lunes, 26 de mayo de 2008

2 de octubre de 1968, al mediodía, en Palacio

La reunión entre GDO y LEA

Pablo Cabañas Díaz

pcabanas@correo.unam.mx

* En el acuerdo hablaron en primer término del “mitin y manifestación”, y en segundo lugar de la nota que indica: “González Guevara y rector”. ¿Habrán decidido la línea mediática para encubrir lo que estaba por venir?

En una tarjeta con el sello de la Secretaría de la Presidencia, su titular, Emilio Martínez Manautou (abuelo del presidente del Partido Verde, Emilio González Martínez), por conducto de su secretario particular, Leopoldo Ramírez Limón, comunicó al profesor Melchor Sánchez Jiménez, secretario particular de Luis Echeverría, que el presidente de la República “concedería un acuerdo al titular de esa dependencia el miércoles 2, a las 12 horas, en Palacio Nacional".

La tarjeta fue encontrada entre millones de documentos en el Archivo General de la Nación (AGN), y está fechada el 1 de octubre de 1968 y además aparece la rubrica del propio Ramírez Limón.

Esta tarjeta tiene la mayor importancia pues a la lo largo de los años siempre se negó que hubiera una encuentro entre Díaz Ordaz y Echeverría horas antes de la matanza de Tlatelolco.

Si el presidente tenía planeado salir de la ciudad, ¿por qué instruir a Martínez Manautou para citar a Echeverría? De ser cierta la versión oficial, indicaría que la gira de Díaz Ordaz fue improvisada ante lo inminente de la represión y que los reporteros que afirmaron haber estado con él, serviles al sistema, omitieron decir que los llevaron sin siquiera permitirles avisar a sus casas o recoger ropa limpia, e incluso que nadie viajó con el presidente, sino que lo vieron hasta llegar a la capital de Jalisco la tarde de ese día.

De acuerdo con otra ficha ampliamente difundida y de la cual jamás hubo desmentido, en el acuerdo del 2 de octubre Díaz Ordaz y su sucesor en la Presidencia, Luis Echeverría, hablaron en primer término del “mitin y manifestación”, y en segundo lugar de la nota que indica: “González Guevara y rector”. ¿Habrán decidido la línea mediática para encubrir lo que estaba por venir?

¿La orden final de lo que sería conocida horas después como la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, fue acordada en Palacio Nacional ese miércoles 2 de octubre al mediodía?

El general Mario Ballesteros Prieto y el coronel Manuel Díaz Escobar fueron mandos militares claves en la represión al movimiento estudiantil de 1968. Su actuación tuvo lugar durante la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Entre 1972 y 1973, en Chile, las historias profesionales de estos militares mexicanos se entrecruzan una vez más en el tablero de una negra historia: el golpe de Estado de Augusto Pinochet.

Ballesteros Prieto era en 1968 el encargado de planear y coordinar “los asuntos de la defensa nacional” y de “transformar las decisiones en directivas, verificando su cumplimiento”. Díaz Escobar, por su parte, tenía bajo su mando un grupo paramilitar que operaba encubierto en la administración del Departamento del Distrito Federal, con la misión de reprimir, amenazar, golpear y detener estudiantes, obreros o activistas. Ese grupo sería conocido tres años después como Los halcones.

De acuerdo con el documento Sedena 10/27/15, del 11 de noviembre de 1970, el jefe del Estado Mayor informa al secretario de la Defensa Nacional de “un grupo de 40 individuos (estudiantes), los cuales ya fueron dispersados por los halcones. (...) Desde el helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana, informan que estudiantes en número reducido están dentro del Casco de Santo Tomás”.

Hay otros reportes de la policía política y de la Secretaría de la Defensa Nacional, en los que se reconoce que Los halcones actuaron acompañando o sustituyendo maniobras militares o policiacas contra estudiantes.

