Luis Linares Zapata
La petiza presidencia del oficialismo
Fincado en dos palancas, la encogida presidencia del oficialismo ensaya el balance de su primer año en funciones. Los resultados no podían ser más pobres a pesar de las inducciones y el colaboracionismo de sus aliados en los medios de comunicación. Por un lado Calderón se vanagloria de un eficaz trasteo con el Legislativo que culmina, según sus apoyadores, en sendas reformas, estructurales insisten en llamarlas. Por el otro, se despliega, con dispendio de recursos, un esfuerzo de difusión para agrandar cualquiera de las medidas adoptadas por su administración, tal fue el caso del combate al narcotráfico donde destaca la participación de las fuerzas armadas. En medio de este mediocre accionar se cuela la pequeñez de ánimo y la poca monta de la visión que muestra no sólo el Ejecutivo federal, sino el partido que lo propone: el PAN de los nuevos y más achicados dirigentes que remplazaron a los desgastados yunqueros.
La recientemente aprobada reforma electoral fue diseñada para apuntalar el talante democrático del régimen y saldar el déficit de legitimidad con que asumió Calderón. En sus postrimerías el proceso se empantana ante las manipulaciones de las facciones legislativas para designar, después de engañosos trámites abiertos a la ciudadanía, a tres de los consejeros del IFE. En resumen, los coautores de la negociación básica, PRI y PAN, no están dispuestos a rencauzar lo extraviado: la confianza popular en el árbitro electoral. A pesar de que una parte del PRD los acompañó en la ruta, al final la sacan de la jugada y la dejan con un palmo de narices. Calderón, sus patrocinadores, los priístas y demás comparsas no están dispuestos a dejar el menor resquicio para que la izquierda (y menos un modelo alterno de país y gobierno) pueda tener la menor oportunidad de hacerse con el poder público. El total de los consejeros del IFE, subordinados y asesores, deberán responder a los favores recibidos por su designación. Tal como se hizo con el triste Ugalde y los consejeros que lo acompañaron en la tragedia de 2006.
Así, a la crítica que se desató desde las trincheras de la intelectualidad orgánica del régimen por las tenues limitantes que contiene la reforma electoral en cuanto a la contratación de propaganda, se une, para redondear el descrédito, el cinismo de los legisladores para imponer sus pulsiones de control y la estridente pelea en el seno del IFE por un infame cargo transitorio. El follón fue tan redondo que no se requiere mayor análisis para asentar la incapacidad del IFE como institución garante de procesos electorales, justos para con todos los actores políticos. Pero muestra el trunco tamaño de los legisladores negociantes y el de una Presidencia oficial metida hasta el ruin detalle para no permitir, a la izquierda y a su líder tan temido, tener algo que pueda considerarse como un factible aliado, aunque nada haya en la realidad de todos esos supuestos, comentados con intensidad por sus enjundiosos difusores. A pesar de que AMLO se distanció de los propósitos de restauración y demás pormenores de la reforma, los que están encaramados en los puestos de mando siguen oteando y apaleando fantasmas. Armados de rechazos tajantes, desafinan sus gritos para exorcizar los grandes temores que los aquejan. Nada, alegan, para aquellos que aún sostienen la existencia de un fraude improbado, ni siquiera un conocido lejano. La nimia sospecha es causa de veto instantáneo.
La alianza derechista que se amaciza en la cúpula decisoria del país es más notoria. Calderón, y los priístas con quienes se llegó al acuerdo básico, caminan con rumbo harto conocido. Tratarán de cumplirle a sus patrocinadores de dentro y fuera del país. La reforma energética, la joya ambicionada, ya asoma sus feroces contendidos y formas posibles. La entrega al capital privado trasnacional adoptará, según los conjurados, mecanismos subrepticios pero evidentes. No privatizarán ni un tornillo, afirman con cínico desparpajo funcionarios y políticos afines al régimen, al tiempo que transan todo tipo de colaboración, llegan a convenios verbales, trampean leyes secundarias, traman impolutas alianzas, firman contratos múltiples y demás parafernalia tan encubridora como tramposa. En el fondo se descubre la rampante imposición del espíritu entreguista que tanto daño ha hecho a los bienes y riquezas nacionales.
Pero mientras esos planes modernizadores se concretan, los mexicanos de a pie se adentran en un presente nada halagüeño, fruto de un desempeño errático y deficiente. La economía, el campo donde la derecha presume maestría consumada, se torna, después de un año de conducción panista, en una madeja de cerrados horizontes donde los empleos escasean, los salarios dejan que desear, la inflación amenaza y las medidas adoptadas por el Ejecutivo no son aprobadas ni por dos de cada 10 compatriotas. A escala nacional la situación económica es peor, dicen siete de cada 10 personas. Cinco de cada 10 afirman que la economía está en crisis y tres más aducen que atraviesa por mal momento para, adicionadas a las anteriores, dar un total de ocho (de 10) que califican el desempeño de Calderón de crítico o malo. Así, la economía se revela como el asunto de mayor importancia para los ciudadanos pero, en auxilio de la imagen de gobernabilidad, la administración acude a un expediente bien conocido: la propaganda masiva.
Una vez que el combate al narcotráfico cae en rendimientos no sólo decrecientes, sino negativos, se le sustituye por cualquier otro suceso de escape, ya sean grandes tragedias aprovechadas (inundaciones de Tabasco) o la batahola altruista del Teletón. Es por ello que Televisa lleva más de un mes dedicando al famoso tapón del río Grijalva media hora diaria de sus noticias. Calderón, bien lo saben por los sondeos, saldrá bien librado, a pesar de que fueron sus políticas privatizadoras las que en verdad causaron las inundaciones. Pero ahí la lleva, aunque su tamaño como gobernante ya sea inocultable
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