Por Luis Britto García.
Dólares de plata, balas de plomo // Ante todo, nadie debe confundirme con mi tatarabuelo, el sonoro dólar de 4l2 granos de plata que se acuña desde 1837 hasta l885 y con el cual se financia la matanza de pieles rojas y la invasión que quitó la mitad de su territorio a México.
Mucho menos se me ha de confundir con mi bisabuelo, el tintineante dólar de 42O granos de plata que se acuña entre 1837 y 1890, que pagó la intervención en Cuba, en Puerto Rico y en Panamá.
Y tampoco se me puede confundir con mi padre, el dólar de papel impreso sobre la cureña de los cañones que obligaron a los países reunidos en 1944 en Breton Woods a tener respaldo en dólares para sus divisas, mientras que el dólar no requeriría respaldo en ninguna de ellas. Con un multígrafo que imprimía papelillo verde se pagó la bomba de Hiroshima y el endeudamiento de Europa llamado Plan Marshall; el bombardeo de aplanadora en Corea, la invasión de Guatemala, la intervención en Santo Domingo, la intentona de Bahía de los Cochinos, la craterización del sureste asiático y la invasión de Afganistán e Iraq. El mundo entero financió estos horrores entregando recursos, conciencias y países a cambio de papel pintado. Postula la ley de Gresham que la moneda mala desplaza a la que tiene valor. Pocos años después de Breton Woods, en ninguna parte se conseguían dólares de plata. A diferencia del slogan de los chinos, el imperialismo no era un tigre de papel, sino un billete de papel.
Dinero de papel
Pero tanto va el signo monetario a la impresora, que se devalúa. La tentación de gastar un papel que no cuesta nada es demasiado grande. El resultado es la extensión del gasto, y el déficit. Los delirios de Estados Unidos de ser el policía del mundo lo llevaron a una dispendiosa ocupación militar de Europa mediante las tropas de la OTAN, a una carrera armamentista que le costó anualmente cerca del 15% de su Producto Interno Bruto, y a una ruinosa guerra en Asia.
El l5 de agosto de 1971, tras la vergonzosa devaluación de 1968, Richard Nixon declaró que el dólar no sólo no tenía respaldo en divisas extranjeras, sino que tampoco tendría respaldo en oro. Al mismo tiempo, el país campeón de la libertad de comercio impuso una sobrecarga del 10% sobre las importaciones, para eliminar creciente déficit comercial. En respuesta, la divisa estadounidense fue devaluada en otro 10% por el Grupo de los Diez. Así nací yo: el dólar vacío, el dólar cero, el dólar nada. Financié la llovizna de napalm sobre Vietnam, el bloqueo a Nicaragua y la incineración del barrio de Chorrillos en Panamá. Sembré el mundo con 6.000 ojivas nucleares; costeé la Bomba Sólo Mata Gente. Erigí el Imperio de la Droga; calciné millón y medio de civiles en Iraq para saquear su petróleo; destiné los depósitos de los jeques sauditas a préstamos irresponsables que originaron la Deuda Impagable del Tercer Mundo.
El dinero burbuja
Pues desde mi nulidad total he construido un sistema financiero hecho a mi imagen y semejanza. No sólo no soy nada, tengo el poder de multiplicar infinitamente la vacuidad. Supongamos que tienes dólares y que los puedes poner en un banco estadounidense. Por cada mil dólares que deposites, el banco puede prestar 850; de modo que mil dólares parecen haberse transformado en 1850. Al ser gastado, ese dinero de embuste va a parar a otras cuentas; en cada una genera prestamos que duplican falsamente lo depositado. Y así sucesivamente, hasta que por cada uno de los dólares en efectivo que circulamos en el sistema bancario estadounidense, otros diecinueve fantasmas están inscritos en diversas cuentas, fingiendo ser dinero. Sobre ese 95% de cifras de embuste se emiten cheques, y tarjetas de crédito, y títulos, y letras de cambio, cheques de viajero, y pagares y bonos, que no corresponden a ningún dinero real, y así hasta que la economía financiera ficticia supera más de setenta veces el valor de la economía que produce bienes reales. Como el sapo de la fábula, estoy inflado setenta veces por encima de mi valor, que de todos modos es ninguno.
