miércoles, 17 de junio de 2009

Sicarios y militares protegen imperio fáctico de Rogaciano Alba en la sierra

Soldados amedrentan pueblos que se oponen a sus órdenes

Fuente: La Jornada de Guerrero


MARLEN CASTRO (enviada)

PETATLAN, 14 DE JUNIO. Al despuntar el día una espesa neblina cubre casas y veredas revelando en toda su magnificencia el tupido bosque en esta parte de la sierra.

Encinos, ocotes y oyameles forman una cadena tupida de vegetación, un espectáculo ya inusual que sólo ocurre en unos pocos puntos de los bosques guerrerenses.

Hace unos nueve años, en Puerto las Ollas, El Jilguero y Las Palancas, pueblos de Coyuca de Catalán, ubicados en los límites con Petatlán, los habitantes decidieron proteger de sus bosques.

Los García, cuyos orígenes están en Las Ollas, iniciaron este movimiento y desde entonces, comenzó el acoso de gatilleros a los pobladores de esta parte de la sierra, principalmente a los integrantes de esta familia.

Aquí en la sierra, todos los menores de edad, como Elizbeidi, una hermosa niña serrana de tez blanca y mejillas rosadas de once años de edad, dice que de toda la vida su padre y sus hermanos grandes han tenido que esconderse para que no los vayan a matar.

Bella, así la llaman los niños de su pueblo, desea que algún día su padre pueda dormir con ellos en la casa de madera.

El obstáculo a los anhelos de la gente de la sierra, tiene nombre. Se llama Rogaciano Alba Alvarez.

El martes que los militares irrumpieron en Puerto Las Ollas, a bordo de varios hummers, un vehículo artillado, y unos cuatro camiones de redilas, la vida se detuvo en esta comunidad.

El pavor invadió a todos, cuando ya abajo de los vehículos, varios soldados cargaron cartucho, soltaron balas al aire y gritaron: ¡Arriba Rogaciano!

La misión de observación de derechos humanos recogió esta información en las comunidades sitiadas durante cuatro días por los militares.

Hace un mes, Omar Solís Guerrero, el comandante Ramiro del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), en una conferencia de prensa a medios nacionales advirtió que el Ejército y el gobierno estatal protegen a Rogaciano Alba –el poderoso ganadero y maderero priísta que ya ha sido tres veces alcalde de Petatlán y que recientemente el gobierno federal vinculó como integrante del cártel del Chapo Guzmán— y que su columna guerrillera ha tenido enfrentamientos con sus gatilleros.

Puerto las Ollas es una remota ranchería ubicada en lo más intrincado de la sierra de Guerrero, a cinco horas de Zihuatanejo. Se entra por Vallecitos de Zaragoza a través de un difícil camino de terracería, el cual pasa por la mitad de cerros desforestados y la otra mitad tupida de árboles.

La mitad del camino a Las Ollas hace un calor abrasador y en la otra mitad el clima se va templando conforme se van remontando las cumbres.

A la entrada de la sierra, en una tienda cuya ubicación es estratégica, cuando la misión civil que subió este sábado a Las Ollas –compuesta por Tlachinollan, Centro de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón, Colectivo contra la Tortura y la Impunidad (CCTI), Taller de Desarrollo Comunitario (Tadeco) y la Coalición de Organizaciones de la Sierra, además de los coordinadores de las regiones de Tierra Caliente, Rubén Román Bahena y de la Costa Grande, Ramón Navarrete Magdaleno, de la Coddehum– un hombre comunicó por radio el ingreso de la caravana.

A mitad del camino, la misión encontró una unidad artillada, 12 hummers y cuatro camiones de redilas, en las que bajaban por lo menos unos 300 militares. Abría el comando militar, la unidad artillada con la matrícula 80023101 y el camión de redilas con el número 8004140.

Una hora y media antes de ese encuentro, en Las Ollas, mujeres y menores aún temerosas por la amenaza de que quemarían todas las casas, vieron cuando una motoneta con una mujer y un hombre a bordo vestidos de civiles, comunicaron algo a los militares.

Intempestivamente, los soldados comenzaron a recoger sus cosas, cargaron las unidades y se retiraron, pero antes amenazaron a los habitantes que si algo decían, la siguiente vez no vivirían para contarlo.

Fue entonces, cuando Alma, una de las mujeres líderes de la comunidad, los tranquilizó diciéndoles que ya no tenían que temer, pues con seguridad los militares se retiraron porque habían sido avisados que iban en camino las organizaciones de derechos humanos.

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