Miguel Ángel Ferrer
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Por fin la Iglesia católica ha reconocido que uno de sus prohombres, el cura Marcial Maciel, era un criminal, un malvado, un hombre prostituido, un degenerado. Practicante de diversas conductas contrarias a su propia fe, el clérigo, sin embargo, ha pasado a la historia por un solo crimen: el abuso sexual cometido en perjuicio de niños y jóvenes varones sobre quienes tenía poder e influencia espiritual e institucional.
Que Maciel se haya enriquecido al amparo de su oficio de sacerdote no constituye un delito. Que haya mantenido durante décadas relaciones sexuales con diversas mujeres tampoco lo hace reo de delito alguno. Que haya sido un mentiroso contumaz y un hipócrita no lo hace sujeto de persecución penal. Digamos que se trata de faltas a la ética, a la moral.
Ah, pero el abuso sexual contra menores, la llamada pederastia, paidofilia o pedofilia sí que constituye un delito. Y no sólo eso: se trata de un delito horrendo, nefando, abominable. Y, finalmente, la Iglesia católica ha reconocido que ese prócer, ese modelo de cristiano, ese arquetipo de católico, ese noble siervo de Cristo era un practicante del abominable crimen de la pederastia, que Marcial Maciel era un pederasta encumbrado.
A Marcial Maciel, por supuesto, ya no se le podrá castigar con pena corporal. No pisará ya jamás la cárcel. Pero sí podría castigarse a quienes lo protegieron, lo encubrieron, lo solaparon. Pero eso tampoco es fácil. Fueron muchos sus protectores. Y de muchos ámbitos: eclesiásticos, sociales, políticos, empresariales, judiciales, informativos. Ni modo. La impunidad de que gozó Maciel hasta el día de su muerte se extendió (y así extendida sigue) a miles y miles de personas.
Todo esto ya es público y bien sabido. Pero cabe la pregunta: ¿ese conocimiento público y extenso servirá para que algunos católicos decidan abstenerse de poner a sus hijos en manos de instituciones, señaladamente las educativas, en las que, como bien se sabe, abundan los pederastas?
Porque resulta increíble que miles de personas religiosas y particularmente católicas no tengan reparos en continuar mandando a sus hijos a escuelas confesionales. ¿Pensarán que estos niños y jóvenes, sometidos a la autoridad espiritual de clérigos pervertidos serán indemnes?
¿Qué atractivos ofrecen esas instituciones, a las que cuesta trabajo llamar educativas, para que personas ilustradas, informadas, solventes en lo económico hagan oídos sordos frente a las universales evidencias de los abusos cometidos contra infantes y púberes en los colegios confesionales?
La conjunción de curas pederastas, protectores de curas pederastas y padres de familia que ponen a sus hijos en manos de curas pederastas me recuerda un fragmento de las célebres Redondillas de sor Juana, la monja sabia:
¿Quién será más de culpar,
aunque cualquiera mal haga?
Fuente: Forum
Difusión: Soberanía Popular
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