Los bancos vacíos
Se alegará que los bancos estadounidenses tienen reservas en efectivo para hacer frente a sus pasivos. Pero desde 1913 los niveles de esas reservas requeridas no han hecho más que disminuir. Hacia 1970 no tenían, en promedio, más de un 8,4% de respaldo; en 1980, un 6,8%. Bajo la Monetary Act de ese mismo año, fueron fijadas en un 12%; pero en 1983 estaban en realidad en un 4,3%, y desde entonces no han hecho más que bajar. Soy un equilibrista que hace piruetas sobre una cuerda que no está allí.
Otra cosa es la calidad de esas reservas. En 1960 Walter Wristow, anterior presidente del Citibank, invento el "certificado de depósito", que permite a los bancos crearse su propio crédito. Las autoridades monetarias yanquis han permitido progresivamente que los bancos creen compañías de holding, a las cuales los propios bancos les pueden vender sus papeles crediticios, de tal manera que las reservas consistan en créditos contra esas mismas compañías inventadas por ellos. De allí a las hipotecas incobrables vendidas como fondos subprime no hay más que un paso. Como dice el refrán, se cobran, se pagan y se dan el vuelto. Soy un saltimbanqui que cruzo el vacío sosteniéndome agarrado de mis pelos.
El dinero sin valor
El público espera que, en todo caso, el acróbata que resbala aterrice en la pandereta. Lo malo es que la mía no tiene lona ni red. Se llama Sistema Federal de Reserva: un grupo de 12 bancos regionales, cuyo capital es propiedad de unas 600 entidades bancarias miembros de la institución. Es un débil amortiguador para los eventuales saltos mortales, cabriolas y sobregiros de mas de 14.000 bancos estadounidenses, de los cuales, por cierto, menos de la mitad están afiliados a ese Sistema de Reserva.
Aparte de él, existe la precaria Federal Deposit Insurance Corporation, (Corporación Federal de Seguros sobre los Depósitos) cuyas pólizas debían responder por más de 750 mil millones de dólares en préstamos: para eso sólo disponía de unos 6 mil millones de dólares, a los cuales el Tesoro podrá prestar otros 3 mil millones en caso de emergencia extrema.
Ello significa que cada 83 dólares en depósitos tenían menos de un (1) dólar de cobertura. Y ese dólar estaba depositado en los mismos bancos contra cuya bancarrota debe supuestamente asegurar! Bastara con que se retirara cerca del 1,2 % de todas las cuentas de la nación, para que el Fondo de Depósitos quedara totalmente vacio. Y los bolsillos de los ahorristas también.
El dólar quiebra
Un acolchado muy tenue para los inevitables porrazos. Cada depresión trae consigo una cadena de quiebras de bancos estadounidenses. En la de 1929 colapsaron 9.000. El crack de 1987 precipitó otro naufragio financiero; en 1990 hubo una hecatombe de cerca de 500 bancos. Hacia la misma fecha se disparó un colapso en cadena de cajas de ahorro y de crédito que costó al público unos 230.000 millones de dólares, y en el cual estuvo involucrado el hijo del entonces presidente George Bush, y hoy Presidente de Estados Unidos gracias a los méritos acumulados en la colosal quiebra fraudulenta de Enrom. El gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, definió el de 1990 como "el mayor robo bancario del mundo". El 4 de octubre de 1992 The Washington Post publica un reportaje en el cual Alan Whitney, portavoz de la Corporación Federal de Seguro de Deposito (FDIC), señala que hay más de un millar de bancos con problemas financieros, de los cuales 111 podrían cerrar en breve plazo. En octubre de 2008 en cuestión de días colapsan los más grandes colosos financieros de Estados Unidos, arrastrando consigo a los del mundo. El dólar se viene abajo en todas las bolsas de los países desarrollados.
El dólar acreedor
Los mandatarios tercermundistas celebran danzas de la lluvia dedicadas a asegurar el llamado clima favorable para las inversiones, cuyo resultado se supone que será un chaparrón de dólares que asegurará la felicidad eterna de todos los mojados. Pero el clima favorable para las inversiones es desfavorable para los habitantes de esos países. En el mejor de los casos, significa miseria; en el peor, miseria con dictadura.
Pues sobre el Tercer Mundo Yo el dólar -Yo El Supremo- ni desciendo ni condesciendo. Rodolfo Stavenhagen ha demostrado que, en la mayoría de los casos, las trasnacionales se establecen en los países subdesarrollados sin significativos aportes de capital: meramente recaban los fondos locales mediante cartas de crédito. O compran empresas "privatizadas", y las pagan con el aumento de tarifas o de precios. Es, de nuevo, la compra de un mundo a cambio de espejitos o pedazos de vidrio.
