Rafael VargasRevista ProcesoEnero, 2008
El 9 de enero se cumplieron 100 años del nacimiento de esta celebre mujer. Vaya desde aquí un homenaje
Simone de Beauvoir, y su viaje a México
11 enero, 2008
En 1948, Simone de Beauvoir, la principal figura del feminismo en el siglo XX, visitó México en calidad de turista durante dos meses. Sus impresiones quedaron plasmadas en un par de cartas a Jean-Paul Sartre, en su novela Los mandarines y en el tercer tomo de sus memorias, La fuerza de las cosas. Para celebrar el centenario de su nacimiento, cumplido el 9 de enero, el siguiente artículo recuerda ese viaje y las circunstancias en que fue realizado.
En el otoño de 1946, Simone Lucie-Ernestine-Marie-Bertrand de Beauvoir es invitada a viajar a Estados Unidos como profesora visitante. Es ya una intelectual muy reconocida en Francia, y comienza a serlo en el extranjero. Identificada con la filosofía existencialista y con su principal exponente, Jean-Paul Sartre, también es apreciada como novelista. Popular Library –sello que en los años cuarenta y cincuenta suele imprimir entre 100 y 120 mil ejemplares– compra los derechos de traducción de La sangre de los otros, impresa en Francia en 1945 (aparecida en Estados Unidos en 1948). Ivonne Moyse comienza a traducirla cuando De Beauvoir llega a Nueva York, en los primeros días de enero de 1947. Tiene por delante una larga gira académica.
Nelly Benson (activista social) y Richard Wright (novelista negro a quien ella y Sartre conocieron en París el año anterior) le dicen que, cuando vaya a Chicago, no deje de buscar al escritor Nelson Algren, quien a su llamado acude al elegante hotel Palmer House, el 21 de febrero. Él es un hombre de origen humilde, nacido en Detroit y criado en Chicago, que después de vagabundear durante la Gran Depresión por Nueva Orleáns, Texas y otras ciudades, se establece en Chicago y se convierte en escritor. Sus personajes son seres marginales, a los que conoce bien y jamás idealiza. Su prosa, entre la parquedad y el lirismo, le ha dado ya cierto renombre.
Algren le hace conocer los bajos fondos de Chicago y corteja a la atractiva mujer. Es el arranque de una relación que, con altibajos, durará 14 años y dejará una huella indeleble en la vida de ambos. En mayo, cuando Simone parte de Estados Unidos, ya se han convertido en amantes, y comienza una larga correspondencia que, por parte de ella, producirá 304 cartas, redactadas en un inglés casi impecable –Lumen las publicó en español en 1999 bajo el título de Cartas a Nelson Algren; las cartas de él a ella no se conocen sino fragmentariamente.
De Beauvoir se enamora profundamente de Algren, y, para demostrárselo, recurre en sus cartas a promesas que asombrarán a quienes la imaginan como una furibunda antimachista (“Prepararé la comida y lavaré el piso”; “no te tocaré sin tu autorización”). A la vez, resultan obvias la claridad con que decide su vida y la profundidad y firmeza de sus convicciones –empezando por su lealtad a Sartre, pues aunque el filósofo, según le confía Simone a Nelson, no es un buen amante, y Algren es el primer hombre con el que conoce realmente el placer sexual, nunca se plantea la posibilidad de separarse de aquél.
De Beauvoir adora a Algren sin dejar de ser consciente de las múltiples diferencias entre ambos. Ella se sabe mucho más refinada. Proviene de una familia que ha acumulado un importante capital cultural. Pero en Algren no busca a un par intelectual; ese papel lo cumple Sartre –ante quien ella se verá siempre como una discípula. En Algren encuentra una forma de amor que no conocía, una revelación de sí misma. En agosto de 1947, viaja una vez más a Estados Unidos para reunirse con él. Deciden pasar juntos varios meses y planean un viaje que realizarán en 1948. Fijan una fecha y un itinerario: a comienzos de mayo viajan de Chicago a Cincinatti, de donde bajan por el Mississippi hasta Nueva Orleáns, y de allí parte hacia Centroamérica, para luego visitar la Ciudad de México –así se los aconsejan Wright y otros amigos–, y al cabo volar a Estados Unidos.
El 3 de mayo comienzan su viaje. Llegan a Nueva Orleáns el día 10. Dieciséis días después abordan un avión que los lleva directamente a Mérida. El 27, le envía una extensa carta a Sartre en la que le indica el nombre del hotel en el que se han instalado y describe de manera pormenorizada el paisaje y sus actividades. Le gusta que Mérida no acuse influjo estadunidense. Le gustan los flamboyanes, las nubes suntuosas, la frescura de las palmeras y la brevedad de las lluvias. Dan un largo paseo en calandria. Asisten a una pelea de box –afición entrañable para Algren– que le subraya, en comparación con la que acaban de ver en Nueva Orleáns, la diferencia entre los dos países.
