Editorial
Importancia del Foro de Sao Paulo
Hoy concluye la decimocuarta edición del Foro de Sao Paulo, fundado en 1990 por el Partido de los Trabajadores de Brasil, y que ha perseguido, desde su origen, articular los esfuerzos de los movimientos de izquierda en América Latina. En su presente versión, el foro ha sido marcado por la crítica unívoca de los participantes al “imperialismo” y a la injerencia que Estados Unidos ejerce en la región, en particular por su presunta participación en el ataque del ejército colombiano al campamento de las FARC en Ecuador, así como por un llamado de los organizadores para que “las fuerzas políticas progresistas” asuman y enfrenten los “desafíos y tareas pendientes”.
De unos años a la fecha, América Latina ha dado un notable giro político con la llegada al poder de gobiernos progresistas en distintos países, como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina, y más recientemente Paraguay, que se despegan, en mayor o menor medida, de la política económica dictada por el llamado Consenso de Washington, y que buscan impulsar cambios institucionales relevantes y virajes en las políticas oficiales que permitan componer los rezagos sociales y ayudar a los sectores de la población más desfavorecidos.
En más de un caso, el desempeño de esos gobiernos ha sido sistemáticamente amenazado por las embestidas de los grupos oligárquicos nacionales, tradicionalmente privilegiados –como ocurre actualmente en Bolivia–, e incluso atacado con abiertas acciones golpistas, como la lanzada en 2002 contra Hugo Chávez, en Venezuela. Detrás de esos sucesos, por lo general, se ha dejado entrever la mano de Estados Unidos, país que se presenta ante el mundo como defensor de la democracia, pero que no ha dudado en alentar e incluso impulsar medidas antidemócraticas contra gobiernos opuestos a sus intereses.
Con tal telón de fondo, la realización del encuentro referido constituye un esfuerzo conjunto de suma importancia por consolidar un bloque regional que reivindique y haga valer el principio de las soberanías nacionales, frene en la medida de lo posible los efectos devastadores del neoliberalismo, contribuya a la reducción de la enorme brecha de desigualdad que atraviesa las sociedades latinoamericanas, e impulse el desarrollo de las naciones más pobres con base en proyectos en los que quepan la defensa de los recursos naturales, la promoción de los derechos humanos y la protección de grupos vulnerables y discriminados.
Del mismo modo, la realización de este tipo de encuentros cobra mayor relevancia por cuanto resulta urgente humanizar las reglas implacables y depredadoras que rigen la globalización en curso, un fenómeno que en el caso de América Latina, como alguna vez afirmó el filósofo catalán Eduardo Subirats, ha representado un proceso de recolonización, “tan brutal en sus consecuencias culturales destructivas como la conquista española, e infinitamente más devastador”.
En suma, cabe saludar el desarrollo de encuentros como el del Foro de Sao Paulo. Asimismo, es de esperar que los señalamientos vertidos durante estos tres días planteen alternativas de acción ante un modelo económico inviable, que promueve la apropiación privada de la riqueza pública, el saqueo de los recursos humanos y naturales, la sobrexplotación de la fuerza laboral y la depauperación de los sectores mayoritarios.
La Jornada
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