Cuando caen, mis garúas son selectivas. Nunca aparezco para financiar el centro educativo que prepara ciudadanos o él laboratorio que descubre la cura para el mal o la salvación del millón de niños latinoamericanos que según la Unicef muere cada año por desnutrición, violencia o enfermedad. Siempre estoy allí para pagar el equipo militar obsoleto, el soborno del funcionario que subasta su país, la operación usuraria del 40% sobre el bono cero cupón, el 2.000 % de la tasa overnight y la bala que liquida al Presidente que defiende a su pueblo.
El dólar Drácula
En todos esos casos, antes de tocar el suelo ya estoy convertido en deuda y transfigurado en dividendos que retornan al exterior. Mi pasaje de vuelta a casa son las cláusulas de libre exportación de capitales en las Cartas de Intención que impongo dondequiera que voy, en los Tratados contra la Doble Tributación que me exoneran de pagar impuestos en los países donde gano dividendos. Ya no necesito mover ningún proceso productivo para chupar utilidades. Hasta hace pocas décadas, los peones agrícolas eran esclavos de facto por las deudas impagables en las pulperas de las haciendas. Ahora lo son sus países por las deudas eternas con la banca trasnacional. ¡Por cada dólar recibido en préstamo, en diez años cada nación deudora ha pagado cerca de tres dólares en intereses y todavía adeuda el dólar original, o más! A finales de los setenta, los países latinoamericanos debían cerca de 350 mil millones de dólares. Hoy, adeudan más de 700 mil millones. Mientras Estados Unidos recomienda austeridad a los deudores, él mismo contrae una deuda de US$59.000.000.000.000.000, lo que representa un 65,5% de su Producto Interno Bruto y una carga de US$516.348 por cada familia. Esta es la verdadera industria sin chimeneas: dentro de poco, habrá devorado tanto chimeneas como industrias.
El dólar terminal
Mis adoradores me presentan como un coloso. La verdad es que soy un agonizante al cual mantienen con vida dos médicos: el Estado y la Guerra. Para auxiliarme, el gobierno de Estados Unidos crea nueva deuda pública por más de 700.000 millones de dólares, para recompensar a los banqueros que me llevan a la tumba. La salud del mundo es mi agonía: la paz me aniquila. Sólo estoy fuerte cada vez que una guerra arrebata decenas de millones de vidas. Entonces el Tesoro estadounidense me desembolsa a raudales para pagar armamentos que -como los seres humanos- sólo sirven para ser destruidos en los campos de batalla. Estados Unidos gasta en armamentos cada año 623.000.000.000$; más que todo el resto del mundo; diez veces más de lo que según la UNICEF bastaría para acabar con el hambre en el mundo.
El dólar ideología
Por la plata baila el perro, y por la propina mueve el rabo el intelectual. Todo poder tiene adulantes: el mío financia una teología que postula que sólo hay un Dios, que es el dólar, y que el mercado es su profeta. Su altar son los cinco monopolios que confiscan la información en el planeta. Predica que todos los valores, todo lo humano -ética, historia, política, estética, cultura, compromiso- sólo existirán en la medida en que sean reducibles a cotización, y por tanto, a comercio.
Por el contrario, la humanidad comienza donde termina el mercado. Todo lo que es humano y forma parte del ser es, por definición, no negociable. Cuando el trabajo creativo, el hombre y la mujer son subastables, se convierten en mercancía, esclavo y prostituta.
Como todo acelerador, pasado cierto límite soy mortífero. Quien me usa para ganar el control termina perdiéndolo. No soy una causa, sino un síntoma. No soy riqueza: soy el mecanismo mediante el cual pierde su riqueza todo aquél que la crea. Gracias a mí, el 75% del capital estadounidense ha sido acaparado por las quinientas empresas más poderosas de ese país. Gracias a mí, el país dueño del planeta tiene 40 millones de pobres, y los 400 estadounidenses más ricos poseen 1.600.000.000.000 de dólares, más, dinero que los otros 150 millones de compatriotas. Gracias a mí, la economía real ha sido destruida por la de papel: por la mía. Si no perezco en esta crisis, la humanidad será algún día propiedad de un papel con el que intentó comprar todas las cosas. Así paga el diablo a quien le sirve.
Por lo mismo que pretendo representar todas las cosas, no soy ninguna de ellas. Para los que me entregan el alma, está reservado un infierno donde soy su única compañía.
Fuente: Alternativa Bolivariana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario