jueves, 21 de febrero de 2008

La memoria de los vencidos

Anne Marie Mergier / Agencia Proceso

París

El 5 de octubre de 1974 agentes de la Dirección Nacional de Inteligencia (Dina), la temible policía secreta de la dictadura de
Augusto Pinochet, y soldados apoyados por helicópteros, asaltaron una modesta casa pintada de azul de la calle Santa Fe, en el
barrio popular San Miguel, al sur de Santiago
En ella vivía una pareja joven con dos niñitas. En el momento del operativo militar las menores no estaban en la casa. Dos amigos
del matrimonio lograron escapar brincando una barda al fondo del patio. La mujer, embarazada, cayó gravemente herida por una
granada. El hombre, armado, resistió casi dos horas antes de derrumbarse acribillado. Los vecinos presenciaron aterrados toda la
escena.
Así murió Miguel Enríquez, uno de los fundadores y dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), amigo cercano
de Salvador Allende y organizador de la resistencia clandestina armada a Pinochet luego del golpe militar ocurrido el 11 de
septiembre de 1973.
Su compañera, Carmen Castillo, sobrevivió y fue expulsada del país. Los medios de comunicación chilenos de la época dieron
amplio despliegue a esa “victoria” de Pinochet contra los “subversivos”.
Fuera de Chile, Carmen Castillo, quien había escapado a la tortura y a la cárcel gracias a una amplia movilización internacional, se
convirtió en icono de la resistencia a la dictadura chilena. En su libro Un día de octubre en Santiago, publicado en 1980 en Francia
y dos años más tarde en México, plasmó esa vivencia traumática.
Con el curso del tiempo la escritora y cineasta –autora junto con Tessa Brisac del documental La verídica leyenda del
subcomandante Marcos (1995)– radicada en París, viajó cada vez más a menudo a Chile. En algunas ocasiones pasó por la calle
Santa Fe, pero nunca se atrevió a detenerse ni a penetrar en la casa azul. En 2002 todo cambió.
–Estaba en Santiago realizando un documental sobre mi padre (Fernando Castillo Velasco, ex rector de la Universidad Católica de
Santiago, fundador y director de la revista Análisis, de oposición a la dictadura). Una amiga insistió tanto para que fuera a ver
nuestra antigua casa que de repente acepté. Pedí a mi equipo de trabajo que me acompañara y filmara todo.
–¿Por qué? –se le pregunta.
–No lo sabía. En ese entonces sólo sentí que era necesario. Llegamos a la calle. Tocamos las puertas. Encontramos a varios
vecinos. Eran los mismos de hace 28 años. Me contaron lo que habían presenciado. Sus recuerdos se mezclaban con los míos. Me
revelaron el nombre de la persona que me salvó la vida durante el asalto militar a la casa.
Calla un segundo. Luego retoma su relato:
“Yacía en el piso herida por una granada; de repente vi a hombres vestidos de negro que irrumpieron en la casa. Me arrastraron
hacia fuera y me botaron en la vereda. Me desangraba. Era lo que recordaba. Pero hablando con mis antiguos vecinos me enteré
de que uno de ellos, Manuel, había tenido el valor de llamar a una ambulancia y que había ayudado a que me subieran en ella”.

Otro breve silencio.

“Así, los militares no pudieron impedir que me llevaran al hospital. Me impactó tanto descubrir eso que dejé pasar un tiempo
antes de poder buscar a Manuel”.
La cineasta y su ex vecino se vieron unos días más tarde. Manuel salió a su encuentro en la calle y hablaron. Se quedaron de pie
primero. Luego se sentaron en la banqueta. Siguieron hablando agarrados de las manos. El camarógrafo que trabajaba para
Carmen lo filmó todo.
“De regreso a París vi estas imágenes y sentí unas ganas muy profundas de hacer un documental para hablar de Miguel Enríquez,
del MIR, de lo que fuimos e hicimos. Sentí que debía rescatar la memoria de nuestra generación derrotada porque, al igual que el
filósofo alemán Walter Benjamin, estoy convencida de que ‘la memoria de los vencidos es la energía de la historia’.
“En realidad ese documental lo llevaba por dentro desde hace 30 años. Pero la conversación con Manuel actuó como un
detonante, sobre todo una parte de ella, muy fuerte: Manuel me contó que Miguel Enríquez, herido, había logrado salir a la calle y
que hubiera podido escapar, pero que había vuelto a la casa para estar conmigo. No sé si Miguel salió o no a la calle. Manuel es el
único testigo. Solo sé que fueron sus palabras las que desencadenaron todo”. Fue así como nació el documental Calle Santa Fe.

