alvaro delgado
México, D.F., 5 de mayo (apro).- La derecha contempla, gozosa y aun extasiada, el vergonzoso espectáculo entre las facciones que se disputan los principales cargos burocráticos en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) que, este lunes, cumplió 19 años de haberse fundado bajo la tragedia de Sísifo, el rey griego condenado a empujar --al infinito-- una enorme roca hasta una cima, de la que cae reiteradamente.
La derecha, por supuesto, ha hecho evidente su incondicional apoyo a Nueva Izquierda, la corriente que ha copado a lo largo de casi dos décadas la estructura burocrática del PRD y que, con base en ello, como ocurrió este domingo 4 en el Consejo Nacional --controlado por los Chuchos--, nombró presidente a Guadalupe Acosta Naranjo y secretaria general a Marta Delia Gastélum.
En poco tiempo --horas, días, da lo mismo-- vendrá la respuesta: La Comisión Nacional de Garantías y Vigilancia --una especie de Poder Judicial partidario-- desconocerá a los representantes “chuchistas”, en razón de que los dos integrantes de esa instancia están identificados con la agrupación que apoya a Alejandro Encinas, al que ya había declarado virtual presidente del PRD con poco más de 80 por ciento de los votos computados.
Se presentará después --como ya todo mundo sabe-- la impugnación a esa determinación de la Comisión Nacional de Garantías y que, al cabo de otras escaramuzas, el futuro de la elección perredista estará en manos de los nueves magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).
Cualquiera que sea la determinación de éste órgano jurisdiccional --que quedó bajo sospecha a pesar de su nueva integración--, se impondrá a la voluntad que emitieron con su voto miles de militantes perredistas, la mayoría sin duda al margen de los cochupos de sus dirigentes, igual que ocurrió con la elección presidencial de 2006 y que impuso a Felipe Calderón.
Pero la definición de qué corriente se impondrá en el PRD, al final, va mucho más allá de ese partido y a eso obedece el apoyo que la derecha que gravita en torno al PAN y al PRI ha dado a Nueva Izquierda, la corriente que liderean Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete, René Arce, Guadalupe Acosta Naranjo y recientemente Ruth Zavaleta, elevada por la opinocracia a condición de ¡estadista!
El ala moderada del PRD, como llaman a los “Chuchos” los jilgueros de la derecha, es en realidad eufemismo de ineptitud electoral, tal como lo acreditan los resultados que el PRD ha obtenido en los estados donde esos personajes han impuesto su voluntad, algo que dicen abominar de López Obrador.
Aguascalientes, de donde es originario Ortega, el líder formal de Nueva Izquierda, es el caso cumbre: En los 19 años de vida del PRD no ha ganado nunca nada. Nada es nada, a pesar de que, en esos años, se ha renovado tres veces la gubernatura y ha habido seis elecciones trianuales de diputados locales y presidentes municipales.
En las elecciones de 2004, el PRD se situó en el tercer lugar, con 22 mil 916 votos, mientras que el PAN ganó la gubernatura con 190 mil. Apenas el año pasado, en las elecciones locales más recientes, el partido que Ortega controla en el estado se fue al cuarto lugar, con 5 por ciento de los votos, y el quinto en posiciones obtenidas, desplazado por Convergencia y el Partido Verde.
En las elecciones presidenciales de 2006, López Obrador les dio a los “Chuchos” lo que jamás habían soñado en Aguascalientes: La votación se elevó a 22 por ciento, muy superior al 7 por ciento que obtuvo Cuauhtémoc Cárdenas en el 2000.
En lo que ha sido eficaz Jesús Ortega en Aguascalientes es en los negocios para su corriente: Actualmente el único diputado federal es Antonio Ortega, justamente su hermano, quien antes fue diputado local, igual que su esposa, Norma González, directivos también del PRD estatal.
La esposa de Jesús Ortega, Angélica de la Peña, ha sido diputada federal dos veces, siempre por la vía de la representación proporcional, lo mismo que el único diputado local del PRD. No hay duda: Los gobiernos estatales, tanto del PRI como del PAN, son felices con el ala moderada perredista.
Lo mismo ocurre en Guanajuato, de donde es originario Carlos Navarrete, coordinador de los senadores del PRD y quien ha desplazado, por su protagonismo, a Jesús Zambrano, el ideólogo del “chuchismo” y frustrado aspirante a la presidencia de su partido en la capital del país.
Nueva Izquierda ha controlado el PRD de Guanajuato desde su fundación y Navarrete ha ocupado cargos relevantes como diputado federal en 1988, candidato a senador, diputado local y presidente estatal, lo que no se ha traducido en votos para el PRD, que ha sido una tercera fuerza sotanera.
Eso sí, Miguel Alonso Raya, profesor allegado a Elba Esther Gordillo y candidato a senador en las elecciones de 2000, ofreció en su campaña por la presidencia estatal del PRD dialogar “hasta con El Yunque”, la organización de ultraderecha que controla al PAN, que ha impuesto su hegemonía en todo los ámbitos, incluidos los caducos órganos electorales.
En la más reciente elección, en el 2006, concurrente con la federal, el PRD obtuvo más votos de los que se imaginó, a pesar del impresentable candidato que impuso Nueva Izquierda, Ricardo García Oceguera: Obtuvo sólo 10.82 por ciento. López Obrador, por su parte, logró 15.37 por ciento, casi diez puntos más que Cárdenas seis años atrás.
En Nayarit, de donde es Acosta Naranjo --exsecretario general y presidente por decisión de la facción a la que pertenece--, las cosas no son tampoco halagüeñas para el PRD que controlan los “Chuchos”: Después de haber gobernado el estado en alianza con el PAN, el perredismo se fue a pique.
En las más recientes elecciones, hace tres años, no sólo no ganó la gubernatura, sino que apenas conquistó una diputación de mayoría y una alcaldía. En los comicios del 6 de julio de este año no se prevén tampoco resultados mejores, pese a que reanudó la alianza de Acosta Naranjo con Antonio Chavarría, el empresario cocacolero que gobernó con arbitrariedad.
Y en Sonora, de donde es Jesús Zambrano, tampoco se puede ufanar el PRD de tener gran fuerza electoral, a pesar de que él ya no controla ese partido. Lo mismo ocurre en Puebla, donde Nueva Izquierda cuenta con la simpatía de Mario Marín, y en Oaxaca, donde los “Chuchos” gozan de la amistad de Ulises Ruiz.
Jesús Ortega criticó, en el festejo por el 19 aniversario del PRD, a la izquierda con vocación marginal y de oposición, condición que propuso cambiar por opción de gobierno. “La izquierda requiere no sólo de la fuerza para destruir el estatus quo, sino también la fuerza para construir el nuevo estado de cosas.”
Añadió: “La izquierda crítica, propositiva, moderna, es la que necesitamos, que también sabe pelear, pero que sabe construir soluciones.”
Uno esperaría que Nueva Izquierda, por lo menos donde Ortega y sus seguidores tienen presencia --como los estados descritos--, actúe con congruencia y predique con el ejemplo.
Pero francamente no se ve cómo los Chuchos puedan echar abajo la reforma privatizadora de Calderón con las 200 mil firmas que, anunció Ortega, buscarán juntas en los siguientes meses. Salvo que sea sólo parafernalia.
Porque, en realidad, el modelo de los “Chuchos” no es el de la eficacia electoral que preocupe a sus adversarios de la derecha, cuyos permanentes vítores sólo confirman el aserto. La marginalidad, y la comparsa, es el auténtico negocio, como Aguascalientes...
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
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