viernes, 4 de enero de 2008

Fin de la unipolaridad

José Francisco Gallardo Rodríguez

generalgallardo@yahoo.com.mx

Después del colapso del bloque socialista, aparecen tres fuerzas económicas a nivel internacional: en el sudeste asiático, Japón, seguido de Hong Kong, Singapur, Corea y Taiwán; en Europa, Alemania; y en América, Estados Unidos (EU), destacando además como la única hegemonía militar. En Asia, surge la naciente y ahora poderosa China.
El momento unipolar estadunidense, después de la guerra fría, que subsistió en tanto fue sutil e indirecto, los acontecimientos actuales anuncian haber llegado a su fin. La realidad indubitable es que EU, después de la invasión a Afganistán e Irak, no resulta lo suficientemente fuerte como para constituirse en una potencia imperial y recobrar su condición de potencia hegemónica. Esto significa que EU, para encontrar los balances de poder, tendrá que regresar a los mecanismos propios de la multipolaridad que él mismo violó.
En la búsqueda de estos balances, EU ha subordinado la estabilidad del orden internacional a las exigencias de su interés nacional militarizando al mundo.
Ahora bien, un cambio en el modelo económico implantado en nuestro país desde 1982 por los intereses de las transnacionales con la aquiescencia de los gobiernos prianistas, bajo el concepto de libre mercado, abre la economía nacional y privatiza las funciones del Estado. Así pues se plantea que la inversión privada, priorizando la extranjera, no la pública, son el motor del crecimiento y del desarrollo nacional.
En esta lógica, el poder que aparentemente se transforma de acuerdo a circunstancias históricas, adopta formas imperiales o hegemónicas a través de mecanismos consensuales para imponer las reglas del juego aprobadas por la Organización Mundial de Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM); las disposiciones perversas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y las cláusulas democráticas son algunas de las formas -consensuales- establecidas por las relaciones de dominación. La hegemonía es una de las formas que asume la dominación. Con el debilitamiento del imperialismo no se resuelve el fenómeno de dominación que abarca dimensiones tan complejas como las relaciones de género, de cultura, entre otras.
La lucha de los pueblos no se termina aboliendo las relaciones de explotación, sin duda importantes, sino que, paralelamente hay que enfrentar problemas de clase, de discriminación, que tienen que ver con la difícil conformación de un tipo de sociedad impuesta antaño desde el exterior. La colonización no se realizó en el ámbito del trabajo o de la producción, sino en la conquista de las mentes; no sería posible explicar de otro modo la tónica militarista que invade la escena de las libertades, impulsada desde el neoliberalismo como mecanismo privilegiado de reordenamiento social.
La modalidad militarizada del capitalismo construye un imaginario social, sustentado en la existencia de un enemigo siempre acechante y legitima la visión de guerra entre las relaciones sociales y políticas. Supone pues, que la militarización de las relaciones sociales es un fenómeno complejo que no se circunscribe a una situación de guerra abierta, sino que incluye acciones de contrainsurgencia diversas, trabajos de inteligencia, control de fronteras, creación de bancos de información, introducción de nuevos estilos en las policías, seguridad interna, modificación de los estatutos de seguridad en el conjunto de responsabilidades y derechos de los Estados.
Así las cosas, el momento actual que descansa sobre la base de la militarización desde una visión estratégica hegemónica, no descarta la identificación de la guerra como elemento inmanente, consustancial a las relaciones capitalistas.
En esta circunstancia, el mercado no desaparece como rector, sino que la dimensión militar se sobrepone al mercado desplazándolo como eje conductor, es decir, el mundo adopta un contenido particularmente militarizado y es a partir de esta visión que la totalidad no sólo se reordena sino que cobra un nuevo sentido.
Este escenario es el telón de fondo que encubre el Plan México, una política de intromisión hacia el orden interno con el fin de apropiarse de los recursos energéticos de nuestro país, una visión de la seguridad nacional estadunidense para poder proyectarse como una fuerza hegemónica internacional. George Bush, en la Estrategia de Seguridad de Estados Unidos 2002 dice: "Somos una fuerza militar sin paralelo, tenemos el derecho de actuar en todo el mundo para imponer la economía de mercado y garantizar la seguridad energética y podemos atacar a quien consideremos una amenaza o a cualquier país que pueda convertirse en una competencia militar". El derecho de actuar, para Bush, consiste en eliminar la soberanía de los pueblos; defender los intereses de las transnacionales y de las políticas de Estado estadunidenses; apropiarse de los recursos naturales y eliminar las leyes que impidan la explotación de los mismos; y liberar aún más los mercados.
En nuestro caso me pregunto ¿Y los poderes públicos y las fuerzas armadas? Bien gracias, cumpliendo a pie juntillas los deseos de Washington, es decir, entregando al país. Viene a cuento el artículo 123 del Código Penal Federal, vigente: Comete traición a la patria el mexicano que realice actos contra la independencia, la soberanía o integridad de la nación con la finalidad de someterla a persona, grupo o gobierno extranjero. ¡Más claro, ni el agua!

Fuente: Forum en linea.

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