Fuente: La Jornada de Oriente (Puebla)
WULFRANO TORRES PÉREZ *
¿Qué tan brillantes y profundas
serán las propuestas de los partidos políticos que caben en un spot?
En la democracia electoral a la mexicana, como “flor de un día”, el día de la votación es la ocasión en la que los ciudadanos logramos ser vistos, aunque sólo sea como simples electores, por los que, “a nuestro nombre”, ejercerán el poder. Aunque somos los ciudadanos los encargados de llevar a cabo la jornada electoral (la talacha), estamos impedidos para verificar la transparencia en el resto del proceso: la captura, la concentración, el procesamiento de los resultados y el cómputo final y definitivo; sin embargo, una vez que los políticos logran su propósito (conquistar el poder), los ciudadanos nos convertimos en seres invisibles, simplemente dejamos de existir; así, las promesas de campaña quedan automáticamente olvidadas, a la espera de la próxima contienda electoral, no hay quien reclame su cumplimiento.
Ante el gigantesco descredito de los partidos políticos, ganado a pulso por su incompetencia y corrupción, junto con la carencia de argumentos inteligentes y testimonios de vida socialmente éticos, se ven en la necesidad de hacer uso de los trucos de la mercadotecnia (entre más mala sea la calidad de una mercancía más publicidad necesita para poder ser consumida). A costa de una campaña publicitaria tan estúpida (repitiendo hasta el cansancio frases huecas y absurdas) como costosa (pero que pagamos entre todos los ciudadanos), intentan imponernos a candidatos incompetentes, inexpertos, ignorantes, deshonestos e irresponsables, a los que les es más fácil obedecer que pensar, alinearse al mandato del líder de su partido que hacer escuchar la voz de sus representados. Estos suspirante al voto, a parte de afear nuestra ciudad con sus rostros famélicos de poder y frases estereotipadas que reflejan el tamaño de su ignorancia y la orfandad de sus recursos intelectuales, los ciudadanos tenemos que sufrir el cinismo de sus promesas a sabiendas de que nada de lo que dicen cumplirán, ya se encargará la televisión de renovar nuestra fe ciega en sus promesas. Y como en la democracia mexicana, sólo podemos elegir entre los partidos políticos legalmente registrados (el menos malo diría el IFE), alguien tiene que ganar sin importar el tamaño de su desprestigio.
Ahora resulta que la inseguridad, con los miles de asesinatos y el alto costo que le significa al país la guerra desorganizada contra el narco, es un logro del gobierno federal que el panismo quiere capitalizar para hacerse de votos. Ación responsable: del desempleo, la inseguridad, la carestía, la recesión económica y un largo etcétera. Lo que a los priistas les llevó cuatro sexenios para debilitar nuestra economía, a los panistas han necesitado ocho años para lograr peores resultados. El PRI, creyéndonos desmemoriados o estúpidos, gasta millones de pesos en una publicidad barata en la que sus candidatos pretenden aparecer como los “franciscanos” de la política. Se les olvida, aunque De la Madrid se los acaba de recordar, que durante los 70 años que tuvieron secuestrado al país la corrupción, la impunidad, el autoritarismo y la injusticia fueron sus máximos “logros” (que ahora los panistas han sabido perfeccionar). Lo PRImero que debería hacer ese partido es pedirnos perdón por los daños ocasionados a tantas generaciones de mexicanos y no amenazarnos con volver al poder.
Por su parte, la “creativa” propaganda perredista basada en la “figura” tan “prestigiosa” de su líder Chucho y de la presencia de una niña tan prematuramente “politizada” como la mayoría de nuestros niños mexicanos, suena tan “convincente” que uno termina por reconocer el infantilismo intelectual de nuestros políticos; “Así si... negociando con los dueños del poder llegaremos (me huele a manada) lejos”. Tenemos que fumarnos también las mariguanadas verdes de lo que, como sueños (no tan húmedos) infantiles, nos quiere vender el partido que ha hecho del ecocidio un negocio político, y que decir del partido de la maestra calderofílica que utilizando la estructura del sindicato de la (des)educación, ejerce tan “magisterialmente” la prostitución política.
