injusticia para este pueblo, la política de Estado que criminaliza la protesta social.

Esta mujer no ha perdido la esperanza de que al pueblo mexicano se le haga justicia. No ha perdido la esperanza de tener nuevamente en su casa a toda su familia, sentada alrededor del comedor, donde está segura de que “los frijoles no van a faltar”.

Ahí, con su hija América del Valle, con Ulises, con César, sus tres hijos; con su nieta de 8 años y su nieto de 4, con su compañero de vida desde hace 31 años, Ignacio del Valle.

“Sé que volveré a abrazar a América –dice Trini– donde esté, sé que está bien. Cuando pienso en ella le mando mi pensamiento, que no te gane la depresión y el abandono. Ya habrá momento de reunirnos y después que sea lo que decida cada uno (de los hijos). Miro al cielo y pienso ella. Quiero volver a sentirla entre mis brazos, y después que sea lo que ella decida”.

Doña Trini es de Atenco, su símbolo: el machete y el paliacate rojo amarrado alrededor del cuello. Se ríe y sabe contener las lágrimas. “En lo personal, es una lucha diaria, porque no te puedes caer. Yo regresé a mi casa el 18 de julio de 2007. Fue muy fuerte, así como la dejaron, se quedó cerrada. A mi regreso, me enfrenté a la ausencia de mis seres queridos. Durante 15 días la gente de la comunidad me ayudó a limpiar mi casa”.

“Regresé con miedo, tenía miedo de que me reclamaran, que me dijeran: ‘ya ves, por tu culpa’; pero nada de eso, la gente me saludó, me abrazó, se acercó. Cuando entré, la casa estaba toda tirada, mi ropa interior mía y la de América en el piso como alfombra, pisada. Los primeros días fueron muy fuertes, pero cada noche me decía: un día más de lucha por la libertad de mi familia y de mis compañeros”.

Desde que le llegó la conciencia, como ella dice, ha estado en la lucha con Ignacio o Nacho, como a veces le llama. “Pero cuando nació mi primer hijo, Ulises, me entró el miedo de que algo le pasara a mi hijo, así que decidí quedarme a la retaguardia, siempre apoyando, pero no igual”, reflexiona Trini.

Ahí estuvo en la lucha de Atenco, cuando el kilómetro de libros para hacer la biblioteca del pueblo en los años 90, pero en 2006

la represión policiaca le cambió la vida, no sólo porque perdió a su familia, sino porque la lucha por la justicia la enfrentó a convertirse en lideresa.

“Yo no tomo decisiones sola, lo hago con las compañeras y compañeros, entre todos. Yo no conocía de la computadora, por más que América me insistiera para usarla. Ella me insistía, pero a mí eso no me llamaba, yo no sabía redactar un volante, ni hablar con las autoridades”.

“Después de mayo 2006 tenía que pedir ayuda a cada rato para hacer un escrito, para la computadora, para todo, hasta que un día dije hasta aquí, para no depender de nadie tengo que aprender, y ahí me tiene ahora”.

LA REPRESION FUE BRUTAL, PERO CON LAS MUJERES PEOR

“Yo todo escribo, cuando voy a un mitin para hablar con la autoridad todo lo escribo, pero no lo leo, ahí lo tengo guardado, todo lo guardo. Porque yo siento que no puedo leer, porque no es igual, para mí tiene que salir del corazón, por eso aunque lo escribo no leo, porque cuando estoy ahí con la gente, con los compañeros digo lo que siento, porque es eso en lo que creo”.

“Ahora me siento más segura. Yo les digo a las y los compañeros que todo lo que hago no sólo es por ti o tu familia, sino para que nunca haya represión. Porque en México no hay justicia, se viola la ley, los derechos humanos. Con estas autoridades no hay esperanza para el pueblo. Un México militarizado donde sólo escuchamos de violencia y violencia contra las mujeres, qué esperanza puede tener”.

Para Doña Trini, la represión en Atenco fue brutal, sin lugar a dudas, “pero más cruel para las mujeres”, dice, al referirse a la agresión sexual y tortura de la que fueron objetos las mujeres.

“Ahora que estoy aquí, tan lejos de México, con idiomas tan distintos, me doy cuenta de que las mujeres de todo el mundo viven de una manera muy cruel, hay muchas violencia contra nosotras, mucho dolor. Cuando escucho los testimonios de las compañeras, me digo: Dios, por qué tanta crueldad”.

Desde hace tres años Trini va cada semana al Penal de alta seguridad del Altiplano a ver a su compañero de vida, Ignacio del Valle. Ella recuerda la primera vez que lo fue a visitar después de la represión de mayo de 2006.

“LOS QUE TIENEN QUE PEDIR PERDON SON ELLOS…”

“La primera vez que lo vi me impresionó. Fui predispuesta a lo peor, durante todo el camino me repetía que tenía que estar tranquila, serena, que no me iba a derrumbar; después de vueltas y vueltas sólo me dejaron cinco minutos con él, ahí frente a los policías”.

“Me impresioné cuando lo vi entrar, esposado por atrás, con la cabeza abajo, lo vi acabado, muy delgado. Le dije que me habían hecho dar vueltas y vueltas y que al final me dijeron que sólo me quedaban cinco minutos. El me dijo que no me desesperara, que eso querían ellos, hacerme enojar”.“Me dijo que estaba bien y luego me advirtió que jamás pidiera clemencia. Jamás, me dijo, le hicieran lo que le hicieron a las compañeras, al pueblo. Los que tienen que pedir perdón son ellos, yo no robé, no tengo de que pedir perdón”.

“Cada semana que lo veo siempre pregunta por la familia y los compañeros, que como están. Ahora es muy duro, pero no pierdo la esperanza, sé que volveré a estar con mi familia en mi comedor, donde siempre había frijoles para todos, porque Nacho siempre que llegaba a comer venía con un compañero; nunca fuimos ricos, pero lo que tuvimos siempre lo compartimos”. (CIMAC)

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