domingo, 21 de septiembre de 2008

Bolivia: Se necesita refundar el Estado con memoria histórica

Por Silvia Palacios y Lorenzo Carrasco

Reseña Estratégica, 19 de septiembre de 2008 (www.msia.org.br).-La erupción de una crisis insurreccional en Bolivia, debe dejar claro tanto al gobierno del presidente Evo Morales, como a los líderes de las provincias rebeldes de la "Media Luna", que los proyectos autonómicos respectivos deben ser desechados en beneficio de la unidad nacional. No solo la Constitución de Oruro, aprobado sin mayoría absoluta, sino también las pretensiones encabezadas por la provincia de Santa Cruz para controlar separadamente sus recursos económicos, son vectores de desintegración nacional. Este cuadro de disolución apareció nítidamente tras de la victoria de Morales en el plebiscito revocatorio de su mandato. En una proverbial victoria pírrica, ganó la elección pero consagró, envalentonado con los porcentajes, la división del país.

Si no se revierte de inmediato la situación camina rápidamente hacia una guerra civil. Será un fin sangriento al ensayo etnonacionalista de las redes oligarcas indigenistas, madurado a lo largo de la década de los 1980s, cuando se diseminó la idea de refundar el Estado boliviano como una nación indígena, en una supuesta reparación a lo que llamaron "500 años de genocidio". Una refundación que repudiaba intrínsecamente los valores cristianos, que sentaron las bases de la fundación de la nación boliviana, posibilitando un amplio mestizaje, que los antropólogos radicales subestiman pero que en la realidad tuvo como resultado el hecho de que casi el 70% de la población se considera mestiza.

Esta idea "libertaria" que circuló globalmente, encontró terreno abonado en Bolivia, porque el país había sufrido los primeros electrochoques neoliberales. De hecho, y esto es ya un consenso, las convulsiones políticas actuales que allanaron el camino a Evo Morales para ganar la Presidencia tuvieron su génesis a partir de 1985, en el momento en que Bolivia, durante el apogeo de la narcoeconomía de la coca, fue convertida en el conejillo de indias para ensayar la terapia de impacto financiero de la tecnocracia acaudalada fondomonetarista y sus economistas estrellas estilo Jefrrey Sachs (vale recordar que tras su triunfo en Bolivia fue convocado para hacer el mismo trabajo en la Rusia post comunista, con los mismos resultados catastróficos).

A pesar de que la política neoliberal afectó a todas las naciones del continente, Bolivia resintió el quebranto, quizá de una manera más intensa por sus peculiaridades, Por un lado, nación rica en recursos naturales, minerales energéticos, forestales, etc; y por el otro, pobreza extrema, siendo que la que más pesa actualmente, es la composición de su población pobre, poco más de la mitad, indígena. Tras varios periodos recurrentes de turbulencia que pone al país al borde de su balcanización, se ha llegado a una encrucijada: sí las fuerzas contendientes, por un lado, la militancia aimara de las autonomías indígenas, insuflada por el sistema de las ONG indigenistas-ambientalistas, y por el otro, el representante de la llamada "nación Camba",con tintes racistas y sin una orientación de solidaridad social, se empeñan en continuar abrazando las peculiaridades "raciales" o étnicas", en síntesis, un proceso en camino hacia el entonacionalismo, será nuevamente un retroceso.

Es obvio que el recrudecimiento de la inestabilidad político-institucional de Bolivia, puede servir a los intereses que quisieran lanzarla a manera de una bola de fuego contra el proyecto de integración de América del Sur. Intereses que, a bien de la verdad, salen favorecidos por la incontinencia verbal del Presidente venezolano Hugo Chávez y el mismo Evo Morales, a quienes les resulta fácil acusar a los Estados Unidos, haciéndole el juego en una ridícula guerrita fría en América del Sur.

Con el fin sangriento del proyecto etnonacionalista, las verdaderas fuerzas nacionales tendrán que mirar hacia un tipo de refundación nacional diferente, retomando el horizonte más prometedor, del espíritu y los ideales que orientaron uno de los capítulos más ricos y esperanzadores de la historia moderna boliviana, la revolución de 1952-53 que con sus logros alcanzó a construir los cimientos del Estado nacional boliviano, pero no consiguió afianzarlo. Hoy nuevamente para la unidad del Estado boliviano, las Fuerzas Armadas ocuparán un papel relevante, para la unidad territorial y poblacional.