Manuel Díaz Escobar seleccionó a jóvenes de entre 17 y 25 años de edad, de diversos grupos de porros de las escuelas, a militares en activo, exmilitares, policías y delincuentes de barrios populares, incorporándolos a las direcciones de Limpia y de Parques y Jardines del Departamento del Distrito Federal. Un reporte de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) aporta los nombres de siete exmilitares y –en otros registros– se menciona a los oficiales del Ejército que participan en el grupo.

Ambos jefes nacieron en Oaxaca, coincidieron en cursos militares y fueron ayudantes de Alberto Salinas Carranza, agregado militar en la embajada de México en Washington en los años 50, tiempo de intensa presión de Estados Unidos sobre el gobierno mexicano para que aceptara la conformación de una fuerza armada continental.

Ballesteros Prieto murió en enero de 1973, precisamente cuando ostentaba el cargo de agregado militar en la embajada de México en Chile. Díaz Escobar, quien le sucedió en el cargo, vivió el golpe de Pinochet ese mismo año. Los exiliados chilenos lo recuerdan como “un amigo cercano” al general golpista, y como “coronel que siempre vigilaba quién era inscrito en la lista de exiliados”.

Ballesteros Prieto era general y aspiraba a la titularidad de la Sedena cuando comenzó el movimiento estudiantil de 1968 y se iniciaba la carrera por alcanzar la candidatura del Partido Revolucionario Institucional a la primera magistratura entre Luis Echeverría Álvarez y Alfonso Corona del Rosal. Díaz Escobar había conformado el grupo “especial de vigilancia” que supuestamente se encargaría de la seguridad de instalaciones estratégicas, como el Metro, aunque sus elementos fueron colocados como francotiradores en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968.

En septiembre de ese año, el gobierno le autorizó el libre manejo de la nómina y pagos especiales de sus subalternos, los cuales dormían en el Palacio de los Deportes y los jefes en Palacio Nacional, según documentos depositados en el AGN y que forman parte de los informes rendidos a la Secretaría de Gobernación por la DFS.

Echeverría Álvarez era titular de Gobernación y enlace entre el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), Winston Scott, y el presidente Gustavo Díaz Ordaz.

En su libro: La realidad de los acontecimientos de 1968, el exjefe del Estado Mayor Presidencial Luis Gutiérrez Oropeza –indiciado por la Fiscalía para Desaparecidos como uno de los responsables de lo ocurrido el 2 de octubre de aquel año–, escribe acerca del papel que jugó la CIA en esas fechas. Según Gutiérrez Oropeza, Fulton Freeman, embajador estadunidense en México, “organizó una conjura con la mira de derrocar al presidente Díaz Ordaz con la asesoría de la CIA, buscando adeptos entre militares mexicanos”, y para ello alentó a grupos de supuestos estudiantes a realizar actos contra el gobierno.

La versión del también general Alberto Quintanar en torno al papel de la CIA es distinta. Asegura que esa agencia sólo colaboraba con el gobierno mexicano proporcionando información sobre el movimiento estudiantil, pero se contradice al asegurar que los militares mexicanos demostraron su lealtad al presidente, pese a que Washington “ofreció la conducción del país al entonces secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, quien rechazó la propuesta”.

El 5 de junio de 1971, cinco días antes del Jueves de Corpus, el titular de la Sedena, Hermenegildo Cuenca Díaz, ordenó mediante un intercambio documental con la agregaduría militar en Canadá que Ballesteros Prieto regresara inmediatamente a México, porque “se requiere” su presencia.

El 10 de noviembre de 1972, el presidente chileno Salvador Allende visitó México. Echeverría lo alojó siete días en su casa. Le expresó su apoyo. Pero días después, los dos jefes castrenses involucrados en sangrientas represiones fueron enviados a Santiago de Chile, capital del único país donde un socialista había llegado al poder por la vía electoral.

En su discurso, durante el 27 periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, Allende dijo: “Es difícil, casi imposible, describir la profundidad, la firmeza, el afecto del apoyo que nos fue brindado por el gobierno y el pueblo mexicanos. Recibí tales demostraciones de adhesión del presidente Echeverría, del parlamento, de las universidades y sobre todo del pueblo, expresándose en forma multitudinaria, que la emoción todavía me embarga y me abruma por su infinita generosidad”.