En este país, donde “no pasa nada” (ni por la cabeza de sus políticos), en donde la metamorfosis de la realidad supera la imaginación de Kafka, la corrupción crece a la sombra de la impunidad como una virtud, un sistema donde la amistad y el compadrazgo transforman la incompetencia y deshonestidad en pequeños defectos. Un sistema político en el que los “buenos” candidatos se convierten, milagrosamente al revés, en pésimos gobernantes; donde los puestos relevantes en la administración pública se otorgan sólo a unos cuantos miembros del partido en el poder, como si eso fuera suficiente para garantizar su probidad y capacidad para el cargo. En esta mercadotecnia mal llamada democracia, los que llegan al poder se encargan de hacer lo contrario de lo que prometieron como candidatos, gobiernan en contra de los intereses de quienes los llevaron al poder (aumento a los energéticos, mayor desempleo, el Fobaproa, la ley del ISSSTE, el IETU, etc.), venden (malbaratan) entre sus cuates los bienes públicos que les dimos a administrar y a pesar de los malos resultados, sus salarios son de los más altos en el mundo, además de otros grandes privilegios.
No existe en la legislación (porque ellos mismos aprueban las leyes) manera de hacer responsables a los gobernantes por sus malas decisiones o actos de corrupción (los expresidentes son un claro ejemplo), tampoco hay forma de pedirles cuenta a los institutos políticos por del incumplimiento de sus ofertas electorales y las malas decisiones y peores resultados de los gobiernos salidos de sus filas; la impunidad (llamada cínicamente “fuero”) de la que gozan, les permite beneficiarse del ejercicio del poder aunque se perjudique la vida de la gran mayoría de los mexicanos. No hay responsables. Sin la menor vergüenza, esos mismos partidos políticos se presentan religiosamente en cada nuevo proceso electoral para recordarnos que debemos cumplir con el ritual que los mantiene en el poder; en su historia y vida cotidiana, ni la autocensura ni la autocorrección existe entre sus principios.
¿Qué partido o candidato tendrá la decencia de reconocer el alto costo que le significan al país, y en un acto de lucidez moral e intelectual reducir los gastos de campaña y no llenar de basura a nuestra ciudad?, ¿habrá candidatos congruentes capaces de renunciar, por lo menos, a la mitad de sus futuros ingresos y privilegios para ser utilizados en mejores fines?, ¿quiénes de los que aspiran a ocupar un cargo de representación popular, tendrán la suficiente capacidad para fundamentar su campaña en ideas viables y compromisos claros a favor de los ciudadanos?, ¿qué partido político tendría la suficiente solvencia moral y autocrítica como para reconocer las limitaciones de sus militantes y reconocer que entre los ciudadanos hay personas con más capacidad para ocupar cargos que ahora están reservados sólo para ellos y sus cuates?
Sin embargo, el cambio es siempre posible. Podemos en nuestra calidad de ciudadanos dejar de votar por estos mercaderes de la política, apoyar a candidatos honestos (que si los hay) o en el último de los casos anular nuestro voto (tache a todos), mientras nos organizamos para recuperar el poder de decidir sobre la cosa pública. Podemos organizarnos para crear un consejo de ciudadanos libres, apartidistas, con la suficiente solvencia moral e intelectual, que se encargue de evaluar y emitir una opinión de calidad (no de compadrazgo) sobre la solvencia e idoneidad de cada candidato (emitir una especie de certificado de calidad), y cuando haya razones suficientes para ello, exigir ante el IFE que no se le otorgue su registro; podemos también pedir cuentas claras a los gobernantes sobre los recursos públicos y, en su caso, exigir los castigos al gobernante y a su partido ante faltas graves que atenten contra los intereses de todos los ciudadanos.
La democracia se construye con ciudadanos, no con simples electores.
* Profesor–investigador de la Facultad de psicología, UAP
torresw55@hotmail.com
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