Para ilustrar estos aspectos presentamos a nuestros lectores la siguiente reseña del libro, Bolivia, la creación de un nuevo país (publicado por la Fundación Alexandre de Gusmão, Brasilía 2006) del diplomático brasileño Alfredo José Cavalcanti Jordão de Camargo, quien fue director de la Sección Económica de la embajada en La Paz.

“Bolivia, la creación de un nuevo país"

Por Silvia Palacios

Reseña Estratégica, 19 de septiembre de 2008 (www.msia.org.br).-En la revolución de 1952, podemos ubicar la raíz del Estado nacional boliviano moderno. Tal ocurrió en la época en que la Guerra Fría cuajaba, en un momento en que movimientos nacionalistas anticoloniales despertaban en todo el mundo. En Iberoamérica aun se disfrutaba del breve lapso que duro el rompimiento de los Estados Unidos con la política neocolonial del poder anglo-americano, remanente de la era de prosperidad de Franklin Dellano Roosevelt (1933-45). El nacionalismo que reforzaba el Estado nacional moderno era fluido; en Brasil el movimiento del "petróleo es nuestro" triunfaba y se creaba la Petrobrás en 1953.

El autor de Bolivia, la creación de un nuevo país, elabora de entre otros periodos históricos, una radiografía bastante precisa de los rasgos principales de la revolución boliviana, al que dedica uno de los cuatro capítulos. Revolución que representó un avance histórico, pero por otro lado, limitaciones que no permitieron extirpar el núcleo pernicioso de la injusticia social, que se mantuvo latente, con sus reflejos más claros en el conglomerado indígena. Sí la política hacia los indígenas fue hacerlos partícipes de los beneficios de un Estado nacional soberano uniendo a la ciudadanía boliviana para construir una República solidaria, su tiempo de ejecución fue breve.
El proceso fue dirigido por el Movimiento Nacionalista revolucionario (MNR) nacido en 1941, y por su líder indiscutible el entonces nacionalista Víctor Paz Estensoro, que nada tenía de socialista o mote semejante, pero que termino, atrapado décadas después en las redes del libre cambio. Desde su fundación, el MNR elabora una política indígena de cuño integrador. Citando a un historiador, el autor comenta que, "era la presencia del indio en el marco humano del Estado que atemorizaba a la clase dominante".

"La idea de fortalecer el sentido de identidad nacional, inspiró a su vez, la reforma del sistema educacional, implantada a partir de 1955" creando el sistema educacional campesino gratuito. "La difusión de la enseñanza habrá sido, sin duda, uno de los éxitos del proyecto revolucionario de integración nacional, logrado en el contexto de una clara línea de valorar el español como el idioma por excelencia para el ejercicio de la ciudadanía y para la ascensión socioeconómica", afirma el autor En el plano socio-económico apareció el "Estado productor" que "llegó a controlar más del 70% del PIB nacional mediante el control de la minería nacionalizada". Las Fuerzas Armadas y las centrales sindicales de obreros y campesinos fueron el pilar que sostenía al Estado moderno y revolucionario.

Los indígenas comenzaron a ser tratados como campesinos -todos bolivianos-, "A partir de las rebeliones indígenas de 1947, el MNR daría inició a la tarea de 'campesinar' los movimientos indígenas organizando estructuras de captación y control sindical. Tal esfuerzo acelerado post 1952 dió frutos diferenciados: en algunos casos como en la región de Cochabamba, las comunidades quechuas paulatinamente abandonan su etnicidad, ya no muy arraigada, asumiendo organicidad política que se expresa como clase y sindicatos; en otras regiones los designios de la modernidad clasista de la revolución encuentran resistencia tenaz, en la forma de militancia aimará que se manifiesta todavía hoy como etnia y comunidad".