Inclusive llegó a afirmar que se sentía “reconfortado, porque después de esa experiencia, sé ahora, con certidumbre absoluta, que la conciencia de los pueblos latinoamericanos acerca de los peligros que nos amenazan a todos adquiere una nueva dimensión, y que están convencidos de que la unidad es la única manera de defenderse de este grave peligro”.

Para el 25 de noviembre, con el apoyo del canciller Emilio O. Rabasa, el general Cuenca Díaz acordó que con fecha primero de diciembre de 1972 el general Ballesteros Prieto ocupara la agregaduría militar de la embajada mexicana en Chile. Sin embargo, pasaron 16 días y los chilenos no daban el visto bueno para Ballesteros. El 29 de enero de 1973, el general murió de un infarto.

Del primero de marzo de 1973 al 30 de noviembre de 1974, Díaz Escobar ocupó la agregaduría militar de la representación mexicana en Santiago. El entonces embajador Gonzalo Martínez Corbalá lo consideró parte del “ala dura” de la milicia en los años 60 y 70.

En octubre de 2003 el National Security Archive de la Universidad George Washington publicó documentos de la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) y la Casa Blanca. Los documentos detallan: “En respuesta a la preocupación del gobierno mexicano por la seguridad de los Juegos Olímpicos, antes y durante la crisis el Pentágono envió al país más instructores en lucha antisubversiva, armas, municiones, material para control de protestas y equipo sofisticado de comunicación militar”.

Entre julio y octubre los numerosos agentes de la CIA que se encontraban en el país reportaban casi diariamente los hechos que ocurrían dentro de la comunidad universitaria y del gobierno. Seis días antes de la masacre, Echeverría y Fernando Gutiérrez Barrios, director de la DFS, dijeron a varios agentes de la CIA que la “situación se controlará en breve".


Carlos A. Madrazo vaticinó el estallido del 68

Julio Pomar

pojulio2@gmail.com

“La nación está cargada de inquietud, * vive una situación de gran explosividad. La gran mayoría del pueblo percibe ingresos extremadamente bajos, especialmente en el campo; no hay planeación de las actividades económicas; la democracia está restringida por los caciques, los poderosos y las sotanas; existe una corrupción generalizada en las estructuras del país, oficiales y privadas”.

Hace ya 42 años Carlos Alberto Madrazo Becerra, que para entonces ya no era presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) –había renunciado unas semanas antes– vaticinó el estallido del conflicto político-estudiantil de 1968, que cimbró las bases del sistema político mexicano. El autor de estas líneas fue testigo de esa premonición política, escrita apenas un par de días después de pronunciada. El 11 de febrero de 1966 un grupo de jóvenes nos reunimos con Carlos A. Madrazo y de ello surgió una plática de él, plena de sugerencias que permiten advertir que las tensiones interiores dentro del entonces partido casi único ya estaban presentes. Dos de esos jóvenes eran, también, Vicente Oria Razo y Carlos Veraza Urtusuástegui.

Antepongo una anécdota, muy interesante, cuando ya estaba candente el conflicto político-estudiantil. Un reportero de Novedades le preguntó a Carlos Madrazo su opinión sobre ese movimiento, que arrasaba las calles capitalinas y estremecía los ligamentos del autoritarismo de entonces. Madrazo respondió con una metáfora, sin mencionar al presidente Gustavo Díaz Ordaz: “El error y la responsabilidad, en todo caso, son del director de la refinería. Si éste sabe que hay una temperatura crítica encima de la cual no debe estar el conjunto de equipos de la refinería, debía estar vigilante de que la temperatura no se vaya para arriba. Estando la refinería abajo de la temperatura crítica de inflamación, será difícil que explote. Pero si deja que la temperatura se le suba, bastará que un loco pase por ahí y eche un cerillo prendido para que todo se incendie. La responsabilidad es del director de la refinería”.

