lunes, 6 de diciembre de 2010

El campo después de la Revolución


Viernes, 03 de Diciembre de 2010 00:00
Escrito por Guillermo Knochenhauer

Un tema predilecto de quienes denostan a la Revolución Mexicana, es la pobreza rural; sin vergüenza por falsear los hechos, se le atribuye al reparto de la tierra y sobre todo, a la creación del ejido, el “desplome” de la producción agropecuaria y que los campesinos de México no hayan superado “su pobreza de siglos”.

La Revolución, en efecto, repartió la tierra, acabó con el latifundio (y con la oligarquía agraria, que es la más retrógrada) e hizo que renacieran el ejido y las comunidades.

Esas acciones, a las que le dio impulso inicial el cardenismo, le imprimieron tal vigor productivo al campo que durante más de dos décadas, hasta mediados de 1960, México no sólo fue autosuficiente en la producción de alimentos, sino que sus exportaciones generaron ingresos netos de divisas.

Lo que acabó con ese impulso productivo no fue, como se asegura, que “en la letra y espíritu de la Constitución de 1917” el reparto agrario haya sido visto como un mero instrumento de justicia social, contrario a las posibilidades del campo como espacio de creación de riqueza (Héctor Aguilar Camín, Milenio, 29/11/2010).

Lo que cargó al campo de problemas productivos y sociales fue que el modelo que se adoptó para industrializar al país, no generó las oportunidades ocupacionales que debía haberle ofrecido a las nuevas generaciones campesinas.

La industrialización por sustitución de importaciones tuvo y tiene limitaciones estructurales de empleo de la fuerza de trabajo del país: para ensamblar un refrigerador o un automóvil con maquinaria y partes importadas, se requieren mucho menos trabajadores que para producir esa maquinaria y los componentes del producto final.

El modelo de industrialización se propuso sustituir las importaciones de refrigeradores, pero no de su tecnología y partes componentes; por eso ha sido siempre deficitario en sus exportaciones frente a lo que tiene que importar, dependiente por lo tanto de divisas, e incapaz de emplear productivamente a la fuerza laboral que crece con el aumento de la población y que en el caso del campo, le va sobrando.

Una medida de la pobreza rural, inequívoca porque pone de relieve su causa principal, es que del campo vive alrededor del 20 por ciento de los mexicanos, que sólo producen cerca del 6 por ciento del producto interno bruto. La producción agropecuaria no se ha desplomado, como algunos aseguran (Sergio Sarmiento, Reforma, 22/11/2010), pero es evidente que no se puede sostener un nivel de vida digno de uno de cada cinco mexicanos con la vigésima parte de la riqueza que se produce cada año.

Esa población excedente de origen rural que no encuentra ocupación en la industria ni en los servicios, ha buscado emigrar a Estados Unidos, o engruesa la economía informal alrededor de las ciudades, o se queda en una fracción menor de tierra que le cedan sus padres, o es un paria sin tierra que migra constantemente en busca de trabajo como jornalero.

Todos esos destinos hacen del campo el ámbito de la mayor y más extendida pobreza en el país. Tiene que ver con la falta de oportunidades ocupacionales fuera del campo y con las políticas de desarrollo rural ajenas a esas realidades e inclusive, contrarias por ejemplo, a la agricultura minifundista de subsistencia.

El minifundio es resultante del reparto de la tierra que siguió al legal (diez hectáreas de riego o su equivalente según índices de agostadero por jefe de familia). Los beneficiarios originales del reparto agrario siguieron repartiendo sus parcelas entre su descendencia, creándose así una estructura agraria minifundista, cuyo mayor problema es que no ha contado, hasta ahora, con las políticas de fomento adecuadas a su condición.

El subsecretario de agricultura de la SAGARPA, Mariano Ruiz Funes, presentó recientemente ante el Consejo Mexicano de Desarrollo Rural Sustentable un proyecto encaminado a “la modernización sustentable de la agricultura tradicional o autoconsumo”.

Se trataría de duplicar en los próximos diez años, los rendimientos de maíz y trigo por hectárea en el minifundio de temporal. Lo importante es que por fin se empieza a reconocer que en esa agricultura de subsistencia, hay un gran potencial productivo por aprovechar.

Si se orientan a ello políticas y recursos de manera suficiente y sostenida, la producción rural aumentaría enormemente. Sin embargo, lo único que puede hacer que se equilibre la proporción del PIB rural en el nacional con la población que tiene que soportar, es que ésta encontrara ocupación en actividades distintas a las primarias.

knochenhauer@prodigy.net.mx

Fuente: La Jornada de Morelos

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