ELENA PONIATOWSKA
Desde niña, en los cuarenta, oí a la maestra de tercero de primaria decirnos que el petróleo era nuestro, y que la nacionalización del petróleo era una hazaña en la que habían participado los mexicanos más pobres. “Fíjense, hasta blanquillos –porque no decía huevos– le llevaron al general Cárdenas y a doña Amalia para pagar la deuda.” Deduje que el petróleo nos construía como nación, que el petróleo era parte de nuestra identidad y que México se cubriría de pozos petroleros como los que alguna vez vi arder en la noche al pasar por carretera frente a Minatitlán.
Ver esos altos chorros de luz gaseosa contra un cielo negro daba miedo, había algo diabólico en esa fuerza, algo inexplicable que hizo decir a López Velarde que los veneros del petróleo los escrituró el diablo.
El pozo petrolero era un símbolo y según la seño Velásquez, su gas incendiario debía arder en cada uno de nosotros para alimentar a la patria.
Ahora oigo hablar de privatización, despojo, asociación con empresas trasnacionales, exploración y explotación en aguas profundas, reforma energética, venta de garaje, rectoría del Estado sobre hidrocarburos, estrategias perversas, problemas estructurales, desestabilización, robo, corrupción, costos políticos, asociación con el capital privado, quiebra de PEMEX. Como nunca, PEMEX está hoy en el tapete de las discusiones y las amas de casa hablamos del precio del barril del petróleo, de cómo desarrollar nuestro potencial petrolero, de que la venta de pemex nos concierne a todos e impedirlo es nuestro desafío. No es que sepamos, es que somos parte de los miles y miles de ciudadanos que salimos a la calle, como lo hicimos el martes 25 de marzo a manifestarnos y a proclamar que pemex es una empresa pública y es vital para nuestro futuro.
¿Cuál es nuestra fuerza? Es inexplicable, como es inexplicable que miles de ciudadanos llenemos el Zócalo al llamado de AMLO. ¿Qué somos? ¿Quiénes somos? Una fuerza moral, la misma que hace setenta años aportó gallinas, blanquillos y centavos liados en un pañuelo para la nacionalización del petróleo que abrió un capítulo esperanzador en la historia de México. No fuimos nosotros los malos administradores, sino el mal gobierno que después del man dato de Lázaro Cárdenas confundió la palabra gobernar con el tráfico de influencias. Nuestra presencia es en sí una estrategia y es ella la que llama al debate e influye en quienes hoy nos mandan. Nuestra presencia es en sí una defensa del petróleo y de esa defensa –a través de grandes movilizaciones que obviamente pesan en la vida pública– depende el futuro de nuestra nación: México.
Seguiremos en la batalla y seguiremos convocando a los mexicanos de todos los días, a los mexicanos de la calle, a los que no son ni especialistas, ni académicos, ni funcionarios a manifestarse en defensa del petróleo. Iba yo a escribir que el petróleo es nuestra máxima riqueza, pero no, nuestra riqueza la constituimos los manifestantes en la plaza pública que decimos no a la privatización.
Liga
No hay comentarios:
Publicar un comentario