alvaro delgado
México, D.F., 26 de noviembre (apro).- En muy poco tiempo, apenas un año después de entregar el cargo que ostentó durante un sexenio, un perlario de las más prominentes mentiras de Vicente Fox, que ya eran bien conocidas por quienes jamás sucumbieron a su verborrea, son exhibidas monumentalmente por dos de sus portavoces.
Jorge Castañeda y Rubén Aguilar, prototipos del foxiato panista, no revelan en el libro La diferencia nada que no sea conocido, sobre todo en dos episodios clave del primer gobierno de la derecha: la integración del gabinete y cómo se tramó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador.
La novedad no es que se detalle lo ya sabido, por ejemplo la negociación de puestos en el gabinete con los poderes fácticos del país --que en buena medida explica por qué nada cambió para bien con la alternancia--, sino que sean justamente dos de los personajes que con más ahínco defendieron esa tomadura de pelo a los mexicanos que fue el foxiato.
El ejemplo más nítido de Fox como un impostor fue, y es --porque las consecuencias son vigentes--, el desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal, un plan tramado por quienes controlaban y controlan ni más ni menos que los tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
Lo aceptan y se regodean de ello Castañeda y Aguilar, justamente dos de los más tenaces promotores de ese embate en contra no de López Obrador en sí mismo, sino de la legalidad y la democracia, conceptos de los que tanto les gusta hablar y que no practican.
¿No convocó Castañeda, cuando se amamantaba de recursos de oscuro origen para buscar ser candidato presidencial, a detener a López Obrador “por las buenas, por las malos o como sea”, y alegaba que era un asunto de legalidad, porque había cometido un delito y debía ser castigado?
¿No era Aguilar, quien jamás se atrevió a ser guerrillero en su patria, el corrector de los gazapos de Fox y encendido defensor de las instituciones y leyes que desafiaba “el señor López”, estribillo que tomó de los jilgueros de Carlos Salinas?
Cualquier interesado en evocar las proclamas justicieras de este par
--como los activistas de la derecha, esos que envían virus y basura a quienes identifican como enemigos-- puede acudir a las hemerotecas y cotejar si se corresponden al libro que han puesto en circulación, aun con autocensura de último momento, como haber cercenado la respuesta que dio Fox a la negativa de López Obrador de negociar el desafuero: “¡Lástima, se pierde una muy buena oportunidad!”.
Si hacía falta una versión foxiana del montaje del desafuero ya está en papel, pero hay que recordar que quien primero reconoció que el objetivo de quitar de en medio a López Obrador fue Manuel Espino, presidente del PAN, quien le pidió rectificar porque estaba afectando electoralmente a ese partido.
El asunto era y es clarísimo: Fox se amafió con Mariano Azuela, entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para proceder al juicio de procedencia en la Cámara de Diputados, controlada por Manlio Fabio Beltrones.
La maniobra era quitar de en medio a un contendiente por la presidencia de la República, cosa que lograron, porque López Obrador fue despojado del fuero constitucional con la votación de priistas y panistas, entre ellos Juan de Dios Castro Lozano, quien sólo para ese fin dejó el cargo de consejero jurídico de Fox para encabezar la ofensiva leguleyo como diputado federal.
Hoy, para quienes no lo tienen en cuenta, Castro es subprocurador de la PGR y es padre de uno de los dos diputados que integran la comisión especial que investiga el enriquecimiento de Fox, obviamente para encubrirlo con acuerdo de Felipe Calderón y Germán Martínez, el gerente del PAN.
En el libro de Castañeda y Aguilar hay, también, omisiones y encubrimientos hilados al desafuero y que conducen a la fraudulenta elección presidencial de 2006, como la abierta e ilegal intervención de Fox en el proceso electoral.
“El hecho de que Fox no haya transferido recursos del gobierno a Calderón, no significa que no lo haya ayudado más que con discursos y apariciones públicas”, escribe el par de aventureros, tratando de encubrir lo que fue obvio, quizá porque buscan una chamba en la alta burocracia federal.
Pero lo que sugieren tiene dirección: Fox no le dio a Calderón recursos públicos, pero lo conectó con quienes sí se los dieron en abundancia: los mismos que financiaron la campaña de 2000 y cuyos intereses prevalecieron durante el sexenio y, una vez consumada su inversión seis años después, siguen haciendo lo que les viene en gana.
Son los mismos que dieron su parecer para integrar el gabinete de Fox, como Francisco Gil Díaz en la Secretaría de Hacienda, y los que impusieron el actual de Calderón, con Carstens en la misma cartera.
La mafia, pues, de la que Calderón es un subordinado.
Una vez que Castañeda y Aguilar han exhibido por sí mismos lo que era ya sabido por millones de mexicanos, ¿qué dirán los apóstoles del Estado de derecho sobre la actuación de Fox?
Conviene citar a Rafael Preciado Hernández, un prominente abogado panista ya olvidado en su partido:
“Los peores enemigos de la democracia no son los autócratas sinceros, sino quienes simulan ser demócratas y en realidad son autócratas vergonzantes, pues aquéllos la atacan desde fuera, mientras que éstos últimos lo hacen desde dentro, a mansalva, a traición; la desprestigian, la minan en sus cimientos y pueden llegar a destruirla.”
Apuntes
La Iglesia católica tardó 500 años en pedir perdón por las atrocidades cometidas contra los indios y los crímenes de la Santa Inquisición, tardó décadas en reconocer su silencio ante el Holocausto y muchos años en avergonzarse de su apoyo a las sangrientas dictaduras militares en América Latina, en las que los capellanes castrenses perdonaban a los asesinos y mandaban al infierno a los “comunistas”… Quizá haya que ir armándose de paciencia para que, si acaso, dentro de 100 años la Iglesia pida perdón por los abusos sexuales de niños en México y los crímenes que ha cometido contra la democracia…
delgadop@proceso.com.mx
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