martes, 22 de julio de 2008

Un debate con la contrarrevolución Segunda y última parte

BAZAR DE LA CULTURA

La interpretación popular

“Mira mi patria querida, nomás cómo va quedando, que a sus hijos más valientes, todos los van traicionando: ¿dónde está el jefe Zapata, que su espada ya no brilla? ¡Dónde está el bravo del norte, que era don Francisco Villa! Fueron líderes primeros que empuñaron el acero, hasta subir al poder a don Francisco I. Madero. ¡Pero que iluso Madero! ¡Cuando se subió al poder, a Pancho Villa y Zapata los quiso desconocer! No conozco candidato que no sea convenenciero ¡Cuando llegan al poder, no conocen compañero!”.

Este corrido expresa la interpretación popular que escuchábamos de nuestros mayores en las tertulias familiares: la exactitud y el rigor histórico de esta visión se pueden discutir, pero, indudablemente, manifiesta elocuentemente que en la conciencia y en el ánimo de los sectores populares la versión oficialista de la historia nunca fue aceptada y, por el contrario, la lírica popular reaccionaba con agudeza y lucidez ante lo que consideraba una deformación de la verdad. Daba por ello a conocer su propio veredicto sobre los hechos, a través de sus limitados medios, afuera del discurso oficial y de los libros de texto.

Desde temprana edad nos llamaba la atención un hecho que puede documentarse con una somera revisión de los textos de historia que se leyeron en las escuelas primarias oficiales durante gran parte del siglo XX, así como en los libros de texto gratuitos que, a partir del gobierno del licenciado Adolfo López Mateos, se nos entregaron a los alumnos que cursamos la educación básica desde los años sesenta: en sus páginas apenas existía alguna fugaz y escueta mención a los caudillos que nosotros conocíamos a través de los corridos y las leyendas: Villa, particularmente, era el gran marginado de la historia oficial y de un discurso político que basaba en la Revolución Mexicana su legitimidad. Esto puede constatarse en las hemerotecas y en los archivos de la oratoria cívica. Como lo comenta Arturo Langle Ramírez en su libro “Los primeros cien años de Pancho Villa” (Costa-Amic Editores, México, 1980, p. 42): “...Si se le mencionaba, sólo era para injuriarlo o denigrarlo. Cabe mencionar que las diferentes agrupaciones villistas dentro de sus posibilidades, muy limitadas por cierto, año con año, recordaban los aniversarios más significativos del villismo, su nacimiento, la toma de Zacatecas y la muerte del Centauro del Norte”.

La versión de los libros de texto y de la oratoria se esforzaba por exaltar a don Francisco I. Madero, a don Venustiano Carranza, a los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. No deja de ser significativo asimismo el testimonio, contundente, de los monumentos públicos. En esta capital, durante generaciones no se erigió monumento alguno a Villa, esto contrastaba con el de Obregón, majestuoso templo art déco diseñado por el arquitecto Enrique Aragón Echegaray, con esculturas de Ignacio Asúnsolo. Su construcción comenzó en junio de 1934, durante la presidencia del general Abelardo L. Rodríguez y se inauguró el 17 de julio de 1935, ya bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas.

El testimonio del licenciado Jacobo Zabludovsky, que expresó en su programa radiofónico “De una a tres” durante una entrevista con las historiadoras Rosa Elia y Guadalupe Villa, nietas del divisionario, es elocuente y esclarecedora: “Cuando quisieron ponerle el nombre de su abuelo a una avenida de México, hubo una reacción inmediata. De esto hace unos sesenta años y no le pudieron poner ‘Pancho Villa’ a la avenida y la dejaron en ‘División del Norte’”. El experimentado periodista recordó también sus propios tiempos de estudiante: “Cuando yo estaba en la Secundaria Uno, hace muchos años, mi maestro de matemáticas fue Federico Cervantes, quien había tenido un cargo muy cercano a Villa. Y de lo que menos oímos fue de matemáticas, porque nos hablaba de Pancho Villa y de ahí aprendimos a través de una opinión distinta a la que los textos tenían en esa época, cuál era la figura de Pancho Villa. No era ese ‘robavacas’ que nos han hecho pensar que era”. (Programa radiofónico “De una a tres”, 16 de diciembre de 2003).

La confusión de Schettino

Como podemos comprobar, ni los sectores intelectuales ni los populares aceptaron jamás las versiones oficiales sobre la Revolución, lo que echa por tierra la tesis del profesor Schettino respecto a que los mexicanos nos creímos el “cuento” que nos contaron los gobiernos posrevolucionarios.

El elogio de Roger Bartra, en “Letras libres” para el libro del académico del ITESM-CCM, “Cien años de confusión: México en el siglo XX”, (Taurus, 2007) es tan errática como el propio discurso de Schettino, lo que no es de extrañar en una revista dirigida por el poco riguroso ensayista Enrique Krauze: “ La Revolución Mexicana ha vivido desnuda durante el siglo XX y sus sastres intelectuales ilustraron y vistieron durante decenios la gran mentira. Macario Schettino nos vuelve a contar la historia de la revolución sin el velo que ha nublado la vista a tantos”. (“La jaula abierta”. El blog de Roger Bartra en Internet).