La evolución del etnonacionalismo en Bolivia

El autor observa, que hasta recientemente en diferentes elecciones la población no había mostrado una preferencia electoral orientándose con una "conciencia étnica", como por ejemplo en África del Sur, sino más bien, con una "conciencia de clase" (para usar los términos marxistas). No obstante en las elecciones de2005 -que llevaron al poder a Evo Morales y al MAS ocurrió un cambio y las demandas de carácter étnico hospedadas en las organizaciones indígenas -huelga decir alimentadas por el ejército de ONG- si se expresaron. Más tarde fueron estampadas en la nueva Constitución, cuna del polvorín que sacude a Bolivia. Cómo lo detalló jurista boliviano Mauricio Ochoa Urioste en un estudio crítico de la Constitución, la Carta Magna cita por lo menos 115 veces la palabra indígena de manera difusa e introduce 36 lenguas oficiales (lenguas indígenas).

La novedad tiene su raíz exactamente en aquel proceso inconcluso de la revolución que no logró atraer al grupo aimara, del que proviene el radical Felipe Quispe, por mucho tiempo aliado del vicepresidente actual Álvaro García Linera, el principal ideólogo del proyecto etnonacionalista del gobierno de Evo Morales.

Para llegar a esta transformación se entrelazaron varios procesos: primero la participación de la teología de la liberación, luego la presión que sufrieron todas las naciones del continente para adoptar la resolución 169 de la OIT sobre los Pueblos Indígenas (1989); después el empuje de la poderosa red internacional de antropólogos y más recientemente las frenéticas actividades de las ONG supranacionales.

El autor proporciona detalles que muestran cómo se instalaron en Bolivia esos componentes. En los años 1960s, la participación de misionarios canadienses de la congregación católica Maryknoll, fue clave mediante la creación de una vasta red de estaciones de radio denominadas "La voz del pueblo aimara", que funcionó "como vínculo entre los sectores aimara urbanos y el mundo aimara rural, las radios ejercieron un papel tangible en la formación y consolidación del sentimiento nacionalista". Al mismo tiempo surge lo que más tarde se denominó la Iglesia Aymará en el Altiplano, impulsada por un grupo de la Iglesia católica vinculada a la teología de la liberación.

De hecho el proceso de militancia aimara que exalta la conciencia del "nacionalismo étnico", la base que nutre el etnonacionalismo, fue exacerbado en parte por la participación de los Maryknoll que albergaba a un fuerte grupo de la teología de la liberación; sus actividades incendiarias también fueron evidentes con la participación de tal congregación en América Central, específicamente en Nicaragua en la década de los 1970s.

En la misma época el proyecto de etnicidad autonómica aimara recibió la ayuda de la Universidad de Florida en los Estados Unidos que creó el Programa de Estudios Aimara para sistematizar el estudio del aimara en Bolivia. Además el Programa propicio "los primeros intercambios entre las comunidades aimaras de Bolivia y de los países vecinos, el programa académico de aquella universidad inspiró la fundación, en La Paz, del Instituto de Estudios Lingüísticos, entidad consagrada al estudio a la investigación de lenguas autóctonas como el aimara, el quechua y el guaraní. En la década siguiente, fue establecido, en La Paz -exclusivamente consagrado al mundo aimara el Instituto de Lengua y Cultura Aimara".

Posteriormente, el primer gobierno de Sánchez de Lozada (1993-1997) dentro de su programa de reformas, algunas de cuño netamente liberal, "reconoce el carácter multiétnico y pluricultural del país". Además "el Estado reconocía por primera vez la propiedad comunitaria indígena, sin admitir la jurisdicción territorial indígena postulada por organizaciones como la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB)". Esta última en su Congreso de 1983 defendió la plurinacionalidad, y la exigencia de adoptar la whipala, el símbolo aimara como la bandera nacional. Evidentemente el impulso indigenista se fortalecía apoyándose en la letra del Convenio 169 y en el crecimiento de la militancia de la denominada antropología de la acción que pregonaba ya en la época las autonomías indígenas del continente.