La “orgía de frutas, de dulces sospechosos, de camarones, de frituras, de huaraches, de tejidos de algodón,” los aturde. Visitan Uxmal, Chichén Itzá, Chichicastenango. Templos y pirámides los asombran. Parten a la capital de Guatemala. Advierten el violento contraste entre el colorido de la ciudad y la sombría condición de los indígenas. El sábado 12 de junio vuelven a México y se instalan en el hotel de Cortés, que hasta la fecha sigue en pie en el número 85 de la avenida Hidalgo. De allí viajan a Taxco, a Cuernavaca, a Cholula, a Puebla, a Teotihuacán. En la Ciudad de México visitan la Alameda Central, Xochimilco, Chapultepec, van al cine y al teatro, a ver danzas folclóricas, a un salón de baile popular en el que languidece un grupo de putas, a un par de corridas de toros, visitan los murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional:
“¡Y bien! –le escribe a Sartre el miércoles 16– Supongo que los pintores rusos no lograron cosas tan buenas, pero eso nada prueba en favor del arte revolucionario…”
Recorren, además, también los barrios pobres, entran a vecindades, a carpas ambulantes… “Esperaba poco de México –le escribe a Sartre–, pero es mucho mejor de lo que imaginaba”. Durante el viaje escribieron un diario conjunto que se conserva entre los papeles de Algren, en la Universidad Estatal de Ohio.
Nuestro país (México) le brinda a la pareja su mayor momento de felicidad, y a Simone un motivo para llamar a Nelson, en una futura carta, “mi marido mexicano”. Pero es en México también que él se da cuenta de que ella nunca dejará a Sartre. Ella rechaza su propuesta de matrimonio y él no acepta la idea de ser un satélite de la pareja francesa. Está enamorado y no concibe compartir a Simone. El regreso a Nueva York, y la despedida –Algren se niega a llevarla al aeropuerto– son más bien amargos. A pesar de todo, la correspondencia amorosa prosigue. 1949 es un año de satisfacciones para ambos. Ella publica El segundo sexo, con una repercusión enorme, y él entrega la novela El hombre del brazo de oro, que le vale el elogio de Ernst Hemingway, quien lo saluda como “el mejor escritor que ha surgido de Chicago”, y le hace acreedor, al año siguiente, del primer National Book Award –en 1955 la novela será llevada al cine con Frank Sinatra en el papel de Frank Machine, el desolado adicto a la heroína.
En el verano de 1950, Simone viaja a una vez más a Estados Unidos para pasar una temporada con Algren en la casa que él ha rentado en Idaho, a la orilla de un lago. Le dice que ya no la quiere y que piensa casarse nuevamente con su exesposa. En lo sucesivo se conservarán solamente como amigos. A esa visita corresponde la singular imagen de Simone de Beauvoir desnuda, tomada por el fotógrafo Art Shay, amigo cercano de Algren, que en estos días ha ilustrado la cubierta de la revista Le Nouvel Observateur.
Según lo cuenta el propio Shay, ella salió de la ducha y comenzó a peinarse frente al espejo. Él tenía una cámara Leica en las manos y sintió el impulso de retratarla. Ella se dio cuenta al escuchar el ruido producido por el obturador, pero no mostró mayor enojo. Solamente le dijo: “Naughty man”, frase que podría traducirse como “travieso”, pícaro” o “malvado”. De Beauvoir cuenta esa relación tan compleja –incluyendo el viaje a México– en Los mandarines, la extensa novela publicada en 1954 por la que obtuvo el premio Goncourt de ese año. En esas páginas, Algren aparece convertido en Lewis Brogan. No le gustó lo que leyó en ellas, pero se abstuvo de hacer comentario alguno. Y el hecho de que haya visitado a Simone en París en 1960 –desde donde emprendieron un viaje a Grecia y a Turquía– indica claramente que aún había vínculos de afecto entre ellos.
Pero cuando ella decidió contarla abiertamente en La fuerza de las cosas (1963), tercera parte de su autobiografía, Algren se sintió afrentado y traicionado. En mayo de 1965, con motivo de la edición en inglés, publicó un virulento ataque en la revista Harper’s bajo el título de El problema de Simone de Beauvoir. Con el paso del tiempo, la estrella de Algren decayó, aunque siempre disfrutó de cierta estimación entre sus pares. Murió el 9 de mayo de 1981, día en que, según Kurt Vonnegut, habría conocido a Salman Rushdie, quien quería agradecerle personalmente la inteligente reseña que Algren había escrito sobre Los hijos de la medianoche. Cuando llamaron a casa de Algren para avisarle que iría a verlo, un policía les informó que el novelista había sido víctima de un paro cardiaco.
Simone de Beauvoir, fallecería cinco años más tarde. En su testamento especificó su deseo de ser cremada llevando en el dedo anular de la mano derecha el anillo que Nelson Algren le había obsequiado al poco tiempo de que se conocieron.
Este artículo se publicó en Proceso
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