El texto de las palabras de Madrazo Becerra a los jóvenes de entonces que nos reunimos con él, fue como sigue, habiendo sido el tema inicial la situación de las nuevas generaciones, tanto las que estudiaban como las que trabajaban:

Son problemas diferentes –dijo– los de los jóvenes que estudian y los de quienes trabajan. Respecto a los primeros, no obstante tener satisfecha su necesidad de educación general o profesional –aunque el número de los que esto logran aún es precario– realizan su formación en condiciones difíciles y ante perspectivas poco favorables. Las causas de tal situación están en la estructura misma de la educación en el país: falta de planeación en la utilización de los recursos destinados a esta actividad, con reflejos más negativos para la provincia, donde se disponen exiguos recursos; concentración de éstos en la capital, y fomento, por consiguiente, del gigantismo educativo en el centro y penuria y abandono en los estados; inexistencia de una planeación a largo plazo sobre las necesidades de especialistas que en cada rama de la actividad nacional se presentan; inexistencia, también, de una política educativa que, establecida en función de la realidad nacional, abra verdaderos horizontes a los jóvenes; falta de una orientación precisa y clara sobre las finalidades de la formación de las nuevas generaciones y, como consecuencia de ello, indefinición del carácter y metas de la función que corresponderá desempeñar a los futuros egresados de las escuelas y universidades dentro de la sociedad y la nación en el momento histórico actual; situación toda ella que da por resultado que muchos estudiantes, sumidos así en confusión, y llegados a cierta etapa, se encuentren expuestos, por su inmadurez e inquietud naturales, a ser presas de actitudes y posturas extremistas, tanto de la derecha como de la izquierda.

Problemas y consecuencias similares se presentan a los jóvenes que trabajan, aunque por otras razones, que provienen de la situación general del país.

La nación está cargada de inquietud, vive una situación de gran explosividad. La gran mayoría del pueblo percibe ingresos extremadamente bajos, especialmente en el campo; no hay planeación de las actividades económicas; la democracia está restringida por los caciques, los poderosos y las sotanas; existe una corrupción generalizada en las estructuras del país, oficiales y privadas.

El régimen político del país está bien ahora. Hay estabilidad política. Pero muchas cosas nos dicen que es endeble, que es aparente nada más, y poco consistente. Es como un muro bien construido sobre el que estuviésemos colocados. Desde allí arriba nos hemos acostumbrado a no escuchar sino lo que decimos nosotros de nosotros mismos. Pero el descontento se amplía, la desesperación podría ser llamada a actuar por las mismas circunstancias. El descontento no es muy activo, pero trabaja, hace su labor, corroe la base del muro calladamente, como el agua que se filtra. Son pequeños hilillos los que logran atravesar el muro y cuando llegan a pasarlo, nos apresuramos a taparlos, a aplastarlos. Pero desde arriba, acostumbrados a sólo escuchar nuestra propia voz, a ver sólo nuestra propia imagen, no escuchamos el rumor de abajo, el del agua que se filtra.

Tenemos una oposición que no se opone a nada. Hasta a ella la hemos hecho a nuestra imagen y semejanza, o cuando menos a nuestra especie de sordera, escuchando de ella solamente lo que es nuestra misma voz. Los casos de Chihuahua y Sinaloa muestran a qué grado llegan las tensiones acumuladas por el descontento. La estructura política del país se vendría abajo, catastróficamente, si el descontento comenzase a trabajar más de prisa, si encontrase formas de actuar en oposición al régimen político del país, si surgiese un estallido serio. Sólo un empujón bastaría. Pero creemos que tenemos asegurado el poder por 10 mil años, que por 10 mil años, pase lo que pase, el pueblo nos va a tener allí.

La situación internacional tiende un cerco a la política del gobierno. Corre el peligro de quedarse sola. El cerco se apretará y entonces se acabaría la política actual del gobierno, cambiaría su ruta y la perspectiva de México.

El pueblo paga cadenas García Valseca. Y esa herramienta, pagada por el pueblo, que se supone es para servir al pueblo, lo único que hace, en todos los casos, en todas las situaciones, es estar contra el pueblo que la hace posible y que la vuelve poderosa.