Reconciliación

Los encuentros de la realizadora con sus ex vecinos, y sobre todo con Manuel, filmados en forma totalmente espontánea, la
emoción de todos, sus silencios, sus palabras sobrias, son unos de los momentos más intensos de esta cinta apasionante y
profundamente humana que se estrenará en la Ciudad de México el próximo 26 de febrero, en el marco del Festival Internacional
de Cine Contemporáneo (Ficco). También se podrá ver en la Cineteca Nacional antes de ser exhibido en ciudades de provincia.
México es una nueva etapa en el largo recorrido por el mundo de Calle Santa Fe que empezó a destacar internacionalmente en
mayo de año pasado en el festival de Cannes, donde fue seleccionado para la sección Una Cierta Mirada. Luego participó en el
afamado New York Film Festival y en los festivales de cine de San Sebastián, Río de Janeiro y Montreal, entre otros.
En Chile el documental se estrenó el pasado 6 de noviembre y fue galardonado con el Premio Pedro Sienna, el más prestigioso del
país. Está a punto de ser presentado en Argentina y Uruguay. En Francia contó con una crítica sumamente elogiosa. Entrevistado
por el diario Le Monde, el escritor Regis Debray expresó:
“En una sociedad en la que se impuso el culto por el dinero, la imagen y el éxito, tomar partido por los vencidos es totalmente
fuera de tiempo. Pero esa postura sigue siendo la mía. Sólo veo dos maneras de sobrevivir. Crear tal como lo hace Carmen
Castillo, cuya melancolía es fidelidad sin amargura; o dar la vuelta a la página y olvidarse de todo. Calle Sante Fe se inclina por
elegir la primera solución y es por lo tanto una obra indispensable”.
Debray tiene razón. El documental atípico y denso de Carmen Castillo ayuda a pensar. Invita a recordar y a interrogarse sobre la
historia reciente de Chile, pero también de América Latina. Acerca del exilio, el compromiso político, el sacrificio de quienes
fueron torturados, asesinados, desaparecidos. El sentido de culpa de quienes sobrevivieron, las luchas y las convicciones de ayer,
las de hoy; los errores cometidos ayer, los peligros de hoy. La fuerza de la solidaridad de ayer, la tentación perniciosa del
individualismo de hoy.
Son inagotables los temas que surgen a lo largo de estas dos horas y 40 minutos, en que el espectador no se aburre un solo
segundo.
Por el contrario, muy pronto uno se deja envolver por la voz sensualmente ronca de Carmen Castillo que evoca con un pudor
mezclado de poesía su historia de amor con Miguel Enríquez, la militancia y las esperanzas de ambos y de su generación. El 11
de septiembre de 1973; el 5 de octubre de 1974; el desgarramiento del exilio; la pérdida de sentido de todo. Así mismo, remite a
los primeros reencuentros imposibles con Chile, país que la narradora rechazaba con violencia y con el que, poco a poco, se va
reconciliando.
“Esa reconciliación se dio gracias a la lenta gestación de esta película que duró cinco años. El documental agarró su propio ritmo,
rebasó la sinopsis original y me permitió sentirme de nuevo parte del presente de mi país enfatiza Castillo:
“Eso fue posible gracias a la amistad política que tejí durante el rodaje con jóvenes de barrios populares. Estos militantes están
reinventando hoy nuevas formas de lucha para enfrentar la crueldad del sistema ultraliberal chileno. Aceptaron intervenir en el
documental. Me cuestionaron. Me obligaron a repensar totalmente mi relación con la casa de la calle Santa Fe, y a modificar el
final de mi guión”.
La historia personal de Carmen Castillo es tan sólo el hilo conductor de ese documental complejo. Muy pronto aparecen y se van
entremezclando otros destinos: el de Miguel Enríquez, a quien en ningún momento la cineasta mitifica; los de los compañeros del
MIR muertos, a los que Carmen rinde homenaje sin sacralizarlos tampoco.
En el documental también se hace referencia a la suerte que corrieron los sobrevivientes, líderes o militantes de la organización,
a quienes la realizadora plantea terribles interrogantes al tiempo que lo hace consigo misma: ¿Acaso Miguel y los demás
compañeros murieron por nada? ¿Sirvieron de algo nuestros actos de resistencia?
Los interlocutores de Carmen Castillo aceptan el reto de contestar sus preguntas. La amistad que los une desde hace tantos años
crea un clima de sinceridad excepcional. No eluden los interrogantes sobre dogmatismos y cruentos errores del MIR. Cada cual
busca decir su verdad. A menudo les cuesta trabajo.
“Quise que todas sus voces formaran un coro”, dice Castillo.
La cámara filma con tanta delicadeza sus rostros, los movimientos de sus cuerpos y de sus manos cuando hacen confidencias
dolorosas o difíciles que su presencia física acaba por decir lo que sus palabras no alcanzan a expresar.
Entre cada testimonio la cineasta intercala imágenes filmadas en el Chile de hoy y numerosas imágenes inéditas de distintos
archivos: los personales y de su familia, los de periodistas europeos o de la televisión chilena, y sobre todo los de la propia
resistencia chilena que los militantes lograron preservar a pesar de los riesgos que eso implicaba.
“Hoy día los chilenos se olvidaron de la efervescencia cultural y del dinamismo del periodismo político que existían en los
ochenta, a pesar de la dictadura. Había cuatro revistas de oposición. Se hacían también casetes en VHS que difundían una
información alternativa muy importante. La escena del rencuentro con mi padre en el aeropuerto de Santiago en 1987 viene de
estos archivos de la resistencia. Los compañeros corrieron el riesgo de filmarnos a los dos rodeados por los reporteros de los
medios oficiales y los servicios de inteligencia del régimen”, refiere la cineasta.