Como hemos demostrado en este breve recuento, lejos de alimentar la mitificación del movimiento que, para bien y para mal, definió al México del siglo XX, la generación de los intelectuales que participaron o presenciaron la Revolución, muy pronto emprendió una crítica mucho más rigurosa, profunda e implacable de lo que jamás conseguirán, por mucho que se esfuercen, ni el profesor Schettino ni el ensayista Bartra. Quien verdaderamente vive en la confusión, es el propio académico del ITESM-CCM

El profesor Schettino, sin argumentos para defender sus afirmaciones ante mis cuestionamientos en aquel intercambio, el segundo que sostuve con él, había contestado: “Lamento que no entienda... no es mi culpa... es culpa del sistema educativo... Les llenan la cabeza de mitos, y les hacen imposible pensar... Pero lo seguiré intentando.. Saludos, MS” (14 de abril de 2008).

A tan desamparada afirmación tuve que responder en estos términos: Le comento que, lejos de no entenderlo, lo comprendo a usted y a sus teorías mejor de lo que usted mismo cree (...) Le tengo noticias: la crítica más aguda, profunda, rigurosa y lúcida hacia la Revolución Mexicana no se encuentra en sus opiniones, profesor Schettino, sino en la narrativa que surgió de la propia la Revolución Mexicana. (...) Sus críticas más severas, profesor Schettino, resultan pálidas y tímidas junto a La sombra del caudillo, Cartucho, Tropa Vieja, ¡Vámonos con Pancho Villa! o Los de abajo (...) Por mucho que lo intente usted, nunca podrá escribir nada más demoledor acerca de aquel proceso histórico...”.

Como hemos visto, “El cuento que nos contaron”, “los mitos con los que nos llenaron la cabeza”, de los que habla, con nulo rigor y evidente frivolidad el profesor Schettino, nunca nos lo creímos los mexicanos que asistíamos a las escuelas oficiales. La causa es evidente: confiábamos más en las fuentes familiares y comunitarias que en las plumas de unos desconocidos que terminaban por resultarnos antipáticos. Desconfiábamos instintivamente de los diarios, de los noticieros, de los oradores, de los libros de texto. Los corridos y las palabras de los abuelos nos resultaban más dignos de crédito. De no haber sido de esa forma, si la errática tesis del académico del ITESM-CCM tuviera razón –que aceptamos acrítica y mansamente la verdad oficial--, el general Francisco Villa, desterrado de la historia oficial desde los días en que Obregón gobernaba a la república, se hubiese quedado en el olvido absoluto allá por 1940; de acuerdo a esta lógica, el hoy casi olvidado Álvaro Obregón se hubiese convertido en un héroe de gran arraigo popular.

La falta de rigor se advierte asimismo en el desconocimiento que el profesor Schettino demuestra sobre los hechos históricos: cuando afirmó en uno de sus artículos que “ninguno de los grandes héroes de la Revolución” defendió al presidente Madero durante la Decena Trágica, omite en primer lugar que Francisco Villa se había enlistado como voluntario para combatir a la contrarrevolución orozquista, abandonando sus negocios particulares, y que una intriga mezquina del general Huerta estuvo a punto de costarle la vida al leal duranguense: preso en Santiago Tlatelolco, trató de prevenir a Madero contra las conspiraciones y si no tomó las armas para luchar fue porque permanecía en el presidio. Schettino calla también la conducta del general Felipe Ángeles, quien, sin duda, fue uno de los grandes hombres de la Revolución Mexicana, también marginado de la historia facciosa. Ángeles intentó proteger al gobierno constitucional en medio de un mar de traiciones y acechanzas, como lo documenta Friedrich Katz.

Pero, sobre todo, las evidentes carencias del profesor Schettino le faltan al respeto a la memoria del bravo general don Lauro del Villar, quien con un puñado de leales se enfrentó con arrojo y eficacia a los golpistas, pagando su hidalguía con la vida. El general Francisco L. Urquizo relata este episodio en “Tropa vieja” y en “Memorias de campaña”. El general del Villar pertenecía al Ejército federal y supo cumplir cabalmente con su deber. No era un revolucionario, pero fue un soldado digno. Si el profesor Schettino ignora estos hechos, la seriedad de sus conocimientos queda todavía más en entredicho; si conoce tales acontecimientos y los calla, el problema es entonces de ética intelectual.

Lo que hay detrás

Las afirmaciones de los articulistas como el profesor Schettino y el investigador Bartra no responden a un genuino afán de “revelar la verdad”, sino a una evidente intención ideológica: representan al actual grupo gobernante, necesitado de un discurso que le otorgue legitimidad social, filosófica e histórica; no se trata de ningún nuevo régimen, sino una prolongación del anterior, de orientación neoliberal durante sus sexenios finales. Se halla tan lejos de los intereses populares como lo estuvieron Salinas y Zedillo. Por ello, sus voceros tratan de descalificar a la Revolución Mexicana en todo su complejo conjunto para substituirla en la conciencia colectiva por un nuevo acontecimiento fundacional: “la llegada de la democracia”, aunque esta pretensión adolezca de un grave problema: su símbolo, Vicente Fox Quesada, terminó su gobierno en medio del desprestigio y la crisis política; el “nuevo régimen” exhibía los mismos vicios que se le achacaban a la vieja guardia. No es fortuito que en Boca del Río, Veracruz, los foxistas le hayan erigido una pésima estatua al guanajuatense. Tampoco es casual que el profesor Schettino haya llegado a proponer que se elimine la enseñanza de la historia en nuestras escuelas primarias.

Pero, como dicen los viejos versos: “El pueblo canta a sus héroes en corridos y jamás entona nada para los héroes fingidos, que con engaños se elevan para hundirse en los olvidos. ¡Para saber quién es quién, hay que escuchar los corridos!”

No hay comentarios: