martes, 20 de octubre de 2009

Depredadores


Fuente: La Jornada de Oriente (Tlaxcala)
Difusión Soberanía Popular

Rafael Reséndiz

Qué pena, qué vergüenza, qué tristeza, ser testigos de un hecho tan bochornoso como el ocurrido en el seno de un poder que debiera ser garante del Estado de derecho. Este suceso ubica a la entidad en la era del oscurantismo, en la plenitud del despotismo.

El déspota y su servidumbre pertenecen a una casta en la que se transmiten unos a otros no sólo la filosofía del sojuzgamiento, la trampa, el engaño, la mentira, sino también una especie de gen que los impulsa a contemplar a la sociedad desde lo alto con desprecio.

Encarnados en una democracia adaptada bajo sus propias reglas y ejerciendo desde el poder político el sometimiento, han allanado el camino para instalar la doctrina totalitaria y oligárquica, camuflada con envoltorio republicano.

No es exagerado afirmar que la división de poderes ha dejado de existir, que la voluntad ciudadana es una quimera, que sólo una voz es la que gobierna, dicta, la que se regodea enseñoreada y admira desde su palacete su pequeño reino.

Mientras sus lacayos, sus esbirros, sus bufones cumplen sus deseos, no conocen la dignidad, la ética o la moral que para ellos es un árbol que da moras. Distorsionan a su antojo el real significado de la política.

Se saben poderosos y blindados, amparados en la inviolabilidad y en la impunidad ejercen el poder sin complejos, como ridículos reyezuelos, con actitudes altivas y lejanas a la humildad y austeridad que ennoblecen el liderazgo.

Se han adueñado de entes que se suponen al servicio y defensa de los intereses ciudadanos. Los derechos humanos, la impartición de la justicia, el respeto a las leyes, la transparencia, la educación y la organización de elecciones, hoy les pertenecen.

El haber permitido que el Estado se transformara en refugio de opresores y de una maquinaria obsesionada por el poder ha sido error de los ciudadanos.

Ese yerro ha hecho posible que los depredadores se instalen como dueños de la democracia. ¿Hasta cuándo?

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