Hay que ayudarle al gobierno. No deseamos sino que marche por donde debe ser, como debe ser. No somos enemigos de nuestro automóvil, sino de que no sea bien manejado. Si alguien viene y nos dice que lo que hay que hacer es destruir el automóvil, o que quiera destrozar el parabrisas, le decimos que no, que eso no es correcto, que nunca lo querremos; que si lo tenemos y es útil pero todavía no es todo lo útil que puede ser, es necesario no romperlo, sino ponerlo a andar bien, por donde debe ir, sin chocar y sin atropellar a las personas.

¿Cómo es posible planificar la vida económica si la corrupción aplasta cualquier esfuerzo sensato de aplicar los exiguos recursos? ¿Cómo va a ser posible planificar si en ello no intervienen las personas en beneficio de quienes se va a planificar? ¿Cómo se va a planificar si lo que mueve a muchos funcionarios es el lucro y la avidez, no el servicio? Cuanto se planee ahora corre peligro de no resultar bien, gran peligro porque entonces, ¿qué quedará para la prevaricación, para los manejos ocultos de ese tipo de funcionarios?

Porque de planear, por ejemplo, la actividad de una región agrícola, de acuerdo con los propios agricultores para que sientan verdaderamente como propia esa organización y los fines que con ella se persiguen, porque los beneficia, ¿podría haber tanto campo libre para la corrupción? Este de la corrupción es un gran sistema, que ahogará, si sigue creciendo, al país entero. Por eso muchos funcionarios se oponen a la planeación, ella les cortaría las alas. Hay muchos que quisieran no hacerlo, no incurrir en corrupciones, no ir por esos caminos, pero el sistema les impone la conducta y la moral, y los aplasta. Y entonces tienen que someterse y caminar por allí.

En este ambiente, en esta perspectiva, ¿qué les queda a los jóvenes? Frustración, descontento, resentimiento, que conducen a la violencia y a las actitudes extremistas. El sistema de la corrupción se ha desarrollado y penetrado a casi todas las instituciones. Han quedado olvidados los pobres, los ciudadanos comunes y corrientes.

Es necesario, es urgente revisar con valentía la marcha del automóvil. Se trata de formar una gran corriente nacional que impulse a todos hacia delante, a todos sin excepción. Que haga posible a los hombres más idóneos, a los más aptos y honestos, llegar a los cargos de responsabilidad pública.

Y eso requiere esfuerzo, lucha tenaz. La vida no regala nada. Todo se consigue con esfuerzo y determinación, con lucha. ¡Ay de aquellos que esperan regalos de la vida, el poder envuelto en una tortilla! Yo estoy dispuesto a hablar de esto con 40 mil, con 50 mil personas, una por una, y darles un horizonte, una perspectiva, una salida; que si es maestro, se convierta en el verdadero jefe de su comunidad y oriente y mueva y organice a la gente por cosas mejores, contra los vicios actuales, contra el latrocinio económico, contra la opresión política, por la planeación de los esfuerzos; que si sabe hablar que vaya a un pueblo y a otro y a otro, a dar una conferencia, dos, tres, las que sean necesarias, para orientar a los vecinos de ese lugar sobre su situación, sobre la necesidad de que haya ese cambio; que si es periodista, que escriba un artículo sobre los problemas de la gente, que indique salidas, soluciones, y que después escriba otro y uno más y así sucesivamente; que si es funcionario, que si es representante popular, haga en su ámbito de acción lo que es mejor, lo que es honesto, lo que beneficia al país y al pueblo; que si es militar, no le vamos a pedir que haga política, eso no, pero sí que mire y comprenda a ese pueblo que cuando ya no le escuchan, a veces se inconforma y crea problemas graves, que el militar no debe usar su fuerza en contra del pueblo, porque ella no resuelve los problemas de la gente; que si es estudiante, sea un vigilante alerta y un promotor de la política nueva, contra el conejerío de la derecha y contra lo que no sea útil ni correcto, contra el torpe extremismo.