No obstante, la nueva Constitución de Bolivia que consagró las autonomías indígenas, y adopto la whipala como uno de los símbolos nacionales, dio pie para que los ricos estados de la "Media Luna" (Santa Cruz de la Sierra, Beni, Pando y Tarija) reivindicaran también su propio camino, rebasando la demanda de autonomía administrativa, para, de plano, abogar por un separatismo copiado del Estatuto Autonómico de Cataluña.

El propio autor, aun dos años antes de los acontecimientos actuales, reconoce la magnitud de la amenaza de la fragmentación de Bolivia, y la presenta así:

"Aunque el líder empresarial cruceño (de Santa Cruz de la Sierra Zvonko Fleig Matkovic) sea el antípoda del nacionalismo indígena encarnado, por ejemplo, por el MIP (Movimiento Indígena Pachacuti) y por el Mallku (dirigente máximo, hoy por hoy Felipe Quispe ndr.), existe en el radicalismo de ambos cierta convergencia irónica. Los une el escepticismo en cuanto a la utilidad de la concertación política, así como el impulso autoritario. En el Altiplano desdeñado por la 'Media Luna' autónoma del líder cruceño, se podría hipotéticamente ostentar una democracia comunitaria indígena: igualmente el oriente boliviano, situándose fuera del territorio político y cultural de la dirigencia indígena del Altiplano estaría libre para dar las espaldas al territorio salvaje andino y perseguir su propia utopía autónoma de desarrollo económico privado. Los dirigentes radicales de la 'media luna', podrían hipotéticamente, ser aliados radicales del MIP y del Mallku Quispe, como el Presidente Pando fuera del Mallku Willka en 1899".

A pesar del reconocimiento, el autor se deja arrastrar por el canto de las sirenas del etnonacionalismo, adjudicándole a las características étnicas un ficticio nuevo polo de poder. En realidad fue gracias a un impulso externo lo que determinó la conversión de las demandas indígenas, que en el fondo son de justicia social no cumplida, en un indigenismo e hipotético nuevo polo de poder, solo posible dentro de las peligrosas elucubraciones que alucinan con que el mundo post moderno será posible sin la existencia del Estado nacional soberano.

"En verdad la decadencia de los partidos políticos tradicionales, el acenso del MIP y, en particular del MAS representan caras del mismo fenómeno; el surgimiento de una nueva izquierda indígena y campesina. En el seno de esta nueva fuerza política, Evo Morales encarna algo distinto: además del foco de afinidad de clase y condición económica -un arco que abarca campesinos, cocaleros, pobres urbanos y excluidos en general- proyecta la etnicidad, tanto la aimara de sus orígenes altiplanicies como la quechua de su base política. De hecho al mismo tiempo que representa al mundo aimara, Evo Morales es la expresión electoral más acabada de la etnicidad quechua en Bolivia". El nudo en tal argumento es, ¿quién representaría al resto de la población boliviana?, teniendo en cuenta que la población mestiza es entre 60 y 70 por ciento de la población.

El argumento etnonacional no se restringe a una mera tesis académica sino que cobró realidad en el gobierno de Evo Morales, en la figura del vicepresidente Álvaro García Linera, con quien las ONG del conglomerado internacional indigenista-ambientalista tomaron gran preponderancia en el escenario político del país. Para citar alguna, la británica OXFAM.

En un escrito publicado en la edición de marzo-abril de 2006 de New Left Review titulado, "Crisis del Estado y poder popular", García Linera se apega a la ortodoxia del etnonacionalismo y afirma: "Esta discrepancia entre los planes oficiales y la realidad vivida ha hecho a grandes sectores de la población muy receptivos a nuevas lealtades y creencias movilizadoras. Entre estas están las reivindicaciones etnonacionales de las masas indígenas que han dado lugar a una especie de nacionalismo indígena en la población aimara del Altiplano". Las nuevas lealtades se refieren una fidelidad ya no a la noción del país en construcción, sino en este caso a la etnia.

Sin desconocer la peculiaridad cultural de Bolivia, el desafió que se presenta es escapar del cerco neocolonial hoy vestido con la cara de la etnicidad. Y esto no puede ser ignorado por os países amigos que intentan una mediación para encontrar una salida a la crisis boliviana, que deberá ser justa, es decir para unir al país.

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