Compromiso revolucionario

La realizadora no se limita a dialogar con los miristas, habla también con los familiares de éstos poniendo al desnudo los
estragos que su compromiso revolucionario causó en la vida de sus seres queridos. La dignidad de los entrevistados y sus
esfuerzos por no dejarse sumergir por el dolor, vuelven sus testimonios aún más desgarradores.
La cineasta empieza por su propia familia. Luego conversa largamente en un barrio popular con una pareja impresionante: Luisa
Toledo y Manuel Vergara.
En las arrugas de sus rostros ya sin edad están incrustados los tormentos. Sus tres hijos miristas fueron asesinados: Rafael y
Eduardo en 1986 y Pablo en 1988.
“Durante años sólo fui un guiñapo. Perdí la memoria. No era nada. Me morí con ellos”, dice Luisa mientras Manuel la mira,
silencioso. Luego habla de sus hijos. Revindica su lucha y asegura que aprendió mucho gracias a ellos. Afirma que ella y Manuel
sobrevivieron gracias a la solidaridad de su barrio.
También es duro el testimonio de una hija de miristas, Alejandra Saavedra, a quien su madre dejó en Cuba para seguir luchando.
En 1978, cuando la dirección del MIR decidió el retorno clandestino a Chile de los exiliados, los que tenían hijos los enviaron al
llamado Proyecto Hogares, creado por la organización con el apoyo del gobierno cubano para que los menores vivieran en
Alamar, cerca de La Habana.
Alejandra todavía sufre cuando habla con la cineasta de ese período de su infancia y de su sentimiento de abandono. Dice: “El
Proyecto Hogares era bonito. Todos los niños estábamos juntos y era muy divertido. Pero de todos modos nos sentíamos
olvidados por nuestros padres. Éramos los segundos de la historia. Antes que nosotros estaba Chile”.
Enfatiza Carmen Castillo: “Tal como lo dije en Calle Sante Fe yo también dejé a mi hija Camila en La Habana. No nos imaginamos
nunca que les íbamos a causar tanto daño a nuestros hijos… Es duro darse cuenta que quisimos crear un mundo mejor para ellos
y que para lograrlo los descuidamos”.
Es esa lucidez desprovista de amargura de la cineasta la que confiere fuerza a Calle Santa Fe. Tiene la convicción absoluta de que
su generación tuvo razón de luchar, y que su derrota no puede condenarla al olvido.
Dice: “Fuimos vencidos, es cierto, pero eso no significa que actuamos en vano. Equivocarse no es lo más grave. Lo más grave es
renunciar, no comprometerse. Para mí no hay salvación sin compromiso político. En las poblaciones chilenas azotadas por el
ultraliberalismo me encontré con una nueva generación de militantes dispuesta a dar la lucha. ¡Se parecen tanto a lo que fuimos
hace 30 anos! Son ellos los que aparecen al final de Calle Santa Fe.
Y concluye:
“Quise volver a comprar la casa azul para ofrecérsela. Pensé que sería importante para ellos reunirse en ese lugar tan simbólico.
Ya tenía en mente la última imagen del documental: la casa vacía, pintada de blanco, dispuesta a acogerlos. Me lo agradecieron,
pero me dijeron que la casa estaba lejos del metro y que no les servía para nada. Me dijeron también que Miguel Enríquez no
estaba en un museo, sino en las calles. Me aconsejaron seguir haciendo películas. Les hice caso y decidí dejar esa conversación
en Calle Santa Fe”.

No hay comentarios: