martes, 16 de junio de 2009

Rogaciano Alba, la amenaza para comunidades de Petatlán y Coyuca

En la sierra, militares andan echando bala y gritando su nombre

Fuente: La Jornada de Guerrero


MARLEN CASTRO

PETATLAN, 14 DE JUNIO. Al despuntar el día y al caer la tarde, una espesa neblina cubre casas y veredas revelando en toda su magnificencia el tupido bosque en esta parte de la remota sierra. Encinos, ocotes y oyameles forman una cadena tupida de vegetación, un espectáculo ya inusual que sólo ocurre en unos pocos puntos de los bosques guerrerenses.

Hace como nueve años, en Puerto las Ollas, El Jilguero y Las Palancas, pueblos de Coyuca de Catalán, ubicados en los límites con Petatlán, los habitantes decidieron la protección de sus bosques.

Los García, cuyos orígenes están en Las Ollas, iniciaron este movimiento y desde entonces, comenzó el acoso de gatilleros a los pobladores de esta parte de la sierra, principalmente a los integrantes de esta familia.

Aquí en la sierra, todos los menores de edad, como Elizbeidi, una hermosa niña serrana de tez blanca y mejillas rosadas de 11 años de edad, dice que de toda la vida su padre y sus hermanos grandes han tenido que esconderse para que no los vayan a matar.

La pequeña Bella, como la llaman los niños aquí en su pueblo, desea que algún día su padre pueda dormir con ellos en la casa de madera. “Nosotros, lo único que queremos es que nos dejen vivir en paz, queremos dormir sin sobresaltos”, dice una hermana mayor de Bella, ya convertida en mamá.

El obstáculo a los anhelos de la gente de la sierra, tiene nombre. Se llama Rogaciano Alba Alvarez.

El martes que los militares irrumpieron en Puerto Las Ollas, a bordo de varios Hummers, un vehículo artillado, y unos cuatro camiones de redilas, la vida se detuvo en esta comunidad.

El pavor invadió a todos, cuando ya abajo de las poderosas unidades, varios soldados cargaron cartucho, soltaron balas al aire y gritaron: “¡Arriba Rogaciano!”

La misión de observación de derechos humanos recogió esta información en las comunidades sitiadas durante cuatro días por los militares: “Varios militares, con disparates y echando bala al aire, gritaron Rogaciano sigue siendo Rogaciano, jijos de la chingada, aunque ustedes quieran verlo muerto”.

Hace un mes, Omar Solís Guerrero, el Comandante Ramiro del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), en una conferencia de prensa a medios nacionales advirtió que el Ejército y el gobierno estatal protegen a Rogaciano Alba –el poderoso ganadero y maderero priísta que ya ha sido tres veces alcalde de Petatlán y que recientemente el gobierno federal vinculó como integrante del cártel de Joaquín El Chapo Guzmán.

Puerto las Ollas es una remota ranchería ubicada en lo más intrincado de la sierra de Guerrero, a cinco horas de Zihuatanejo. Se Accede por Vallecitos de Zaragoza a través de una difícil terracería, en un camino con la mitad de cerros desforestados y la otra mitad tupida de elevados encinos, ocotes y oyameles.

La mitad del camino a Las Ollas hace un calor abrasador y en la otra mitad el clima se va templando conforme se van remontando las cumbres. A la entrada de la sierra, en una tienda cuya ubicación es estratégica, cuando la misión civil que subió este sábado a Las Ollas –compuesta por Tlalchinollan, Centro de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón, Coolectivo contra la Tortura y la Impunidad (CCTI), Taller de Desarrollo Comunitario (Tadeco) y la Coalición de Organizaciones de la Sierra, además de los coordinadores de las regiones de Tierra Caliente, Rubén Román Bahena y de la Costa Grande, Ramón Navarrete Magdaleno, de la Coddehum– un hombre comunicó por radio el ingreso de la caravana.

A mitad del camino, la misión encontró una unidad artillada, 12 Hummers y cuatro camiones de redilas, en las que bajaban por lo menos unos 300 militares. Abría el comando militar, la unidad artillada con la matricula 80023101 y el camión de redilas con el número 8004140. Una hora y media antes de ese encuentro, en Las Ollas mujeres y menores aún presas del miedo por la amenaza de que quemarían todas las casas, vieron cuando una motoneta con una mujer y un hombre a bordo con vestiduras civiles, comunicaron algo a los militares, quienes intempestivamente, comenzaron a recoger sus cosas, cargaron las unidades y se retiraron, pero antes amenazaron a los habitantes que si algo decían, la siguiente vez no vivirían para contarlo.

Fue entonces, cuando Alma, una de las mujeres líderes de la comunidad, los tranquilizó diciéndoles que ya no tenían que temer, pues con seguridad los militares se retiraron porque habían sido avisados que iban en camino las organizaciones de derechos humanos.

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