miércoles, 17 de junio de 2009

La milicia asoló pueblos en busca de guerrilleros

Roban, martirizan a mujeres, amenazan

Fuente: La Jornada de Guerrero


MARLEN CASTRO (Enviada
)

PETATLAN, 15 DE JUNIO. Doña Amanda descansaba bajo el elevado y frondoso encino, cuando el martes 9, como a la una de la tarde, escuchó el ruido de los vehículos militares ingresando a su comunidad, Puerto las Ollas, municipio de Coyuca de Catalán, de la región de la Tierra Caliente, ubicado entre los límites con éste municipio de la Costa Grande.

La jornada de horror de los pobladores terminó el sábado 13 a mediodía, con el ingreso de una misión civil de observación integrada por representantes de varias organizaciones civiles, de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos (Coddehum) y medios de comunicación.

El martes llegaron los militares. Amanda sintió que el corazón se le salía del pecho, pues tenía pocos segundos que su hijo Jaime, quien aún sufre las secuelas de un derrame cerebral, montó su bestia de carga para irse a Las Palancas, a unos 10 minutos de Puerto las Ollas y sabía muy bien que al joven no le daría tiempo correr para esconderse de los soldados.

Omar, el nieto de Amanda, un niño de 14 años, andaba en la rudimentaria cancha de futbol, lejos del monte, a donde podría escapar.

No es la primera vez que el Ejército incursiona en Puerto las Ollas y las mujeres, niños y niñas saben que los hombres tienen que refugiarse en los cerros para estar a salvo.

Ese martes, Jaime y Omar no tuvieron opciones. Los militares los agarraron y por espacio de tres horas los torturaron.

Puerto las Ollas es una comunidad de apenas 11 viviendas, en las que habitan 10 varones, 15 mujeres y 35 menores, entre niños y niñas, pero desde hace ocho años los hombres ya no duermen en las modestas casas de madera, pues tanto soldados como gatilleros irrumpen a cualquier hora del día y la noche.

Entre sollozos, Amanda narra a los defensores civiles y oficiales de derechos humanos y a los medios de comunicación cómo aguantó durante tres horas los gritos de su hijo y nieto, por los castigos infligidos.

El sábado sólo Jaime rindió su testimonio, porque pudo bajar de donde se escondió luego de las torturas, pero el otro niño, a pesar de que se le buscó, no apareció. Se cree que estaba en muy malas condiciones, pues como todos los demás varones, no había comido desde el martes, pero además por los golpes.

Jaime traía una gruesa camiseta negra cuando lo agarraron, los soldados se la alzaron por atrás y la pasaron por su cabeza, para mantenerlo amordazado.

Durante tres horas lo golpearon en los oídos, le picaron con agujas los dedos de las manos y golpeaban su nuca, hasta que Jaime, al no poder respirar, suplicaba porque se acabara el castigo.

Cuando lo soltaron, una espesa saliva rodeaba la boca de Jaime y su madre creyó que por el susto había sufrido un nuevo derrame cerebral, pero se trataba de los efectos del dolor.

De acuerdo con la versión de los pobladores, los militares querían saber dónde se escondían los hombres armados. Como a los únicos dos varones que pudieron agarrar no les sacaron nada, se fueron contra las mujeres.

Sometieron a tres señoras, a quienes con un cuchillo en la yugular las amenazaron con matarlas si no les daban información de los guerrilleros.

Los días siguientes al martes escucharon que entre los montes los militares disparaban y llegó a haber tres helicópteros sobrevolando la zona.

El sábado, los militares gritaron que quemarían las casas, entonces mujeres niños y niñas salieron corriendo de sus viviendas y hasta el mediodía, cuando llegó la misión de observadores, dicen, creyeron que todo acabaría para ellos.

Durante los cuatro días de sitio, hubo en la zona unos 500 militares. El primer día llegaron 300, por el camino que conduce a Petatlán, y al día siguiente, por el acceso para ir a Tierra Caliente, llegaron otros 200, junto con los helicópteros.

Cuando se retiró la misión, las mujeres y pequeños pedían que no los dejaran solos, pues temían que los militares retornaran.

Al final, sólo una suplica: “cuando pidamos auxilio, por favor vengan luego, tenemos miedo de que para la otra no esperen tantos días para acabar con nosotros”.

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