ALFREDO JALIFE-RAHME
Desde el final de la catastrófica etapa de Gorbachov y Yeltsin, la ex URSS, balcanizada en varios pedazos y reducida a su más modesta expresión rusa, ha buscado, primero, detener la brutal ofensiva de Estados Unidos y la OTAN tanto en su interior como en su periferia y, segundo, colocar una línea roja para pasar a la contraofensiva.
Desde el final de la catastrófica etapa de Gorbachov y Yeltsin, la ex URSS, balcanizada en varios pedazos y reducida a su más modesta expresión rusa, ha buscado, primero, detener la brutal ofensiva de Estados Unidos y la OTAN tanto en su interior como en su periferia y, segundo, colocar una línea roja para pasar a la contraofensiva.
El aventurerismo militar de Estados Unidos y la OTAN y sus derrotas, primordialmente en Irak y Afganistán, le dieron un respiro a Rusia, quien exhibió una perturbadora emasculación en su periferia inmediata, pero en ningún lugar como en la antigua Yugoslavia, donde ha sido humillada hasta el agotamiento.
La embriaguez militar de Estados Unidos y la OTAN, después de haber cercenado toda la periferia de Rusia -el país con el mayor territorio del planeta (el doble de Estados Unidos y China, respectivamente)- cometió varios pecados de “lesa majestad” (v.gr. el despliegue de “defensa balístico misilístico” del régimen torturador bushiano en la República Checa y Polonia), pero ninguno como la independencia unilateral de Kosovo en la primavera reciente, a partir de cuando la dupla Putin-Medvedev decidió poner una línea roja y pasar a la contraofensiva en el frente europeo, mientras en los frentes centroasiático y medioriental Estados Unidos y la OTAN han sido detenidos.
Es en este contexto que se ubica la guerra de Rusia y Georgia en Osetia del Sur, donde el Kremlin se aprovechó del error infantil del presidente de Georgia, Mikhail Saakachvili (egresado de Harvard, pero, más que nada, un instrumento de los halcones neoconservadores straussianos y de George Soros), quien el mismo día de la inauguración de los Juegos Olímpicos en Pekín (quizá para no perturbar a la opinión pública mundial) invadió la república separatista de Osetia del Sur con el fin de reincorporarla a Georgia. Era justamente el error que esperaba la dupla Putin-Medvedev para colocar su línea roja frente al asedio asfixiante de Estados Unidos y la OTAN.
No todo es tan lineal ni maniqueo, porque aquí los matices son enormes, cuando la Unión Europea, que no es tan monolíticamente homogénea, no parece seguir el aventurerismo unilateral de los halcones de Estados Unidos, quienes apostaron una vez más a la parálisis, para no decir pusilanimidad, del Kremlin, al haber empujado al abismo a Georgia, cuya “nueva democracia” (que, por cierto, aplastó a su disidencia interna) incrementó demencialmente su presupuesto militar en 33 veces, al pasar de 30 millones de dólares a mil millones de dólares.
Detrás del conflicto de Osetia del Sur, que desencadenó la guerra entre Rusia y Georgia, se juegan varios componentes: la respuesta a la independencia unilateral de Kosovo, la incorporación de Georgia a la OTAN programada para finales de año (con fuerte reticencia europea) y el trayecto del célebre oleoducto “BTC” que transporta el petróleo del mar Caspio al mar Negro y al mar Mediterráneo para abastecer a Europa: desde Baku, capital de Azerbaiyán colindante con el mar Caspio, pasando por Tbilisi, capital de Georgia, hasta Ceyhan, puerto turco en el Mediterráneo.
Lo que se juega en Osetia del Sur es colosal: la definición en el incipiente nuevo orden mundial de las fronteras de la zona de influencia de Rusia, que resucita como nueva potencia de primer nivel en toda Eurasia, pero con especial dedicatoria en el Cáucaso, mucho más incandescente que los Balcanes debido a su diversidad multiétnica y religiosa.
Lo paradójico se centra en la aparente irrelevancia de Osetia del Sur: diminuto “país” que optó por su independencia unilateral hace siete años cuando se separó de Georgia, en el contexto del caos de la desintegración de la URSS, que cuenta con menos de 4 mil kilómetros cuadrados, una exigua población de 70 mil habitantes, un miserable PIB anual de 15 millones de dólares (250 dólares per cápita) y nulos recursos, salvo el estratégico túnel Roki, que se conecta a Osetia del Norte (que forma parte de la Federación Rusa) y que fue capturada por el ejército ruso en la inmediata represalia a la invasión de Georgia.
El darwinismo, una teoría biológica que pregona la supervivencia del mejor dotado, es obligadamente aplicable a los juegos geopolíticos y Olímpicos de los humanos: Georgia aplasta a Osetia del Sur (su capital Tsjinvali quedó pulverizada) pero se repliega ante el poderío ruso que acude al rescate de su aliado vapuleado en su frontera.
Con el fin de pertrechar a su ejército en retirada, Georgia ha llegado al grado de retirar a sus 2 mil soldados en Irak, que instaló por su alianza con Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel.
El monumental error de Saakachvili, que ha llevado a Georgia a la zozobra, es doble: pensar que Rusia se quedaría con los brazos cruzados y, luego, el más grave, alucinar con el salvamento de Estados Unidos y la OTAN, que buscan desesperadamente concertar un cese al fuego para detener el avance ruso en el contexto de tres escenarios:
1) abrir un segundo frente en la otra república separatista de Abjazia; 2) expulsar al ejército invasor georgiano de Osetia del Sur y negociar la derrota de Tbilisi mediante la instalación de un régimen menos hostil y más neutral; y 3) ocupar Tbilisi y controlar parte del trayecto del oleoducto “BTC”.
Los tres escenarios están vinculados a trueques geoestratégicos que puede arrancar Rusia a Estados Unidos y la OTAN desde Irán hasta los Balcanes.
Sin contar la alianza militar de Georgia e Israel para capturar Osetia del Sur, que delata Debka (8/8/08), en Irán han de estar en el éxtasis debido más al debilitamiento
del cerco en el mar Caspio (mediante Azerbaiyán) que por la derrota de un aliado de Israel.
Los rusos son ajedrecistas y con su óptimo posicionamiento, es decir, su colocación inmejorable en el tablero de ajedrez en el Cáucaso, ya consiguieron la victoria en esta partida. Aquí el problema dependerá de los subsecuentes errores del adversario (léase: en orden, el régimen torturador bushiano y su títere georgiano), que no supo medir las proporciones ni las consecuencias de su invasión. ¿Para eso sirvió haber estudiado en Harvard?
La dupla Putin-Medvedev consiguió colocar finalmente su línea roja, cuyas reverberaciones han puesto a temblar a Ucrania, los países bálticos y Azerbaiyán, que se han percatado de las fútiles promesas de rescate del régimen torturador bushiano, que luego de empujar al ingenuo Saakachvili a su aventura lo abandona a su triste suerte.
Lo más trágico es que la mayoría de los errores monumentales del régimen torturador bushiano han sido explotados excelsamente por la “nueva Rusia”. ¿Quién en Eurasia desea ser todavía aliado de Estados Unidos, a riesgo de su propia perdición?
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