martes, 16 de febrero de 2010

Cuántas vidas más, clama la viuda del campesino asesinado

“Nos vamos a armar como cuando sacamos a los judiciales”, advierten pobladores
Despiden con música al joven de 18 años muerto por soldados; su mujer está embarazada

LENIN OCAMPO

Tlacotepec, 14 de febrero. Las campanas de la iglesia de Santiago Apóstol sonaron el sábado a la una de la mañana. Mil pobladores acudieron al llamado y se congregaron en la explanada del ayuntamiento para conocer la noticia de la muerte de Juan Alberto Rodríguez Villa, un campesino de 18 años, que fue golpeado brutalmente por efectivos del Ejército.

Horas antes, a las 8 de la noche del viernes, Juan andaba dando la vuelta en el poblado con su amigo Francisco Javier Martínez, cuando 15 militares que viajaban en un Hummer los detuvieron y se pusieron nerviosos, como cualquier joven que ve a un grupo de hombres armados.

Los muchachos corrieron y se refugiaron en la vivienda de su amiga Gloria, a la salida del poblado. Los soldados entraron a la casa, “los patearon y golpearon con las armas”, mientras que Gloria pedía clemencia y al final se los llevaron expresándole a la mujer la frase: “si dices algo te carga la chingada”.

Francisco relata que los subieron al Hummer y que les pedían “50 mil pesos para que no los mataran”. Pero constantemente le decían que matarían a su amigo. Seguían golpeando a Alberto hasta que cumplieron su amenaza.

Los dos fueron dejados en La Antena, a las afueras de la comunidad. Alberto muerto y Francisco inconsciente.

La misma noche la noticia recorrió el pueblo. Casa por casa la gente se fue enterando y algunos se organizaron para enfrentar a los militares.

Los soldados, según las versiones de los pobladores, habían estado alcoholizándose en una fonda junto con un teniente de apellido Manzanarez, que expresó: “soy el que va a gobernar toda la sierra”.

A las 10 de la mañana del domingo volvieron a sonar las campanas de la iglesia. La misa de cuerpo presente de Alberto iba a comenzar. Más de 500 pobladores, entre familiares, amigos, conocidos y autoridades acudieron al llamado.

El sacerdote pidió a los habitantes que denunciaran los hechos, que no “se quedarán callados, porque todos en el reino de Dios tenemos el derecho a vivir”.

Una hora duró la ceremonia. La gente salió rumbo al panteón. Adelante el féretro del joven campesino. Atrás el pueblo que mostraba su indignación. La música de viento acompañaba la procesión con las melodía típicas de los pueblos: Te vas ángel mío, La barca de oro, Me voy, me voy y Un puño de tierra.

“La gente les tenía respeto (al Ejército), pero ahora con esto se pueden armar y las cosas empeorar” suelta un anciano de Tlacotepec, que en años no había visto militarizado el pueblo.

Entre voces revelan que los efectivos suben diario a raíz de la muerte de Arturo Beltrán Leyva, El Botas Blancas, pues uno de sus pistoleros cercanos era originario de Corral de Piedra, lugar a pocos minutos de Tlacotepec.

“Los verdes han cateado a diestra y siniestra: se meten a las casas, roban las cosas y nos obligan a llenarles el tanque de gasolina y diesel”, denuncia un lugareño, que no dio su nombre por temor a represalias.

El cuerpo de Alberto llegó al cementerio pasadas las 11 de la mañana. Lo esperaba una cripta casi al centro del panteón. Tres veces fue metido y tres veces fue sacado. Como si se resistiera a irse de este mundo. La gente lloraba, su esposa gritaba y se preguntaba “¿qué daño les hizo a esos perros malditos?”, refiriéndose a los militares.

La música fúnebre seguía sus notas. Amor eterno y de nueva cuenta Un puño de tierra, hasta que por fin el ataúd gris de madera fue cubierto con una capa de ladrillos y sellado con cemento.

“Aquí está el ejemplo (el cuerpo del joven), si esa es la seguridad que pretenden darnos, la rechazamos” pronunció don Daniel Nava Ávila, tío del joven. “No porque sean gobierno nos pueden venir a maltratar”.

El mismo tío invitó a la gente a que se juntaran en la explanada del ayuntamiento a las 12 del día, porque el teniente coronel José Pedro Arciniega Gómez, de la zona militar 35, acudiría a dar información sobre los responsables.

El jefe militar nunca llegó. La gente lo estaba esperando con pancartas para exigir justicia. “Ni un muerto más”, “No más atropellos, “¡Militares asesinos!” y “Queremos seguridad, no golpes, no muertos, no abusos”.

En el sonido del ayuntamiento hablaba el alcalde Olaguer Hernández, quien amenazó con ir este lunes a Chilpancingo a la zona militar con la gente si el coronel Arciniega no subía.

A las 2 de la tarde dos camionetas pick up del Ejército subieron y los soldados fueron recibidos a mentadas de madre: “guachos culos”, “órale pinches maricones, vengan”. Los militares no se bajaron de los vehículos y se fueron, lo que enardeció a los habitantes.

“Nos vamos a armar como cuando sacamos a los judiciales, nos los tuvimos que echar para que nos respetaran”, dijo un hombre de la multitud.

Tlacotepec queda al norte, a 100 kilómetros de la capital. Es considerado un municipio productor de drogas y conocido por tener gente noble, pero “que nunca se deja”.

En el pueblo se rompió la tranquilidad. Los herederos del zapatista Heliodoro Castillo están esperando respuestas y se encuentran dispuestos a defenderse con sus propias manos, “aquí hay muchas buenas armas y gente de valor”, refieren.

Al final ningún alto mando del Ejército llegó. La gente regresó a sus viviendas con sed de justicia y no quedándole otra que acudir al novenario de Juan Alberto, un joven campesino cuyo delito fue encontrase con un grupo de militares que mantienen una guerra contra el crimen organizado. “Cuántas vidas más”, exclamaba continuamente su esposa embarazada.

Fuente: La Jornada de Guerrero
Difusión: Soberanía Popular

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