lunes, 13 de agosto de 2007

Regiones Indias, 13 08 07, de la Agencia Internacional de Prensa India

MICHOACAN: Breve historia de un Levantón. (Fuente: Martín Equihua). Doce horas antes del sexto arribo del Presidente Felipe Calderón a Michoacán, un comando militar rodeó las calles del Barrio Agua Blanca, en el centro de Uruapan, para que sus mandos arribaran “a investigar” el domicilio donde 24 horas atrás fue levantado, y mejor sea dicho, arrancado, el joven Fernando Arias Negrete, por un grupo de 18 hombres vestidos de negro, armado con granadas y armas largas, distintivos de AFI y encapuchados los más; ante el indecible asombro, los gritos y el llanto de su abuela de 90 años, sus padres, tíos, hermanos, primos, sobrinos… más la mirada limpia y profunda de Azul, la más pequeña de los habitantes de una de las viviendas familiares más populosas de la zona.

Pasadas las ocho de la noche del lunes anterior, de una de las tres camionetas que transportaban al grupo paramilitar, descendió un elemento cortando cartucho y al grito de “nadie se mueva hijos de su puta madre”, dejó petrificados a cinco jóvenes que hablaban de béisbol, pleitos y novias, como en miles de noches anteriores lo han hecho tantos otros en esa esquina popular. El resto avanzó los 25 metros que separan de ese punto a la casa del fallecido trabajador de toda una vida, “don Panchito”, Francisco Arias, abuelo del infortunado Fernando, que en ese momento tomaba un chocolate caliente inusualmente servido en vaso de vidrio, que le fue estrellado en el rostro como señal de que no se trataba de un juego.

El levantón, o arranque, se consumó en 30 segundos con precisión inglesa, a bordo de “una Titán roja, una Excursión Blanca y otra Expedición gris”, ostentosas para pasar desapercibidas; y frente a decenas de familiares y amigos que piden reserva de sus nombres para reconstruir el episodio.

Pero si algo los ha dejado perplejos, más que el hecho en sí mismo de quienes ese día “levantaron” a otros dos jóvenes “en la central camionera y la Casa del Niño”, como trascendió en cuando menos un noticiero radiofónico; y más que el terror de la familia para siquiera insistir en presentar denuncia ante las autoridades, por creer que “son los mismos”, es justamente la presencia en el lugar de los hechos, apenas 10 segundos después del levantón, de una patrulla de la policía municipal. Estuvo allí, aseguran todos, con sus bicolores luces de emergencia, mientras consumaban su operación los falsos agentes de la AFI, cuyo modus operandi es de sobra conocido, y hasta que se desplazaron por la calle Cuauhtemoc hacia el oriente de la ciudad; seguidamente, los policías municipales lo hicieron hacia el sur, por la calle Nicolás Romero. Una hora después, en el mismo sitio, los policías municipales Juan Manuel Alonso Estrella y José Manuel Ruiz, ocupantes de la unidad 623, no pudieron identificar la que pudo haber sido otra unidad, sino es que se trató de la misma en tanto que es su zona de vigilancia.

En ese orden de perplejidad, y cuando sólo habían pasado 20 minutos del hecho, arribaron dos agentes de la AFI, quienes se presentaron para aclarar que no tenían operativo en ese momento, pero sin bajar de su camioneta negra, tipo RAM, y después de tomar nota de algunos nombres de los presentes, sólo dijeron: “nosotros no tenemos operativo”, y se marcharon.

Familiares y vecinos consultados por La Jornada Michoacán, no entienden esas extrañas coincidencias, como tampoco entienden que en la Subprocuraduría de Justicia del Estado no les hubieran aceptado la denuncia, una hora después del suceso y una vez que verificaron que Fernando no había sido aprehendido por ningún organismo oficial. Cuando a su padre y tía les preguntaron las características de los raptores y el tipo de unidades en que viajaban, les dijeron: “vengan mañana, después de la nueve, porque no hay agente de guardia”. Los denunciantes no regresaron más, ante la sospecha de que allí era difícil distinguir entre el bien y el mal, por así decirlo.

Consultado al respecto, el subprocurador regional, Ramón Ponce Ponce, negó que en algún momento se hubieran presentado los quejosos con su denuncia –de ningunos de los tres levantados-, y que en todo caso en la Procuraduría se cuenta con agente de guardia.

¿A las nueve de la noche de ese día no se presentaron los familiares de Fernando Arias?

No. Nosotros hemos estado pendientes y hasta este momento no han venido.

Por igual, asegura que en relación al 2006, y por el operativo Michoacán, los delitos “de este tipo han desaparecido a partir del mes de enero” y que si no hay denuncia ellos no tendrían mayores datos. Fue imposible tener opinión de otros cuerpos policiacos.

Para el maestro Arturo, profesor de primaria de Fernando y su vecino, no hay duda que se trata de un adicto a las drogas que “lamentablemente no tuvo apoyo para seguir estudiando o en el deporte”; es un enfermo, dice, que como tantos más, necesita asistencia profesional. Lo recuerda como un joven dicharachero a quien le dio por conseguir fácilmente las dosis que reclama su cuerpo en este momento de su vida. Por el conocimiento que tiene se su familia, sabe que él no es un santo, y le basta decir que salió de la cárcel hace un par de meses, después de una sentencia por robo de auto.

La del levantado Arias Negrete es una familia pobre en el sentido común del término. Su padre es fontanero y aficionado al béisbol como ninguno; su madre, dedicada al hogar que comparte con su suegra y una descendencia nada despreciable. Sus amigos cercanos aseguran que nadie podría decir que Fernando es un narco de altos vuelos, si bien es cierto que pudo haber incurrido en algo más que consumo, “la verdad es que nunca trae dinero”; su familia también está conciente de eso.

Con la insistente petición de que se mantenga en reserva sus nombres, los familiares más cercanos confiesan con tristeza que están a la espera de cualquier señal, como la fallida del descubrimiento del cuerpo de otro de los levantados de ese día, que apareció en Ziracuaretiro. No saben a quién recurrir con confianza. Y de hecho, aseguran que a los militares les contestaron con respeto pero a medias, con temor, y sin entender por qué aparecieron hasta 24 horas después. Están “con la esperanza de un milagro” que sacuda la conciencia de sus captores, a quienes quisieran pedir “una nueva oportunidad de vida”, mientras que, a las autoridades, una investigación a fondo por aquello de las extrañas coincidencias, y por un mejor futuro para la generación de la pequeña Azul.

Para más información descarga el archivo: Regiones Indias 8 de agosto de 2007.

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