El toreo y la política se parecen en una cosa: a la gente le gusta, le entusiasma, la arrebata, que al toro se le “toree en los cuernos”, allí, pegado al peligro, al riesgo. Eso, pero no solamente eso: también “coger al toro por los cuernos”.

Hay aproximadamente 2 mil 500 municipios en el país. En mil 500 de ellos, más o menos, elegimos nuevos alcaldes, junto con la gente. Pero no es suficiente. Debemos proseguir la lucha, lo logrado es casi nada.

A la gente la tienen muchas veces como a una mano a la que le han amputado los dedos. ¿Cómo se quiere que levante de pronto este objeto, así, sin dedos? Hay que enseñarle a todos cuál es el modo. También, hacerles sentir que no están solos, que no caminan solitarios en un desierto. Que en cada lugar, y hay muchos, hay quienes luchan por tener a los representantes que los ayuden, que los sirvan. Y que no son pocos quienes luchan porque ya no lleguen al poder los representantes del cacique, de las sotanas o del ambicioso de lucro.

Hay que decirles y mostrarles que el mundo no es una “casa de la risa”. Si usted está en la “casa de la risa”, adentro, en medio de las carcajadas, se desespera, porque habiendo cuatro, cinco puertas, no atina a salir por alguna. Nada más son risas. Pero si alguien viene y le dice: el mundo no tiene cuatro, ni cinco puertas, y se lo demuestra, usted ve que así es, que estas cinco puertas son una insignificancia ante el mundo, que nada cuentan.

¿Formar otro partido? Sería inútil. Sería como si unos cuantos marineros de una flota, que no desean seguir determinado rumbo, se saliesen de ella y se lanzaran en una canoa a bogar por el mar, solos, a donde desearan. Ante cualquier agitación de las aguas, zozobrarían. ¿Por qué, pues, no ir a los capitanes, a los oficiales y a los marineros a decirles, a persuadirlos del rumbo correcto, de navegar bien? Esos pocos serían en la canoa, además, un blanco precioso, perfecto, para quienes no sólo no quieren por el momento, sino que están definitivamente en contra del pueblo y de la Revolución, en contra de que ésta siga adelante, para quienes son enemigos de todo cambio que eleve al pueblo.

Formar otro partido no sólo no sería provechoso, sino malo, definitivamente malo.

Todo mundo debe entrar a formar en estas filas, en este propósito: sanear, democratizar la vida política del país; luchar contra la corrupción; trabajar por mayores ingresos del pueblo; porque se planifique la actividad económica; porque se termine la improvisación. En esto no importa que sea del PRI, del PPS, del PAN, del PARM. Desde ahí debe luchar por la democratización, contra la prevaricación. Porque no podemos pedirle que renuncie simplemente a sus convicciones de años, a sus amistades, a sus relaciones; pero sí que se sume a la gran corriente que detendrá el descontento y hará imposible el pánico, que podrían conducir a la violencia.

Cuando regresé de Chihuahua, le dije al doctor Lauro Ortega, cuando me iba a sustituir en el partido: Mira, Lauro, yo no podré seguir en el partido. Ocho días después renuncié. Pero entonces le dije: si quieres seguir en el partido, no hagas nada que moleste, no muevas nada; atiende tus asuntos personales y asiste lo menos que puedas a las oficinas, sólo de vez en cuando, y cuando logres que tu antesala esté cada vez más desierta, tendrás asegurada tu permanencia en el partido los cinco años siguientes, cinco de los 10 mil que estaremos en el poder.

Pienso que al gobierno, por el momento, no le es posible iniciar el cambio. El impulso debe venir de abajo, debe apoyarse en el pueblo. Cuando el torrentón esté en marcha, entonces el gobierno tendrá que marchar por donde toda la gente, sin rupturas, sin cataclismos. Y entonces el gobierno lo hará todo mucho mejor.

Yo creo francamente que los próximos cinco años, son cinco años cargados de destino.

Esto que propongo, esto que me propongo hacer, se va a convertir en una gran ola. Me siento plenamente seguro. Y en la cresta de la ola irán los jóvenes, de eso estoy también muy seguro, completamente convencido.

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