Hace ya casi 50 años, Amnistía Internacional nació con la consigna de liberar a las y los prisioneros de conciencia; individuos que permanecían encarcelados por la expresión de sus ideas, por la manifestación de su identidad o por el ejercicio de alguno de sus derechos.
Durante todo este tiempo, nuestro movimiento ha visto, ha escuchado, ha sentido las historias contadas una y otra vez por sobrevivientes de violaciones de derechos humanos que van desde las mujeres que habían sido abusadas sexualmente en medio de un conflicto armado hasta comunidades indígenas que habían sido privadas de sus tierras ancestrales con el pretexto de la construcción de uno de los llamados “proyectos de desarrollo”, pasando por los jóvenes iraníes que han muerto a manos del Estado a través de una injustificable condena a pena de muerte, los niños ugandeses convertidos en soldados para matar a temprana edad, los estudiantes asesinados en una plaza pública con el único objetivo de acallar su voz, las defensoras y defensores de derechos humanos que han tenido que optar entre salvaguardar su vida y continuar levantando la voz para exigir dignidad.
Después de todo este tiempo, Amnistía Internacional ha ido comprendiendo que detrás de todas estas historias se encuentra la experiencia de la desposesión, de la falta de voz, de la inseguridad, de la injusticia, de la privación, es decir, la experiencia de la pobreza.
Hoy en día, sabemos que al menos dos tercios de la población mundial carece de un acceso significativo a la justicia; que miles de mujeres en edad de procrear mueren año con año ante la falta de atención obstétrica, a pesar del gasto mínimo que este servicio implica; que comunidades enteras sufren desalojos forzosos o viven en condiciones de extrema marginalidad; que con el pretexto de un desarrollo económico que no ha subsanado la brecha de desigualdad social que hoy vivimos, se han atendido políticas públicas recomendadas por instituciones financieras internacionales que promueven un Estado mínimo, en el que los gobiernos han suprimido sus responsabilidades internacionales en materia de derecho económicos y sociales.
Hoy sabemos que esta historia de violaciones graves de derechos humanos es la historia de la pobreza; y sabemos también que la historia de la pobreza es la historia del desprecio a la dignidad humana.
Es por ello que el día de hoy, desde más de 50 países alrededor del mundo, y bajo el lema “Exige Dignidad” Amnistía Internacional inicia una ambiciosa campaña que abordará las violaciones de derechos humanos que generan y agudizan la pobreza.
A través de esta campaña, propondremos una manera distinta de entender la pobreza. No como algo inevitable, natural ni autoinfigido, sino como el resultado de decisiones que personas toman sobre otras personas.
Haremos campaña para exigir que gobiernos, empresas, instituciones financieras internacionales e individuos rindan cuentas por los abusos a los derechos humanos que mantienen a la gente sumida en la pobreza.
Nos acercaremos aún más a organizaciones y movimientos de base que desde hace varios años han luchado por la reivindicación de sus derechos para amplificar sus voces y ayudar a llevarlas a los espacios de toma de decisiones.
Movilizaremos a nuestra membresía para garantizar que ningún sistema político o económico sea pretexto suficiente para vulnerar la dignidad humana.
Como parte de estos esfuerzos, Amnistía Internacional México comienza a operar el día de hoy el sitio de internet exigedignidad.org donde se ofrecen distintas alternativas de acción para activistas que desean ayudarnos a proponer un debate distinto sobre la pobreza, desde una perspectiva de derechos humanos.
Hace 50 años Amnistía Internacional comenzó a trabajar por la liberación de las y los prisioneros de conciencia. Hoy, Amnistía Internacional alza su voz denunciar otra prisión que, a pesar de ser invisible, significa una catástrofe de derechos humanos: la prisión de la pobreza.
Hoy Amnistía Internacional exige dignidad.
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