Pulso Crítico
J. Enrique Olivera Arce
Tras la mascarada del IEV y su debate, ya en la recta final, todo parece indicar que las propuestas de los candidatos a la gubernatura de Veracruz se tornaron en accesorias, corriendo la suerte del principal: ganar al precio que sea, en una elección a todas luces de Estado en un proceso electoral pseudo democrático en la que la voluntad popular es lo de menos.
Candidato que impacto con sus propuestas, impactó y a otra cosa mariposa. De aquí para adelante el convencer a los indecisos, entre los que se cuentan los abstencionistas y los convencidos del voto en blanco o nulo, sería el gran reto. Estaríamos hablando, cifras más, cifras menos, en un escenario optimista, del 55 por ciento del total del padrón vigente de votantes potenciales registrados en la entidad con sus derechos a salvo. Más sin embargo, dado el rumbo tomado por el proceso electoral, esto resulta ostensiblemente irrelevante, al darse por sentado que el objetivo ya no es convencer sino avasallar.
Pero a manera de ejercicio vale la pena asomarse un poco a lo que representa ese universo de indecisos. De acuerdo a resultados de los tres últimos comicios en la entidad, el mayor porcentaje de este nada despreciable reservorio de votos está concentrado en los principales asentamientos urbanos de Veracruz e integrado por jóvenes adultos, mujeres y hombres, para los que votar no es relevante, habida cuenta de que no perciben beneficio alguno con su participación comicial como respuesta a expectativas y esperanzas de mejoría laboral, económica o social.
Esto en un contexto en el que partidos y candidatos han privilegiado más la difusión mediática de imagen que el propiciar el debate ciudadano en torno al futuro de Veracruz. Amén de las diversas manifestaciones de “guerra sucia”, que más que atraer y convencer, repelen. A lo que habría que sumar el machacón bombardeo de propaganda política que más habla del irreconciliable pleito ente el gobernador y el candidato del PAN a la gubernatura, apoyado por el gobierno federal, que de un proceso democrático de contienda electoral entre pares.
Los jóvenes no quieren ya propuestas y promesas descontextualizadas y ajenas a la realidad de Veracruz, el país y el mundo; exigen respuestas y compromisos concretos a sus requerimientos de inclusión, educación, empleo e ingresos dignos sobre lo cual estén en condiciones de afrontar el futuro. Hasta ahora y por lo que se ha podido observar y escuchar, ningún candidato a la gubernatura, diputaciones locales o alcaldías, con responsabilidad se ha asumido como promotor de reivindicaciones juveniles ó garante del cambio de modelo de desarrollo frente a la crisis, que este importantísimo sector poblacional contempla como premisa para avanzar en la transformación de una sociedad que hoy se les niega.
El impacto de lo que no se tiene y a lo que se aspira, en la percepción de la realidad a que se acogen la mayoría de los jóvenes adultos, hoy aún indecisos, tiene mayor peso que “el más de lo mismo”, en que coinciden propuestas y promesas de campaña de las y los candidatos, cuyo énfasis está puesto en la ya manida fórmula de gobiernos de empresarios para empresarios, o de parientes para parientes, bajo el supuesto de que a mayor inversión pública y privada, local y extranjera, con una buena dosis de complaciente corrupción, mayores expectativas de crecimiento y desarrollo para Veracruz.
El exigido cambio estructural que abata desigualdad, pobreza y exclusión no entra en los planes de gobierno, estatal y municipal que proponen los diversos candidatos. Estos llaman a la participación ciudadana, como panacea, pero al mismo tiempo niegan a la mayoría de la población el acceso a una mayor y equitativa distribución de la riqueza por generar. La juventud de a pie, ajena a privilegios dinásticos, lo percibe, lo vive en carne propia y lo asimila a su imaginario, negándose a participar en un proceso electoral que nada positivo le ofrece. Convencerla de la disposición y voluntad política de cambio, es la tarea y reto a superar cuando los tiempos de campaña están por concluir.
Sea cual fuere la estrategia a seguir por los diversos candidatos, sus equipos de campaña, y los resultados en el último jalón, el número de potenciales votantes que convencidos o por inercia le apuesten al abstencionismo o al voto nulo, darán el parámetro para medir la calidad y legitimidad del proceso electoral y su conclusión en las urnas. Si es que acaso esto último tiene algún valor en un clima de simulación democrática como el que se vive en México, o en una entidad federativa como Veracruz, en la que se privilegia, por sobre requerimientos de crecimiento económico, desarrollo y bienestar de la población, el ejercicio autoritario del poder por el poder; como quedara asentado lo mismo en las grabaciones de conversaciones telefónicas del gobernador Herrera Beltrán con sus subordinados, que el empleo de técnicas ilegales de espionaje presuntamente orquestado por el gobierno de Calderón.
Ocho días a lo sumo es el plazo para que los candidatos hagan valer sus ofertas de campaña a nivel de piso, por sobre el impacto mediático de guerra sucia y al alcance de hombres y mujeres comunes, dispuestos a hacerlas suyas inclinando la balanza a favor o en contra de las diferentes opciones en el espectro electoral. No siendo ya esto último posible en términos prácticos, sólo les queda recurrir, en el mejor de los casos, a hacer valer mediáticamente credibilidad y compromiso con el bien común.
En el peor escenario, el camino más viable en esta última etapa inercialmente sería el de las prácticas antidemocráticas que, rayando en la delincuencia electoral y en el absoluto desprecio a la ciudadanía, ya se perciben en el horizonte cercano amenazando con la “judialización de la elección.
Y es en este último jalón, el más ríspido, en que cada candidato demostrará de que madera está hecho, de que recursos echara mano, y como habrá de comportarse en el futuro, caso de resultar ganador de la contienda, en un contexto de crisis y complejidad en el que las respuestas a las demandas de la sociedad deben marchar aparejadas en lo económico y en mano firme, para así conducir la nave entre las encrespadas olas de un país que vive ya los prolegómenos de una tormenta perfecta.
Poniéndose también a prueba a la propia sociedad veracruzana, que tendrá que optar por la comodidad de un más de lo mismo, dejándose vencer por el avasallador peso específico de la inmediatez, el oportunismo, la simulación y la corrupción, o correr el riesgo de apostarle al tan necesario como urgente cambio de rumbo con visión de futuro.
La suerte está echada, los dados están en el aire y partidos y candidatos, velan armas, prestos a la batalla final de lo que terminará siendo un tácito pleisbicito en el que la ciudadanía habrá de optar entre dejar triunfar a un candidato de Estado, o avanzar en el difícil y tortuoso camino de la construcción de la democracia.
En uno u otro sentido, la inclinación mayoritaria en las urnas dirá, en primera y última instancia, si el pueblo quiere el gobierno que cree merecer.
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