sábado, 6 de diciembre de 2008

Othón Salazar: el predicador rojo

Luis Hernández Navarro

Othón Salazar: el predicador rojo


Cuando el pasado 4 de diciembre el corazón le dejó de latir, Othón Salazar tenía 84 años de edad, los riñones dañados y un derrame cerebral reciente, pero aún así estaba dedicado a tratar de reconstruir el partido comunista, levantar la conciencia del pueblo y luchar por el socialismo.

Othón vivió como quiso vivir: como revolucionario. Murió como quiso morir: entre su gente, en una sencilla cama hecha de varas de bambú y petates, enterrado en Alcozauca y con la bandera de la hoz y el martillo, la bandera comunista, en su ataúd. A su viuda, Ester Edita Bazán, le alcanzó a decir antes de irse: “me voy contento porque estuve a tu lado, con la gente, aunque no te dejo nada”.

Sobre advertencia no hay engaño. Ocho años atrás, el maestro declaró: “Si mañana fuera el último día de mi vida, las horas que me restan las entregaría a poner mi grano de arena en la tarea gigantesca de lograr que resurja la izquierda revolucionaria en el país”.

Así lo hizo. Moribundo, seguía con entusiasmo la lucha de los trabajadores de la educación contra la Alianza por la Calidad de la Educación. “Él decía –recuerda su hija– que le recordaban sus tiempos, sus momentos cuando estaba en la lucha y que ojalá los maestros lograran todas sus demandas, que ellos deberían defender sus derechos”.

Nacido el 17 de mayo de 1924 en Alcozauca, Guerrero, en el seno de una familia de campesinos y panaderos, Othón Salazar se enfrentó muy pronto al dilema de escoger entre su temprana vocación de sacerdocio, estimulada por el rector del seminario de Chilapa, o la de convertirse en normalista, apoyada por sus tíos Florencio y Celestino Salazar. Y aunque finalmente se formó como maestro, ateo y comunista, conservó muchos rasgos propios de un hombre religioso. Fue una especie de predicador rojo.

Sin haber hecho nunca un voto de pobreza explícito, a pesar de haber sido dos veces diputado federal y en una presidente municipal de su pueblo, vivió con sencillez y sin lujos. No hizo negocios ni acumuló riquezas. Despojado de sus dos plazas como maestro por su participación sindical, vivió sin empleo fijo, apoyado por sus compañeros de partido o del movimiento, sin seguro social y sin pensión. Fue congruente con sus ideas.

Creyó siempre en las bondades de la palabra y la educación. Orador fuera de serie, aunque de otra época, estaba convencido de que su misión central era la de hacer conciencia, iluminar con el farol de la dignidad la oscuridad del racismo y la abyección, llamar a los oprimidos a levantar la voz y no dejarse.

Normalista rural, primero en Oaxtepec y luego en Ayotzinapa, asistió luego a la Escuela Nacional de Maestros. La educación y la escuela pública debían tener para él una misión liberadora. En ellas se requería enseñar las causas que originan la pobreza y la desigualdad. De allí que, al final de su vida, expresara un profundo pesar con la transformación de los centros de formación para el magisterio en instituciones para preparar sólo enseñadores, y de la conversión de las escuelas en templos del individualismo. Según él, la escuela pública casi había sido ganada por los intereses del capital nacional y extranjero.

Dirigente del Club Estudiantil Normalista de la Juventud Comunista entre 1952 y 1953, presidente del Comité de Huelga de la Escuela Normal Superior de maestros en 1954, líder del magisterio democrático de la sección nueve del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Othón desempeñó un papel clave en la formación de un sujeto magisterial de izquierda. En septiembre de 1958 fue secuestrado por la Policía Federal de Seguridad y torturado en cárceles clandestinas. Estuvo detenido 89 días.

Fue, durante años, uno de los villanos favoritos del régimen. La campaña en su contra fue implacable. En el artículo “El fascismo rojo en la huelga escolar”, aparecido en Excélsior del 2 de mayo de 1958, Rodrigo García Treviño escribió: “en el movimiento otonista anda la mano rusófila (...) si no se arroja de la educación pública a los sovietófilos, no habrá nada capaz de normalizar perdurablemente la situación en ella.” El periódico Tabloide le dedicó su titular del 22 de julio de 1960: “SE LE SUBIÓ LA CUBA LIBRE A OTHÓN SALAZAR. Bien pisto, en un mitin, ofreció su incondicional apoyo a Castro Ruz.”

Después de plantearse la posibilidad de pasar a la lucha armada junto con maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) y campesinos jaramillistas, se integró finalmente al Partido Comunista Mexicano (PCM) en 1964, y pasó a formar parte de su Comité Central. Sin embargo, años después, a pesar de su rechazo a la opción político-militar, consideró “la insurgencia armada indígena en Chiapas como uno de los datos de más alta valía y peso histórico para la vida nacional”.

Candidato a gobernador de Guerrero por el PCM en 1980, ganó, siete años después, la presidencia municipal de Alcozauca con las siglas del Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Fue el primer edil comunista en México del fin del siglo XX.

Convertido en hombre de partido buscó siempre tener un pie en el movimiento social. “Nunca –dijo refiriéndose a Elba Esther Gordillo– ni en los peores momentos, conocí a una dirigente magisterial sindical con un estado de conciencia tan vendido a los intereses económicos y del gobierno”.

En 1998, decepcionado, renunció al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Argumentó que “mi formación es marxista leninista y ya no encajaba en el ambiente político del PRD. No conozco mayor crimen que el que uno le dé las espaldas a sus ideas, prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales”.

Para él, fue un error histórico haber disuelto el PCM. Decía que los métodos de hacer política del PRI y del sol azteca eran semejantes, pues el segundo “no se compromete con una política anticapitalista, como tampoco el PRI; el PRD lo ofrece todo a cambio de conseguir votos. Lo increíble, lo que es público además, es que también en el PRD se compran votos; se compran con dinero, y me pareció que esas formas de hacer política no tenía por qué compartirlas ni directa ni indirectamente”.

En 2003 Othón Salazar, el predicador rojo plebeyo, advirtió: “Quiero merecer de por vida el título de revolucionario”. Nadie podrá negar que con justicia y congruencia se ganó esa dignidad nobiliaria.

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