El debate en el Senado sobre la reforma petrolera, forzado por la presión social, se perfila como una maniobra de desahogo que no afectará las decisiones del PAN y de una porción sustantiva del PRI. Era por tanto indispensable solicitar el retiro de las iniciativas mientras no culmina la discusión nacional y se somete a la consulta pública.
Si se midiera con criterios del pugilato, al término de las dos primeras sesiones la diferencia por puntos sería abrumadora y es muy probable que el gobierno no vaya a ganar ninguno de los 19 asaltos que faltan. Sin embargo, el juego está falseado por el eco mediático y porque el árbitro —en este caso la mayoría del Congreso— parece haber tomado previamente partido con independencia del marcador.
Manuel Bartlett ha llamado a sus compañeros de partido a optar por el “voto de conciencia” y rechazar el voto de “línea”, tratándose de un asunto de consecuencias determinantes para el futuro del país. Consciente de que, en el equilibrio parlamentario, ese partido es hoy el fiel de la balanza, me referí explícitamente a sus miembros durante mi comparecencia, compartiendo experiencias de Estado sobre los cambios históricos a que ha dado lugar la política energética. En el mismo sentido, el ex senador los invita a considerar hechos elementales de la geopolítica, tales como la decisión del G-7 de minar las empresas públicas petroleras, que detentan la mayoría de las reservas actuales. Les recuerda además algunos dislates de la negociación del TLC, que nos comprometieron a garantizar el suministro de crudo sin que ellos ofrecieran ninguna fórmula razonable para el tránsito y estancia de nuestros migrantes.
Les aconseja revisar texto de
Los ejes del debate son: la interpretación del interés nacional y la constitucionalidad de las iniciativas. En las sesiones realizadas en torno a los “principios” quedó claro que se discuten dos proyectos distintos de nación. El que, disfrazado de “modernidad”, pretende colocarnos a la cola de política energética mundial y el que, enraizado en la historia, busca una inserción más provechosa en el contexto mundial. Sostuvieron que el nacionalismo es un mito estorboso, cuando el único mito en decadencia es el neoliberal y el nacionalismo ha vuelto por sus fueros en todas las áreas del planeta.
La intervención del presidente del PAN fue patética: no se pudo encontrar en las profundidades de su masa cerebral ni un vestigio de yacimiento intelectual. Su huida del debate probó que no les importan los argumentos sino las alianzas, las concupiscencias y los controles. Los defensores del proyecto oficial abundaron en su desprecio por el pacto constitucional y transparentaron el propósito de tejer un taparrabos “legal” —o siquiera una tanga— que estimule las inversiones foráneas.
David Ibarra se refirió al desmantelamiento de Pemex como una “operación hormiga” que debe detenerse. Por mi parte lo califiqué como una invasión de roedores que carcomen la estructura de la industria nacional y a los cuales se pretende abrirles nuevas rendijas. Denuncié la “voracidad ratonera”, que a partir de la iniciativa calderonista está contagiando a segmentos del PRI y se extiende a otros partidos.
La pregunta es: ¿por qué tanta prisa? Y la respuesta es obvia: por la presión del gobierno estadounidense para que incrementemos a la brevedad la venta de crudo. Hay una grave escasez de petróleo y el último informe de
Cité el reporte recién publicado del consejo estadounidense de relaciones internacionales, donde se afirma que deben “enfocarse en promover mayor producción petrolera en México, mediante la participación de empresas estadounidenses como parte de una nueva política hemisférica”. También, que el gobierno de ese país puede “alentar directamente la inversión en Pemex, si el de México se lo pide”. Afirmé que se juntan el hambre con las ganas de comer. El hambre de petróleo de Estados Unidos y la avidez de actores mexicanos, encandilados con negocios multimillonarios a expensas del patrimonio nacional.
En definitiva, lo que el diablo nos escrituró es la corrupción, alentada por el señorío del mercado sobre el Estado. A condición de que sigamos siendo una “carreta alegórica de bueyes”.
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