martes, 4 de agosto de 2009

Lamenta reo de la OPIM que la cárcel lo separe de su familia y su comunidad

Sólo me viene a ver mi esposa porque no alcanza el dinero para que venga mi hija, afirma

Fuente: La Jornada de Guerrero


Su mujer debe sembrar ella sola las tierras; “es inocente y nos hace falta”, expresa

MARLEN CASTRO

AYUTLA, 2 DE AGOSTO. En el drama de la familia Hernández Villa, quien más ha sufrido ha sido Felícitas, de 10 años de edad, la única hija de Eusebia Villa y Raúl Hernández Abundio, integrante de la Organización de los Pueblos Indígenas Me’phaa (OPIM) preso desde hace un año y tres meses en el penal de esta ciudad, acusado de asesinar a un informante del Ejército.

“Mi hija sufre. No puede venir a verme, porque si vienen las dos no alcanza para el pasaje”, cuenta Raúl dentro del penal, luego de recibir a un grupo de integrantes de Amnistía Internacional que entregaron al preso de conciencia –declarado así por esta ONG internacional en diciembre pasado– mensajes de solidaridad de todas partes del mundo.

Bajito, fortachón, con un ramo de flores en una mano y en la otra con cientos de mensajes provenientes de personas de por lo menos 50 países en los que le dicen que no está solo, Hernández Abundio señaló que lo más difícil de estar preso ha sido no poder ver a su hija, la que enferma seguido, y tanto él como Eusebia, creen que eso le pasa por la tristeza.

Para Eusebia, la ausencia de Raúl ha cambiado todo en su casa, pues ha tenido que sembrar sola en los dos últimos años de temporal y el grano no ha sido suficiente para que coman ella y Felícitas.

“Estoy muy triste porque no está mi esposo, pido al gobierno por favor que deje de castigarnos y lo deje libre, porque es inocente y nos hace falta”, afirma Eusebia a través de la intérprete que traduce sus palabras del me’phaa al español.

Adentro, en un área administrativa del penal, donde Raúl recibió a los integrantes de AI –“porque su celda es muy pequeña y no iban a caber”, aseguró el director de la cárcel, Angel Barrientos– el indígena se dijo inocente del asesinato y pidió su liberación para regresar a El Camalote, ubicado a dos horas y media de Ayutla.

Aparte de la convivencia con su familia en su hogar, Raúl dice que extraña la comida de su hogar, porque en el penal le dan una alimentación a la que no está acostumbrado, como sopa de pasta o lentejas.

Además, otra cosa que se ha vuelto entrañable, es el agua de los manantiales de su comunidad, porque en el penal de Ayutla el agua es sucia y no se puede tomar, así que todos los presos tienen que comprar diario su botella de agua para beber y no siempre se tienen dinero.

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