martes, 2 de septiembre de 2008
La Marcha de la Gente con la Mente en Blanco
(La Amnésica Estulticia de la Iniciativa “Iluminemos México”)
Alfredo Velarde
Marchar contra la galopante inseguridad que ha sentado sus reales prácticamente en todos y cada uno de los espacios sociales del cada vez más injusto y desigual México del presente, que nos duele como fría puñalada trapera en el plexo solar, parece ser el non plus ultra de cualquier iniciativa ciudadana, dispuesta a movilizarse por una causa valedera y justa, pertinente y necesaria. Parece, insisto. ¿Pero lo es, real y verdaderamente considerada la iniciativa y la modalidad concreta que adoptó la así llamada Marcha Blanca contra la Inseguridad?
Si se atiende a su contenido real, plagado de lugares comunes; a la sospechosa complicidad con ella de los medios masivos de desinformación, que acostumbran de ordinario ignorar las más genuinas demandas sociales; si se mira la mayoritaria composición de clase que la nutre, así como sus olvidos que parecen deliberados; y si además se ve la pobreza argumental de las demandas, más que de la legitimidad –o no- en que parece soportarse la iniciativa, que estuvo por debajo de las expectativas que sus animadores habían logrado levantar, tendríamos que hacer referencia, en éste sentido y mejor, a la implicación de desesperada catarsis que la connotó; al estéril desahogo por redescubrir que sí, en efecto, los ricos también lloran.
Y los no tan ricos, por cierto y también, justo cuando la inseguridad que deviene violencia cotidiana que se sintetiza en el secuestro, en la ola de robos contra todo aquel que se ponga a modo, sea acaudalado o no, en el crecimiento exponencial del narcotráfico, en la sorda guerra entre cárteles frente a la cual, la nulidad del gobierno que padecemos, resulta ya anecdótico lugar común, al lado de la congénita corrupción de toda la clase política, del inefable triunvirato partidocrático (del PAN, el PRI y el PRD) que es parte del problema y de los tres niveles de gobierno y sus instituciones sin excepción, y que resumen lo que hoy es nuestro país.
Eso, precisamente eso, no se resolverá con llamados “neutros” a movilizaciones descafeinadas, como la que “la sociedad civil” atestiguó el pasado sábado 30 de agosto, mientras el país se desmorona como guijarros de arena por entre los dedos.
Pido de antemano disculpas a quienes ofenda el título de la presente reflexión. Sin embargo, un desahogo multitudinario, que no logró concitar el apoyo mayoritario que solicitó en toda la nación, en los días previos al acto central que iniciando en el Ángel de la Independencia y transitando por el Paseo de la Reforma, culminó en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, con más preguntas que respuestas, con más dudas que certezas, con más cuestionamientos que adhesiones apresuradas, como la materia prima de un pensar a fondo que no parece ocupar lugar alguno entre los convocantes a la susodicha movilización y que terminó sugiriendo a los renuentes a responder a su emplazamiento (como quien esto escribe), que:
Ese tipo de movilizaciones, se singularizan por la manipulación y el claro engaño a quienes de buena fe acudieron a la expresión de algo que de poco o nada servirá, si caemos en cuenta que, atacar los gravísimos efectos de un perverso modelo económico concentrador de la riqueza y profundamente excluyente y depredador de las condiciones de vida para las cuatro quintas partes de los mexicanos (que eso y no otra cosa expresa la grave inseguridad), sin atender a las causas que la originan, como el malhadado y erráticamente denominado “modelo económico” capitalista salvaje neoliberal, en realidad, implica lanzarse a emprender un doble salto mortal de espaldas al vacío. ¿Y las soluciones? ¡Seguirán brillando por su ausencia si no se atacan las causas de la violencia social!
Serían cómicas, de no ser tan trágicas las implicaciones de que se hicieron acompañar, voluntaria o involuntariamente, los animadores de la Marcha Blanca. Nos duelen las víctimas de la violencia, sí, por supuesto y sean quienes fueren sus víctimas, pero no los anencefálicos “remedios” que no lo son y que se proponen, para “solucionar” las causas de profundas raíces económicas, políticas y sociales que se mantuvieron, en lo esencial, intocadas por el rigor de la inteligencia alternativa que aparece como el principal ausente y claro déficit de los marchistas áureos que no reparan y no quieren advertir las oscuras implicaciones de lo que pidieron, y sin advertir que sus “salidas” conducen a ponernos, a todos, la soga al cuello. ¿O lo saben y lo callan porque quieren el fascismo?
Cualquier político avezado, sabe desde la escuela para párvulos, que el reclamo “¡solucionen la violencia y la inseguridad o váyanse!”, conduce a la manga ancha para las inútiles autoridades de México por la militarización del país, ya en curso; a la criminalización de la protesta social genuina, por ejemplo, como lo demuestran las injustas y desproporcionadas condenas recientes a los ejidatarios de Atenco; del más grosero soslayo a los más elementales derechos humanos de quienes no son secuestrables, ni asaltables y sí asesinables y encarcelables, como los parias carne de cañón del abajo social por la injusticia, y por los que nadie parece preocuparse ni un ápice.
Y mientras estas connotaciones fueron ignoradas en la marcha de la gente con la mente en blanco, muchos de los marchistas del sábado pasado, fingen haber olvidado que votaron por quienes habían prometido la luna, el sol y las estrellas; pleno empleo, seguridad, crecimiento económico, democracia, que fueron sólo la mediación para hacer del poder un botín particular en medio de la extendida corrupción de las corporaciones policíacas y militares, políticos en el poder y las “oposiciones” tersas en complicidad con el hampa del cual forman parte el última instancia.
Por eso, no resulta pecata minuta, ni las ropas finas, las fragancias extranjeras, los celulares y i-pod por doquier, los choferes en fastuosas camionetas que aguardaban a muchos de los finolis inconformes que, veladoras en mano, tomaron la calle para ver si algo o alguien les hace el milagrito de conjurar lo que ellos mismos, de alguna manera, han contribuido a generar. Irónico, ¿no es así?
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