Edna Lorena Fuerte
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Ciudad Juárez, Chihuahua.— Hemos señalado en diversas ocasiones que los dichos institucionales, sean discursos o declaraciones, que caracterizan a nuestra clase política actual pecan de insensibles, inadecuados o, de plano, disparatados; pero lo que nos demuestra la encendida elegía juarista que ha lanzado este 21 de marzo el presidente Calderón es que en realidad el gran problema del discurso político mexicano es la desmesura, el no medir la intención ni la intensidad de las palabras respecto a la realidad de la que hablan.
El caso juarista es emblemático, luego de la ofensiva histórica de las imágenes religiosas que Vicente Fox desde la toma de posesión metió a las máximas tribunas y que lo hicieron confrontarse con el laicismo juarista, la relación de los gobiernos panistas con esta figura había sido o de directa oposición o de tibio respeto, es de llamar la atención entonces el encendido espíritu que lleva el discurso presidencial de este 21 de marzo.
Sea cual sea la estrategia o intencionalidad de este discurso, su falta de adecuación a lo que estamos viviendo los mexicanos nos parece un gesto de insensibilidad total, nuevamente parece que el presidente nos habla de un país, una historia y un espíritu patrio que nos son totalmente ajenos, en los que no nos vemos reflejados los ciudadanos, y peor aun, donde no vemos reflejadas las acciones y decisiones del mismo gobierno que sustenta esos discursos.
Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el dicho, pero lo que nosotros vivimos en México no es un gran trecho es una total oposición. El discurso juarista de Calderón bien pudo haber salido de los labios de cualquier líder de izquierda, o de los revolucionarios institucionales de la época dorada del caudillismo, incluso el que pronuncia el propio López Obrador en el mismísimo Hemiciclo es mucho más sobrio que el presidencial.
Es ese mismo carácter desmesurado el que lleva a nuestros gobernantes a dar por delincuentes a víctimas inocentes y luego tener que encontrar la mejor forma de disculparse, a jugar siempre del lado del ridículo y el yerro discursivo, apostando siempre a que las palabras se las lleve el viento, votando por la desmemoria de este país, con el mayor cinismo posible y sin ningún empacho por decir, desdecir y contradecirse a ellos mismos.
Un discurso inflamado de patriotismo, con exageradas comparaciones históricas, reclamando un heroísmo que no se ha ganado en los hechos, resulta totalmente ofensivo. El mejor homenaje a Juárez estaría en rescatar verdaderamente a la ciudad que lleva su nombre, desde la que alguna vez despacharon los poderes de la República, símbolo de la lucha republicana.
El juarismo de Calderón es una impostura, está muy lejos de lo que es realmente su política de gobierno. Utilizar el simbolismo de la figura de Juárez como comparación de su lucha contra el crimen organizado, es definitivamente un exceso, pero pretender que con eso veamos como inapelables las decisiones que se están tomando en materia de seguridad, es verdaderamente una burla a los ciudadanos.
Abonaría mucho más a la recomposición del panorama político un discurso más mesurado, una menor presunción del lenguaje que sería más congruente con la falta de logros y las estériles soluciones que se nos ofrecen.
Decir menos y hacer más debería ser premisa de nuestros gobiernos, ya no por una mínima ética política, sino al menos por respeto a quienes vivimos los estragos de su incapacidad y fallas.
Fuente: Forum
Difusión: soberanía popular
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