Lilia Cisneros Luján
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Conspirar, confundir y difamar han sido estrategias utilizadas para sostener regímenes autoritarios. Ocurrió en la época de Madero. Las balas que le asesinaron fueron precedidas por campañas que hicieron de la caricatura la máxima expresión de una contrarrevolución disfrazada de antimperialismo reaccionario, según se analiza con detalle en la obra Las invasiones norteamericanas en México, de Gastón García Cantú. Al igual que ocurre en el centenario de la gesta emanada de las fábricas y los campos, la burguesía de entonces actuaba sometida al poder del imperio, buscando reconocimiento diplomático sin importar cuantas vidas pudieran sacrificarse. Victoriano Huerta llega al poder luego de una intensa labor –de cabildeo– para convencer a los vecinos del norte de que sólo él garantizaría plenamente sus intereses en nuestra patria.
Fueron muchos los analistas, pensadores y periodistas que se percataron hace 100 años de la perversidad de las campañas encaminadas a convencer a la población ignorante y sin instrucción –según su visión– de que Carranza era un ser vil, Zapata ignorante y oscuro y Madero un loco espiritista. ¿Encuentra usted alguna similitud a un siglo de distancia con el escenario de Ciudad Juárez y las declaraciones de la señora Napolitano, aparejadas con las del actual embajador de Estados Unidos en nuestro país?
Quienes entonces facilitaron el arribo al poder de la extrema conservadora, manejaban una arenga supuestamente reivindicadora de la civilización –nacida por supuesto en España–, la semilla cristiana, la urgente exterminación de Huichilobos ávido de sangre y sacrificios humanos y la satanización –sólo en la retórica– de los agentes norteamericanos. ¿Habrá algún parecido con una realidad mostrada en notas rojas de decapitados, asesinados, amenazas cumplidas en contra de luchadores sociales –líderes del SME, APO, Atenco, mineros, etc.– y las opiniones vertidas por funcionarios extranjeros convencidos, hoy como entonces, de que en nuestra nación “una gran proporción de mexicanos cree que libertad es licencia de matar y robar”?
En mucho nos ilustraría leer el informe del ingeniero Arsenio La carriere Latour (Archivo Nacional de Cuba, 1817), donde prácticamente profetiza que están cercanos y son inevitables los tiempos en que los detentadores de los intereses plutocráticos americanos se desparramarán por México, destruyendo todo, como lo hicieron los bárbaros en la época del imperio romano. En el afán de dar al bicentenario y al centenario un contenido diverso a lo que ha sido nuestra historia, poco o nada se difunde de la invasión por Veracruz (1914) por nuestro “benefactor vecino” que regatea fondos para su guerra del narcotráfico –porque esta lucha es de ellos no nuestra– ni de las misivas de Carranza y las interpretaciones de Vasconcelos a éstas, con todo su temor por la supremacía militar de una potencia con la que era preferible negociar. Sacar provecho de las humillaciones y plegarse al más fuerte parece ser la resurrección antirrevolucionaria del centenario de la revolución. Matar –como lo hicieron con Carranza– al que no acepta esta tónica y a quien defienda a México parece justificable; reivindicar discursivamente el pasado, engañar al pueblo con reformas insuficientes y amañadas para nulificar con barruntos legaloides las garantías conquistadas por nuestros abuelos no causa culpa alguna. Al igual que entonces, las iglesias –no sólo la católica– son protagonistas en asuntos que sólo debieran interesar “al César” Usar los “errores” inadmisibles de quienes se olvidaron del pueblo es una cotidiana arma retórica aunque la realidad no corresponda a lo que se predica. Utilizar el recurso del miedo, ofrecer protección de la vida y la propiedad, establecer comisiones de toda índole –que sólo benefician por cierto a los más pudientes–, exaltar el patriotismo hueco y vociferante, disfrazar la represión achacándola a bandoleros, manejar siempre el doble discurso –en aquella época Estados unidos defendía el latifundismo cubano en manos de sus inversionistas, pero lo atacaba en México–, son apenas algunas de las similitudes a 100 años de distancia.
Para que finalmente las malas intenciones en contra del pueblo de México prosperen hay que destruir sus símbolos: el natalicio de Benito Juárez y la expropiación petrolera, se desdibujan cada año en medio de puentes programados “para reactivar el turismo”. Las alocuciones oficiales se dan en medio de la justificación, velada e hipócrita de las intenciones privatizadoras y extranjerizantes. El saqueo se oculta mediante la difamación y la injuria mientras el Departamento de Estado en Washington hace su tarea y para ello transcribo dos notas recogidas por García Cantú en la obra citada al inicio de esta reflexión:
“Ciudad de México, 22 de mayo de 1915. A: Departamento de Estado, Washington DC (...) las partidas armadas que violan el país tienen una desenfrenada libertad en muchos puntos de la república. Las violaciones de mujeres y niños al por mayor, en todo el territorio son indescriptibles. Pueblos enteros son saqueados y quemados. La llamada revolución se ha convertido en un manto que oculta el pillaje sin freno, la rapiña y la destrucción sin esperanzas de alivio, Sydney Ulfelder”.
Y por si aún quedan dudas, el 5 de julio, misma ciudad de México, igual destinatario y mismo firmante –quien era presidente interino de la Sociedad Americana– escribió “(…) la indulgencia del gobierno americano a México, en el pasado, su reprobación de los motivos de interés propio y las muchas pruebas de amistad al pueblo mexicano (…) serán retorcidos y mal entendidos solamente por los militares y la minoría política que busca su propio engrandecimiento a costa del sufrimiento de sus conciudadanos (…)”
Si realmente queremos celebrar el bicentenario, estudiemos a fondo la historia, descubramos estas “similitudes intervencionistas” que lejos de ser genialidades no llegan más que a simples refrito
Fuente: Forum
Difusión: soberanía popular
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