René Drucker Colín
La Jornada/9 de diciembre de 2008
Un científico trata de entender la realidad y resolver las contradicciones. Un político trata de esconder las realidades para no tener que enfrentarse a las contradicciones. En pocas palabras, un político es un mentiroso. Yo no sé si en México los políticos, o inclusive aquellos que se dedican a la política, aunque sea transitoriamente, son más o menos mentirosos que los de otros países, pero lo que sí, por lo menos a mí me queda muy claro, es que aquí (unos más, otros menos) todos son mentirosos. Y no podría ser de otra manera. Todos quieren tener hueso y no quieren que se les acabe, ya que no habrá manera de mantener esos ingresos tan exorbitantes. Mientras el pueblo, al que se supone defienden, se muere de hambre, la clase política se hincha de billetes con nuestros impuestos y además, en cuanto pueden, se dan a la tarea de adjudicarse más dinero a través de diversas artimañas.
La pregunta que nos deberíamos hacer todos es: ¿se lo merecen?, ¿realmente su trabajo nos beneficia? Pero, además de todo lo que prometen, dicen que van a hacer y desarrollar, ¿cuánto realmente se logra? Hablar es fácil y lo hacen en demasía; concretar es mucho más trabajoso y lo hacen con mucha escasez.
Los científicos y en general los trabajadores de la cultura son posiblemente la clase social más evaluada del país. Tenemos constantemente que demostrar lo que hicimos, estamos llenos de comités que determinan si somos merecedores de pasar a una categoría superior, donde recibiremos un magro aumento salarial, y luego tenemos que esperar otros cuantos años para volver a ser evaluados por otros comités que decidirán si nos merecemos la promoción o no, a otra categoría que nos permitirá nuevamente recibir otro magro aumento salarial. Hay personas que para tener realmente un salario más o menos digno tienen que esperar de 20 a 25 años y no dejar nunca de hacer, para poder demostrar que se merecen lo que les van a otorgar. En principio, yo no estoy en desacuerdo con esta práctica, pues el país y la sociedad que nos paga tienen que asegurarse y además tienen el derecho de exigir que se tenga a los trabajadores de la cultura más exitosos y productivos posible. Para esto sirven los mecanismos de evaluación, que sin lugar a dudas tienen sus defectos, pero en general funcionan bien para los propósitos que se crearon.
A mí me gustaría ver que a nuestros políticos los pudiéramos evaluar, y aquellos que no pasan, pues irían para afuera, se les acabaría el ingreso. El problema es que si lo hacemos hoy, posiblemente nos quedaríamos casi sin políticos.
La clase política pasa de un puesto a otro con facilidad asombrosa, bueno, a veces (más de lo que uno pensaría) hasta cambian fácilmente de partido. El problema es que no hay ideales, sólo está el hueso. Por eso vemos a líderes sindicales que también son diputados; luego, cuando ya no son diputados, pues al Senado; si se acaba eso, pues de regreso a ser diputado, ahora a la asamblea legislativa local, al fin que el sueldo es igual de bueno. Luego vemos secretarios de Estado, o subsecretarios, que luego son gobernadores o viceversa. En fin, la lista de chambas posibles es interminable. Pero ¿hay alguien que los evalúa, que define si hicieron bien su trabajo, determina si lograron algo de todo lo que prometieron? ¿Alguien analiza si sus acciones o responsabilidades incidieron en lograr cambios en beneficio de la sociedad mexicana? Desde luego que no, pues no hay esa práctica de evaluar el trabajo de los políticos, para saber si merecen seguir o hay que lanzarlos a la calle y, como no existe esa práctica, estamos como estamos. Sólo tenemos políticos que mienten, impulsan anuncios tontos, que nadie cree, como éstos que dicen –palabras más, palabras menos–: “el Senado trabajando por ti”, “el gobierno federal construyendo el futuro”, “con la reforma petrolera ahora sí tendremos lo que los mexicanos necesitamos”. La reforma se acaba de aprobar y seguro que aún no se implementa nada de lo que la reforma aprobó, pero ya los mexicanos estamos mejor. El bla, bla, bla de la inseguridad, la firma de los 100 días, anuncios radiales y televisión que realmente insultan la inteligencia de los mexicanos, pues la realidad es que no conozco a nadie que hoy sienta más seguridad en las calles, hogares y demás sitios.
Yo me permitiría sugerir que los ciudadanos evaluemos a la clase política, y aquellos que no sirven que se vayan, y den lugar a otros que quizás sean más capaces. Estoy seguro de que los ciudadanos estamos hartos de tanta mentira, simulación, ineptitud que permea en la clase política mexicana. Lo que quisiéramos son personas aptas y honestas para ejercer las funciones que se les encomienda, no queremos seguir en el mundo del compadrazgo, del amiguismo y en el canje de puestos por favores y/o sometimientos.
La política necesita profesionalizarse; hoy sigue en manos de aprovechados y de circunstancias coyunturales. Mientras eso siga así, México nunca saldrá del hoyo en el que está. Tenemos que evaluar a la clase política y hacerla sentir el peso de nuestras opiniones.
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