Manuel Camacho Solís
24 de marzo de 2008
La estrategia política que respalda la re-forma energética del gobierno de Felipe Calderón ya hizo agua. Ahora, los pasos que intente, difícilmente tendrán éxito. Estamos por ver las consecuencias de pretender cambiar el rumbo de la nación sin diálogo, sin fijar su posición, por la vía falsificada de cambiar las leyes por no tener los votos para reformar la Constitución y sin haber antes esclarecido los conflictos de interés que involucran a su gobierno.
En vez de una reforma, los escenarios a los que nos meterá el gobierno son: una reforma cosmética para lavar su cara ante los inversionistas; una derrota costosísima para el gobierno; o un país más dividido y confrontado.
El gobierno se engolosinó con las “reformas” que había promovido (pensiones, fiscal, electoral). Empezó a sobrevender (y creerse) su capacidad negociadora. El discurso de Calderón en la Universidad de Harvard dio muestras de su triunfalismo. Si había tenido éxito en esos primeros pasos, concluyó, lo tendría en el último: en la reforma energética.
Habría que recurrir al método probado. Pactar con las cúpulas del PRI. Aprobar en horas, mediante un albazo, la reforma. Resistir las movilizaciones opositoras y llevarlas al radicalismo para desplegar de nuevo la estrategia del miedo. Engañar a la opinión pública con que no se trataba de una privatización y desplegar, con el dinero necesario, el aparato de descalificación y propaganda.
Por distintos motivos, las voces con mayor peso, van pintado su raya. Cuauhtémoc Cárdenas, en un discurso fundamental, mostró que su posición no tiene nada en común con la del gobierno. Otros líderes se han deslindado. Francisco Rojas ha ganado el debate con su objetividad y la fuerza de sus argumentos. Miguel de la Madrid ha sido congruente con su propia reforma al 27 y 28, de 1983. Incluso líderes de opinión que pudieran coincidir con el plan gubernamental y que rechazan a AMLO, como Enrique Krauze, han llamado a un debate nacional.
Los argumentos del gobierno se han caído, uno por uno. Lo de las aguas profundas, la falta de dinero y la tecnología inaccesible. Hay un rechazo generalizado a que se comparta la renta petrolera y se reduzca la soberanía energética. La experiencia privatizadora obliga a una evaluación seria de sus resultados. Las dudas fundadas sobre los conflictos de interés y tráfico de influencias, debieron ser esclarecidas con oportunidad.
Felipe Calderón no ha hecho la tarea. Se dejó adular por su grupo cercano. Perdió un año sin secretario de Gobernación. Impuso un nuevo nombramiento inadecuado. No ha dado la cara. No ha fijado con determinación su posición. Quiere entrar al sendero de los cambios históricos, por la puerta de atrás.
Si Felipe Calderón quería avanzar, debió haber anticipado que el petróleo era demasiado importante como para hacer el cambio sin un proyecto explícito, una convocatoria sincera al diálogo, apertura completa de los medios para darle contenido y una agenda donde se empezará por lo fundamental, para ir después a los detalles técnicos.
Para tener éxito, lo tenía que hacer como ocurre en las democracias avanzadas. Con plena libertad. Sin interferencias de los recursos públicos. Dando la cara y sin posiciones hipócritas, como pretender usurpar el nombre del general Cárdenas para abrir las puertas a la inversión extranjera. No se va a aceptar que, con engaños, y sin los votos necesarios para una reforma constitucional, se pretenda cambiar el rumbo de la nación. Si Felipe Calderón se empecina, en vez de reforma energética, va a terminar dejando al país con una peor calificación de riesgo para los inversionistas.
Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/40100.html
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