Por Federico Arreola
11 de Enero, 2009 - 23:23
Ningún político trabaja tanto como Andrés Manuel López Obrador. De miércoles a domingo, cada semana, recorre cientos y hasta miles de kilómetros por carretera visitando todas las localidades de México. Los lunes se reúne con su equipo de colaboradores, el martes revisa los detalles de su agenda y el miércoles vuelta a empezar: otra vez la gira, de nuevo los larguísimos trayectos y, lo más agotador, seguir con la rutina de pasar las noches en hoteles de pueblo, normalmente incómodos y sucios, ya que no hay de otros en tantos lugares olvidados del país.
No es un trabajo fácil, pero Andrés Manuel no ha faltado al mismo en ningún momento desde 2005. Se sabe líder de un gran movimiento social y, por esta razón, no descansa.
Ahora bien, antes de ese año, recordémoslo, tuvo que resistir las fuertes presiones provocadas por el desafuero. Lo hizo sin descuidar su responsabilidad como jefe de Gobierno del Distrito Federal, un cargo en el que diariamente empezaba a operar desde las seis de la mañana, todos los días, disciplinadamente, con método, con la enorme seriedad exigida por la función pública bien llevada a cabo.
Desde 2004 a López Obrador se le ha agredido en exceso. Cuánto lo han calumniado sus enemigos alentados por los gobiernos panistas. Hasta intentaron meterlo a la cárcel por haber cometido el único pecado de haber construido una carretera para hace viable un hospital diseñado por sus propietarios a la medida de la gente de altos ingresos de la Ciudad de México. Pretendían evitar que fuera candidato a la Presidencia de la República. No lo lograron, pero no se dieron por vencidos.
En la contienda electoral de 2006 todos los grupos conservadores, desde los líderes del PRI y el PAN hasta los grandes empresarios y los principales medios de comunicación, se unieron para dar forma a la peor campaña de guerra sucia que se ha visto en México. Buscaban con eso quitarle votos. Como no lo consiguieron, coordinados por el gobierno federal simple y sencillamente se robaron la elección presidencial.
Eso obligó a Andrés Manuel a diseñar una salida pacífica al enojo de la gente que estaba totalmente decidida a rebelarse. AMLO, así, convenció a sus seguidores de dormir en las calles de la capital. Él acampó en el Zócalo, donde cada tarde llovía muy fuertemente (hubo no pocas durísimas, feroces granizadas) después de haber soportado calorones realmente infernales cada mediodía. No fue sencillo experimentarlo, me consta.
Una vida así, naturalmente, agota a cualquiera. Este domingo Andrés Manuel estuvo a punto de desmayarse durante un mitin en Mexicali. Por su propio bien, por el de su familia, pero sobre todo por el de una nación que no resistiría que algo le pasara, Andrés tendrá que disminuir el ritmo de sus actividades. Claro que sí.
Falta todavía mucho camino por recorrer antes de estar nuevamente frente al reto de enfrentar a las mafias del PRI y del PAN en la próxima campaña presidencial. Andrés Manuel las va a vencer, no tengo la menor duda. Si no por otra cosa, porque es un político decente, trabajador y serio. Es decir, porque le sobra autoridad moral.
Pero necesita cuidar su salud, ya que sin ésta no hay nada.
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