miércoles, 16 de marzo de 2011

En decadencia


Hubo un tiempo en que una humanidad bisoña y crédula se adiestraba en el ejercicio de la desgracia. Imaginaba diluvios universales o desaparición punitiva de ciudades como castigo a sus propias debilidades. Tiempos de conquistas donde los vencidos eran esclavizados o convertidos en víctimas propiciatorias para complacer a cohortes celestiales arbitrarias y volubles. La práctica perfecciona pero 4 mil años atrás hubiera sido imposible prever que la humanidad luego sería capaz de producir la desgracia en serie y en un día. El siglo XX reclamaría el dudoso privilegio de la perfección homicida. En 1916, los campos del Somme salpicados por más de un millón de bajas; casi 58 mil ingleses sólo el primer día, sin contar franceses y alemanes; poco más de 19 mil ingleses muertos en una masa blanda de tonos rojos, violetas y rosados en ese primer día.

30 años después, la muerte industrializada de Auschwitz o Treblinka. Endlösung, solución final, se les ocurrió llamarle en aquella malhadada conferencia de Wannsee en la que Heydrich reinventó el significado del mal. Pesadilla que volvió a repetirse a escala en la Camboya de Pol Pot y los khmer rouge (jemeres rojos) y en los redrojos de lo que alguna vez fuera Yugoslavia, Slobodan Milosevich.

Alguien escribió que del homicidio sin resolver surgen maleficios que sólo los exorcistas viejos son capaces, a veces, de conjurar. En México, cuatro años de fantasías lúdicas que desahogan las ansias de comandante acumuladas por un presidente que declara una guerra, promete muertes y victorias finales para luego desdecirse de la palabra que declaró y de la que alardeó.

Más de 36 mil muertes reclaman cantidades ingentes de exorcistas viejos diestros en el conjuro de maleficios. No los hay. Quizá por eso el providencial arribo de Hopkins y El Rito. Nada aleatorio hay en un universo gobernado por el efecto mariposa. Sólo consecuencias incalculables por la impunidad de tanta muerte insoluta. En 2010, el año de hasta ahora máxima violencia, la ineficiencia gubernamental nos obsequió con 15 mil 273 muertes violentas en el país. 10 mil 135 sólo en Ciudad Juárez.

En un año caben 8 mil 760 horas. Más de un asesinato por hora. El último año de Vicente Fox, 2006, fue también el último del operativo México Seguro. Hubo 62 asesinatos asociados al crimen organizado y a su combate en todo el país. El primer año de Felipe Calderón Hinojosa tuvo un saldo de 2 mil 826 homicidios vinculados al crimen organizado; 6 mil 837 en 2008. En 2010 dobló y superó la cifra.

Al mismo tiempo, el gobierno se dice no haber sido enterado de Fast and Furious, Estados Unidos afirma lo contrario. En cualquier caso es irrelevante. Si estaba enterado, malo, porque “soltar” un arma implica que se pierde el control de ella en el preciso instante que se “suelta” y el gobierno mexicano lo permitió a sabiendas del costo potencial en vidas y propiedades mexicanas. Si no estaba enterado, malo, porque ¿cuál entonces es el nivel de trato diplomático con el gobierno norteamericano, que con total discrecionalidad y unilateralmente, permiten el paso de armas a territorio amigo? Con las muertes que seguramente se asociarán al paso de esas armas –entre las que había Barret's calibre 50– la tibieza pusilánime de la nota que envió la Secretaría de Relaciones Exteriores cuando fue dada a conocer la noticia del operativo revela sin joterías el nivel de incompetencia y no entendimiento del gobierno, independientemente de las pataletas del Presidente con periodistas. La Cancillería sólo articuló a decir que investigaría y pediría más información.

Para ayer al mediodía en Chihuahua y Sinaloa ejecuciones múltiples habían dejado una docena de muertos y media de heridos. En guerrero, 13 ejecutados.

Pero el gobierno federal, que se dice ignorante de la operación, ya había sido evidenciado por del Centro de Integridad Pública, una organización no gubernamental que el mismo día en que estaba Felipe Calderón en Washington dio a conocer la información de que el presidente mexicano ya tenía conocimiento de la decisión de soltar esas armas porque ellos habían informado de ella a la presidencia de la República desde principio de febrero (http://www.publicintegrity.org/articles/entry/2976/).

Así pues, frente a la ciudadanía, el gobierno federal se exhibe como una suma desordenada de individualidades más o menos disciplinadas a un jefe, ignorantes atávicos de su materia e incapaces de cooperar y coordinarse entre sí. Y, sobre todo, de procesar información sustantiva lo suficientemente rápido como para asegurarse las condiciones para arreglar problemas de forma eficiente con un gobierno del que es socio pero por el que parece ser despreciado.

Muestra con ello niveles inquietantes de desconocimiento y falta de aptitudes de gobierno. Cuatro años han sido insuficientes para asimilar. La ambición de poder jamás ha significado habilidad para ejercerlo. Así, la curva de aprendizaje ha sido larga y pronunciada. Por no haber procesado y valorado la información sustantiva recibida en febrero, el gobierno federal no tuvo ocasión de verificarla y terminó por estallarle en la cara. Si el costo fuera sólo político ya sería muy alto. Pero no lo es, hay también un alto costo en vidas humanas y en pérdida de gobernabilidad. Esto tiene al norte del país en la cotidianidad apocalíptica de banquetas ensangrentadas y en el absurdo de encontrar la muerte por salir al pan. Activistas de gran nobleza y valor son obligadas a asilarse en el extranjero porque las amenazas han probado ser ejecutables a bajo costo. Si acaso. Los castigos son tan improbables que el crimen en Chihuahua es capaz de convertir las puertas del palacio de gobierno estatal en galería de tiro para dar muerte a mujeres defensoras de derechos humanos.

Lo que hoy pasa en el país por las decisiones de una cáfila de incompetentes impasibles no puede ser indiferente a nadie. No es un asunto de ideología o interpretación del mundo. Es asunto de simple humanidad y sentido de responsabilidad.

*Es Cosa Pública

leopoldogavito@gmail.com

Fuente: La Jornada de Veracruz

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