lunes, 5 de enero de 2009

Opio

Jorge Moch/La Jornada/Domingo 4 de enero de 2009.
tumbaburros@yahoo.com

Sea empresarial, político o eclesiástico, las televisoras privadas del duopolio, primero Televisa y ya después la privatizada TV Azteca, mucho cuidan de no incomodar al poder, sino de pertenecer, permanecer en él. Carlos Salinas de Gortari, presidente de infeliz memoria para millones de mexicanos, fue quien gestionó la privatización de Imevisión para convertirla en TV Azteca. El mismo Salinas se encargó de reanudar relaciones diplomáticas con el Vaticano y fue, en los hechos, quien cobijó el ascenso de la derecha radical y conservadora a los ámbitos del poder cuyo desboco padecemos ahora. El hermano mayor e incómodo de Carlos, Raúl, poco antes de terminar en chirona acusado de asesinato, “prestó” a otro Salinas, pariente suyo, amistosamente y sin probatorios documentos, la friolerita de cincuenta millones de dólares para que apostara gordo en la licitación de la emisora estatal, misma que obtuvo sin mayores dilaciones en un proceso que no por parecer olvidado ha dejado de ser una de las privatizaciones más turbias del salinato. Así nació TV Azteca. Hoy en esa empresa quien dicta censuras y políticas de información no es su consejo administrativo, sino un consuetudinario clero tutelar: allí opera Hugo Valdemar, vocero del arzobispado mexicano. Es cosa sabida entre conductores de Azteca que si se va a tratar un tema espinoso como el aborto, la posición institucional debe ser claramente conservadora y cada que sea posible remachada con la verborragia de un cura invitado a cuadro.

Recién llegado Salinas al poder, la Iglesia católica comenzó a experimentar con señales de televisión catequista. Las ciudades de Guadalajara y Monterrey fueron focos de esos experimentos. Hoy, desde la zona conurbada de Guadalajara se transmite por cable nacional un canal religioso, potestad del atávico obispo de esa ciudad, Juan Sandoval, de conocida belicosidad. Desde que la derecha llegó al poder con Salinas y después con sus peones panistas, el clero se ha vuelto arrogante. En sus programas de televisión se hace evidente el desinterés –desde luego dogmático– del clero hacia la higiene en la información pública, invariablemente sesgada, y no sólo se desdeña la ciencia al impulsar el creacionismo, sino que se desprecia la ley en materia de proselitismo religioso.

Las televisoras son, pues, muy cercanas, al clero. Éste, a su vez, ha tejido fino un amplio manto de complicidades con todos esos sectores de la sociedad, cuyo peso específico los convierte en fieles de la balanza: grandes empresarios, industriales y banqueros, políticos de derechas, principalmente panistas y priístas, y en general cualquier agente social que pueda incidir en la vida de la opinión pública. La televisión desde esa perspectiva es desde luego uno de sus más importantes rubros. El resultado de la mezcolanza entre quienes se creen históricamente administradores de la conciencia pública y los dueños del poder político y económico trasmina lamentables efectos en la televisión. Ya hay hasta series “dramáticas” en señal abierta que no son sino propaganda para apuntalar en el ideario colectivo el mito fantástico guadalupano. Al margen de la verdadera historia de las vírgenes negras de Extremadura, cuyo culto trajo a Mesoamérica la horda del conquistador; al margen de la astucia política de un onésimo de la época como fue el obispo Zumárraga; al margen de que la Iglesia católica es absolutamente incapaz de demostrar el origen divino de la pintura en la tilma y ni siquiera de sostener coherentemente la existencia del indio Juan Diego, y al margen, también, de que el mismo por entonces encargado de la basílica guadalupana, Guillermo Schulenburg habló públicamente –y por ello fue removido, llevado a otro lado, perdido en la anonimia– de la falacia del mito, ambas televisoras lanzan programas de catequesis como La rosa de Guadalupe en Televisa, con los que una vez más se recurre a la credulidad, la ductilidad ideológica, la ignorancia y el fanatismo de gruesos sectores de la población, para consolidar mentiras históricas con las que tradicionalmente se ha mantenido al pueblo dulcemente enajenado. Adormecido. Y si decae el fervor, si pasa la moda, si brota el escepticismo no importa, allí están los sucedáneos de la fe: El fut, las luchas, los simpáticos programas de Ortiz de Pinedo, los programas de concursos o de chismes, las telenovelas y ya, como lucrativo recurso alterno, los canales de compras por teléfono. Con la tele que tenemos nunca va a faltar opio para el pueblo. Amén.

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