lunes, 24 de enero de 2011

Lo perdido tras las balas

Domingo, 23 de Enero de 2011 00:00
Escrito por Salvador García

Tú me enseñaste a hablar,
y mi ganancia es que sé maldecir.
William Shakespeare

La historia es la disciplina que nos enseña que la estupidez humana no tiene límites. Durante la última década el panorama mexicano se ha nublado a partir del establecimiento de un régimen denominado como democrático, cuyos resultados no han sido los deseados por la mayoría de los ciudadanos. Una vez más la desgracia como estigma nacional. Una vez más el desencanto del presente y la inexistencia de un proyecto de nación. Ni siquiera puede atisbarse el futuro, porque se han despreciado las enseñanzas del pasado.

Es reveladora la metáfora del tiempo que ofrece Saramago en El viaje del elefante, cuando al cornaca se le cuestiona sobre el destino del animal en nuevas tierras: “Y tú cornaca, qué demonios vas a hacer con el elefante en Viena. Probablemente lo mismo que en Lisboa, nada importante, respondió Subhro, le darán muchas palmadas, saldrá mucha gente a la calle, y después se olvidarán de él, así es la ley de la vida, triunfo y olvido”.

Pero, al parecer, sólo el olvido ha llegado a México. Padecemos un Alzheimer colectivo. Para lidiar con la desdicha diaria atribuimos tintes de “normalidad” a las muertes, los enfrentamientos, a las masacres, a la violencia proxeneta de realidades, a la sangre que padecemos a cada momento.

Hemos olvidado la vida, nuestra vida y con ello nuestro idioma. Nos robaron la palabra. Con el prefijo “narco” parece explicado el mundo. “Narcomantas”, “narcofosas”, “narcovida”. El sentido de la palabra se va perdiendo y un hilo de silencio, de incomprensión, se teje bajo el lenguaje que, poco a poco, deja de decir y se perfila solamente como un insulto tan estéril como su propia vacuidad.

Y en ese olvidado también se nos va la existencia. Toda libertad ha quedado coartada. Salir a los bares, al cine, al mundo ya tiene un cariz de peligro. Los giros rojos, supermercados, calles pueden convertirse en zonas de combate en cualquier momento. El óseo liberador de consciencias puede esperar, la guerra se da aquí y ahora. La asfixia del conflicto cala hasta el encabronamiento al mirar cómo somos rehenes de la estupidez y la irracionalidad. Cuando pasan camionetas de cientos de pesos lo mejor es orillarse del camino, voltear la mirada, guarecerse en el no ser. Con vehículos oficiales la estrategia es la misma. Crimen y espectáculo se mezclan, han hallado una amalgama idónea: los medios mexicanos y en primer lugar la televisión. Qué importa la entrevista ignominiosa para el verdadero periodismo, cuando lo que vale es el rating. Perdimos el alma y ni siquiera lo hemos descubierto.

En algunas ocasiones hay que olvidar para seguir la vida. En otras, la vida duele desde el olvido. La llaga de estos tiempos es nuestra incapacidad para percibir lo que nos han quitado, para pensar nuestra “normalidad” a partir de parámetros de corrupción, angustia, desesperanza. “No hay puertas, hay espejos”, escribió Paz. Tal vez ha llegado la hora de enfrentar nuestras sombras, la costra del pasado, nuestro reflejo más grotesco. El país se nos desangra en las manos.

salvadorgarci@yahoo.com.mx

Fuente: La Jornada de Morelos

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