Eduardo Ibarra Aguirre
Concluyó, por fortuna, el tan faraónico como arcaico rito del Informe de Gobierno. Por desgracia comenzó otro para que las cámaras y micrófonos de la televisión duopólica y la radio oligopólica se pongan a las órdenes del titular de Ejecutivo federal para que publicite –sin preguntas que lo molesten o incomoden-- al país en el que sueña, el imaginario que ya lo hizo prisionero, y no el que padecen la inmensa mayoría de los mexicanos, incluidos por supuesto los que marcharon el sábado 30.
Es alarmante, sin mediar hipérbole, el creciente divorcio entre el México real, en el que naturalmente no todo son fracasos gubernamentales --como los conquistados en seguridad pública, empleo, alimentos, inflación y derechos humanos--, y el México real cada vez más agobiante, políticamente encrespado y socialmente en la polarización.
En el tour mediático del 1 y 2 de septiembre, el de los conductores convertidos en alfombras --y para muestra baste el botón de Javier Alatorre Soria en Hechos: “Ni modo, señor presidente, pero le tengo que preguntar…”--, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa hizo esfuerzos con poco éxito, para contener el autoritario que todos en mayor o menor medida llevamos dentro, y que la cultura, los valores y la educación permiten subordinarlo a las conductas y decisiones que adopta uno, y no se diga alguien que despacha en Los Pinos y que con nuestros impuestos es cuidado por 13 mil 500 integrantes del Estado Mayor Presidencial.
A quienes afirman –y vaya que son muchos-- que no terminará su gobierno, responde sin cuidar las formas republicanas: “¿Que no termino? ¡Me tiene sin cuidado!”, dijo a Joaquín López-Dóriga Velandia el hombre que jura gobernar para todos los mexicanos. Y asegura que cumplirá su mandato hasta el 1 de diciembre de 2012, ya que sus críticos “son los mismos que dijeron que yo no tomaría posesión o que yo no ganaría las elecciones”.
Tiene razón. Acaso sus críticos subestimaron su capacidad para subordinarse a los 39 dueños de México que tienen secuestrado el rumbo de la nación. Para tejer alianzas con la eficiente operadora electoral Elba Esther Gordillo Morales, secuestradora de buena parte de la educación pública y los dineros y derechos de los trabajadores de la educación. Para negociar apoyos mediáticos con Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Benjamín Salinas Pliego a cambio de bloquear la reforma estructural que acabaría con el secuestro de la información y de los órganos públicos encargados de regular a la mediocracia electrónica.
En este país de secuestros a la luz del día y con la anuencia y complacencia de prácticamente todas las autoridades, de los tres órdenes de gobierno y los tres poderes de la Unión, para más de la tercera parte de los ciudadanos la soberanía popular fue secuestrada el 2 de julio de 2006.
Cierto o falso, es la percepción de una ancha franja de mexicanos que no puede ser tratada con el desdén autoritario del abogado y economista. “No voy a darles la importancia que no se merecen”, dijo a Carlos Puig Soberón, después de darse baños de demócrata, ignorando que elogio en boca propia es vituperio, y tras definir, una y otra vez, a su principal adversario político y, por lo que se escucha causante de sus enojos e irritabilidades, como autoritario.
Hasta al sicólogo pretende hacerle el michoacano de Morelia que una vez se disfrazó de gastroenterólogo, apoyado por José Luis Soberanes Fernández, para tergiversar el asesinato --por violación a cargo elementos del Ejército Mexicano-- de Ernestina Ascencio Rosario, la indígena náhualt de 73 años.
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